impidiera alguna fuerza superior que la obligara a retirarse otra vez a la seguridad de las sombras. No era casualidad que Erica pensara en sombras, pre cisamente. Desde la primera vez que se vieron, tuvo la sensación de que Laila habitaba un mundo de sombras. Una vida que discurría paralela a la que había tenido, a la vida que se esfumó en una oscuridad infinita aquel día, hacía ya tantos años. –¿No tienes a veces la sensación de que estás perdiendo la paciencia con los niños? ¿De que estás a punto de rebasar ese límite invisible? –El interés de Laila parecía sincero de verdad, pero, además, le resonaba en la voz un tono supli cante. No era una pregunta fácil de responder. Todos los pa dres han sentido alguna vez que rozaban la frontera entre lo permitido y lo prohibido, y han contado hasta diez mientras las ideas de lo que podrían hacer para acabar con las peleas y los gritos les estallaban en la cabeza. Pero había una diferencia abismal entre pensarlo y hacerlo. Así que Erica negó con la cabeza. –Yo jamás podría hacerles daño. Laila no respondió enseguida. Se quedó mirando a Erica con aquellos ojos de un azul intenso. Pero cuando el vigilante llamó a la puerta para anunciarles que había ter minado la visita, le dijo en voz baja, sin apartar la vista de ella: –Eso es lo que tú crees. Erica pensó en las fotos que llevaba en la carpeta y se estremeció de espanto.
Tyra estaba cepillando a Fanta con pasadas rítmicas. Como siempre, se sentía mejor cuando tenía a los caballos cerca. En realidad, habría preferido encargarse de Scirocco, pero Molly no permitía que nadie la sustituyera. Le parecía tan 13
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