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WICCA, LIBRO COMPLETO DE LA BRUJERÍA

decía que no debería haber gozo en el acto y que este se permitía solo para la procreación. El acto sexual era ilegal los miércoles, viernes y domingos; durante cuarenta días antes de la Navidad y por un tiempo similar antes de la Pascua de Resurrección; durante tres días antes de la comunión y desde el tiempo de la concepción hasta cuarenta días después del parto. En otras palabras, había un total de aproximadamente dos meses en el año en los cuales era posible tener relaciones sexuales... pero, por supuesto, ¡sin experimentar placer! No es de sorprender que esto, junto con otras crueldades, ocasionara una rebelión (aunque clandestina). La gente (esta vez los cristianos), al ver que muchas cosas no habían mejorado al rezarle al tan nombrado dios del amor, decidió rezarle a su opositor. Si dios no les ayudaba, tal vez el demonio lo haría. Por lo tanto, se empezó a dar el satanismo. Una parodia de la cristiandad; una burla a ella. El cambio hacia el «demonio» tampoco les sirvió a los pobres labriegos. Pero por lo menos les mostró su menosprecio por las autoridades; el estar yendo contra lo establecido. No le tomó mucho tiempo a la Santa Iglesia descubrir la existencia de esta rebelión. El satanismo fue anticristiano. La brujería era también anticristiana. La brujería y el satanismo se consideraban lo mismo.

Resurgimiento En 1604 el rey Jacobo I dictó una ley de brujería, que en 1736 fue eliminada y reem­ plazada por una ley que establecía que no había tales cosas como brujería y que quien pretendiera tener poderes ocultos podría enfrentarse al cargo de fraude. A finales del siglo xvii, los miembros de estas prácticas que sobrevivieron se habían refugiado en la clandestinidad. Durante los trescientos años siguientes se tuvo la sensación aparente de que la brujería había muerto. Pero una religión que había durado veinte mil años, de hecho, no moriría muy fácilmente. Las prácticas continuaron realizándose en pequeños grupos (las congregaciones que sobrevivieron y a veces solo lo hacían los miembros de la familia). En el campo de la literatura, el cristianismo tuvo su apogeo. Se había inventado y desarrollado la imprenta durante las persecuciones, por lo tanto, cualquier cosa publicada sobre brujería se escribía desde el punto de vista de la iglesia. Los libros posteriores tuvieron estos trabajos como referencia, de modo que todos estuvieron inclinados a estar en contra de la Vieja Religión. De hecho, hubo que esperar hasta 1921, cuando la doctora Margaret Alice Murray escribió The Witch Cult in Western Europe (El culto de la brujería en Europa occidental, Labor, Barcelona, 1978), para que alguien viese la brujería como algo que no era desviado o incorrecto. Estudiando los registros de los juicios de la Edad Media, Murray (una eminente antropóloga y luego profesora de Egiptología de la Universidad de Londres) encontró las luces que le parecían indicar que había una religión precristiana, definida y organizada, que hacía caer todos los alegatos cristianos hasta el momento. Aunque sus teorías finalmente solo pudieron demostrarse en ciertas áreas, Murray hizo que se tambalearan muchas creencias. La brujería no tuvo tanto alcance y difusión como había sugerido Murray (no estaba allí la prueba de una conexión

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