Horizontes de sol y polvo 2

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hermano. En cuestión de vírgenes tal vez y concuerdo con mamá, el único recuerdo que tengo de ese señor es un cassette de Nintendo que le mandó a mi primo René. Mi tía Conchis recibió la llamada de Anthony a la mañana siguiente de su última quimioterapia. Venció al cáncer pero su familia seguía ahí, y ahora le hablaban desde la cárcel para decirle “hermanita, yo no fui, yo sólo le daba un rait a unas guatemaltecas que no sabía que no tenían papeles”. Eso lo cuenta Conchis llorando en mi casa en compañía de mi mamá, la hermana menor, y mi tía Araceli, la mayor. Las tres hermanas que se quedaron en Torreón y que, como parcas rancheras, mueven los hilos telefónicos para pasar el chisme a mi tía Alondra en Aguascalientes, a mi tío Rigo en La Paz y a mi tío Juan en Juárez pero a él no lo encuentran porque tiene el teléfono cortado o, como asegura René, está secuestrado y embrujado por su esposa Edith. “A mi tío Simón —dice Alondra— no le hablen”. “¿Y a Sandro?”, pregunta mi mamá. “No le importa”, concluye Alondra y confirma que el próximo lunes regresa a Torreón porque el fin de semana tiene compromisos con su iglesia, el catecismo, el grupo de oración y la tradicional visita a Calvillo para traernos pan y queso. Las hermanas acuerdan una junta la próxima semana con mi tío Sandro y que Conchis será la encar104


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