Orígenes marzo abril 2018

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y a la carencia de evidencias y testigos, el incomprendido señor fue sometido a juicio. Durante estos procesos legales en pleno escándalo internacional, observamos con detenimiento el comportamiento de Ezequiel, llegando a la conclusión de que sus lágrimas, sus gestos de pánico, su rostro enfermizo y su voz quebradiza, eran auténticas muestras de amor por su difunta esposa. Juan Carlos releyó y releyó el reporte oficial hasta que empezó a dudar en la eficacia del lenguaje escrito para resolver un crimen o llegar a una veraz conjetura. La miseria del gobernador tras las rejas nos era indolente, su patrimonio fue producto de fraudes y engaños, nunca disparó un arma, el cobarde ordenaba a sus subordinados que lo hicieran. Lo que ansiábamos se fundamentaba, como todo oficio bien logrado, en aspirar al máximo reconocimiento de nuestra desvalorada vocación. Aun trabajando a marchas forzadas en el caso, los meses pasaron en interrogatorios absurdos y releídas inverosímiles, hasta que la investigación colapsó, se dio por perdida. De aquel grupo encubierto que se reunió en la palapa, los integrantes fueron archivando el caso en el olvido, y sin ningún problema, siguieron con sus vidas y carreras. Juan Carlos se mantuvo productivo, ecuánime, aunque yo sabía que en sus apuntes y cuadernos, en sus horas lúcidas de catarsis, tenía presente la cosquilla de la duda de aquella intriga. Por algún tiempo, aunque con cautela, se desentendía de sus deberes para invertirle horas al caso; sin embargo, mientras más se esforzaba en determinar las variables, más se hundía en las fangosas arenas de las posibilidades. Así que optó por un drástico cambio de investigación, solamente escuchar. La vida siguió y el escándalo y la noticia se diluyeron en el agua. El reclusorio norte fungió como un severo purgatorio a los pecados de Ezequiel, a quien violarían brutalmente como bienvenida, golpizas diarias como parte de la rutina. Las cosas cambian radicalmente en cinco años, aunque permanecen. Me ascendieron a comisario general de la policía federal.

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De un día a otro, a Juan Carlos le asignaron la coordinación de investigación de campo, puesto que innovaría desde sus primeras acciones, colocándola como el área más efectiva de la fuerza. Ya ni siquiera era tema de plática el misterio de Acapulco; ambos lo pensábamos como un mal recuerdo de un intenso sabor amargo. Fue la noche del 23 de Abril, cuando la vida nos reveló algo más allá de un misterio paranormal o un simple asesinato; se destapaba una verdad ante nuestros ojos, que a su vez despertaba otras preguntas de mayor importancia. Jugábamos póker, como cada jueves, en el décimo piso de la torre Magnus, en el departamento de Ramón Salcedo, un viejo amigo del trabajo. Éramos cinco especímenes colegas disfrutando del azar y de unas copas de whiskey y ron. Precisábamos de tranquilidad para concentrarnos. Juan Carlos estaba sentado frente a mí, le tocaba repartir pero no lo hizo, su mirada nos indicó el causante de su distracción, partícula divina de la noción. Imperceptible al oído, maravilloso a la vista, un búho adulto, pardo, planeaba por los interiores del departamento, aprovechando las corrientes de viento para desplazarse cautelosamente en silencio. La criatura se fugó, al igual que como entró, a través de la ventana hacia la uniforme oscuridad de la noche. _ Juan Carlos, sigue repartiendo por favor. El inquilino del piso diecinueve tiene dos búhos de mascotas, totalmente inofensivos. Ese se llama Venus, el adulto se llama Neptuno. _ declaró un impaciente Ramón Salcedo. Se repartieron las cartas, también las miradas; Juan Carlos foldeó la mano en primera instancia. Los integrantes de la mesa, normalmente callados, reservaban sus pensamientos para las fichas, el trago y el juego. Tardé en procesar lo que significaba aquel alivio y aquella satisfacción en el semblante de Juan Carlos, pero lo pude entender hasta que entrelacé esos últimos cabos. Su mirada, al otro lado de la mesa, me lo explicó todo; me explicó que el búho era el eslabón perdido de la

pesadilla de Guerrero, que un entrenador de pájaros, en algún punto del país, sobrepasó al sistema de justicia y a nuestro unánime ingenio, y que la vida, por si sola aunque misteriosa, se comunica mediante ficciones tan evidentes que somos incapaces de percibir. Compartimos una risa y una copa brindando por aquella ironía. Noquisimos investigar de más. Saberlo nos fue suficiente.

Mario Arturo Robles


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