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El diablo

la importancia que tuvo la angelología en el pensamiento teológico hebreo, de la profundidad con que penetró en la cultura religiosa y de la influencia que ejerció, sobre todo, en la especulación de los autores apócrifos, pero también en los escritos del Viejo y del Nuevo Testamentos. El desarrollo de la angelología y de la demonología, después del exilio de Babilonia, se explica por el apremio de darle una salida al problema del mal y por el influjo de la religión del Irán antiguo. Pero también por la necesidad innata de amplificar lo maravilloso, por el empeño en acentuar la trascendencia y la majestad de Dios multiplicando a sus servidores. No es digno de Dios haber creado solamente al hombre, un ser tan efímero y tan desconfiable, tan limitado y tan infiel en su servicio. Era necesario que Dios creara seres asombrosos, inconcebibles para la mente humana, etéreos, como pensamientos alados, modelados en luz, que existen individualmente para formar la corte de Dios. Los tres libros de Henoc representaron eso y jugaron un papel considerable. No se sabe, en realidad, quién o quiénes escribieron esos tres libros, ni cuándo se escribieron. Las opiniones varían. Unos piensan que fueron escritos después del exilio de los judíos en Babilonia, alrededor del año 500 antes de Cristo. Otros los colocan entre el 170 y el 150 a.C. Es obvio que los tres libros fueron escritos en épocas distintas y por escritores distintos. El autor —o los autores— de esos libros se los atribuyen a Henoc, por la costumbre en boga en aquellos viejos tiempos de atribuir la autoría a un personaje famoso, para darle autoridad al escrito. En este caso se le achaca a Henoc, hijo de Caín y nieto de Adán y Eva que, según la tradición, fue un patriarca distinguido por su vida confiada en Dios,

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