Joaquín Fermandois (ed) - Hacia Dónde Vamos. Universalidad del Chile Pos Estallido (FlipBook)

¿Hacia dónde vamos?

UNIVERSALIDAD DEL CHILE POS ESTALLIDO

Joaquín Fermandois (editor)

¿Hacia dónde vamos?

UNIVERSALIDAD DEL CHILE POS ESTALLIDO

Joaquín Fermandois (editor)

PUBLICACIÓN EN CONMEMORACIÓN DEL ANIVERSARIO NÚMERO 60 DEL INSTITUTO DE CHILE.

¿Hacia dónde vamos?

UNIVERSALIDAD DEL CHILE POS ESTALLIDO

©Joaquín Fermandois (editor) Pimera edición impresa, diciembre 2024 Tirada: 300 ejemplares Registro de Propiedad Intelectual: 2024-A-12322 ISBN: 978-956-17-1165-5 Derechos Reservados Ediciones PUCV Pontificia Universidad Católica de Valparaíso Av. Errázuriz 2930, Valparaíso info@edicionespucv.cl www.edicionespucv.cl Diseño: Alejandra Salinas IMPRESO EN CHILE

Índice

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Prólogo de Joaquín Fermandois

Artículos

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María Eugenia Góngora

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Luis R. Oro Tapia

El poder de las palabras, la historia y la esperanza Del tiempo cardinal al tiempo crepuscular

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Historia, máquinas y personas.

Consideraciones sobre lo humano y lo técnico

55

Acerca del principal desafío de nuestro tiempo y nuestra circunstancia

Beatriz Figallo

Alberto Buela

61

Constanza Michelson

75

Alejandro San Francisco

Locos años 20: en la encrucijada (a cielo vacío) No hay futuro sin historia

97

Theodoro Elssaca

105

Lucy Oporto Valencia

131

Manfred Wilhelmy V.W.

153

Maria Montt

169

Miguel Laborde

193

Jorge Rojas Flores

219

Ricardo Iglesias / Raúl Burgos

241

Augusto Soto

Volviendo a nuestras raíces: la crisis de sentido y alienación como oportunidad para el despertar del Homo Aestheticus Mario irarrázabal y la demolición de su monumento a la solidaridad: continuación de la vandalización por otros medios

Relaciones con Asia: avances y desafíos Identidad y comunidad: Chile de cara a China La ciudad que queríamos Perspectivas del Chile actual Estado, política y educación en Chile: reflexiones desde la historia Del café Santa Julia al Transiberiano: ¿otra vez Tucídides?

257

El significado de ser adulto y la crisis de sentido en las sociedades modernas

277

Razón vital en la era tecnocrática.

Paradojas del progreso y su potencial patogénico

Sebastián Hurtado-Torres

Fernando Lolas Stepke

287

Joaquín Fermandois

337

Dr. Emilio Roessler Bonzi

349

Dr. José Adolfo Rodríguez Portales

367

Dr. Emilio Roessler Bonzi

387

Dr. Emilio Roessler Bonzi

Estallido: lo racional y lo irracional La academia de medicina y la salud pública Academia chilena de medicina del instituto de chile: sesenta años de actividades y contribuciones La academia y la educación médica Academia chilena de medicina; lo que perdurará y lo pendiente

Prólogo

C

on motivo del 60º aniversario de la fundación del Instituto de Chile en 1964, en colaboración con la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, hemos propuesto la idea de traducir en un libro una inquietud que nos embarga como hijos de este tiempo. Dentro del espíritu del Instituto, desde diversas miradas disciplinarias e intelectuales, nos preguntamos de qué se trata este momento que vivimos y qué podemos divisar desde el presente, intentando leer nuestras posibilidades y nuestra idea de futuro detrás de la niebla que nos separa de él, la que nunca dejará de interferir en nuestro ímpetu por conocer. Para obtener ideas e interpretaciones de un espectro más amplio y para cumplir con el espíritu del Instituto, se invitó a diversas voces y generaciones, tanto en Chile como fuera del país. Y, ¿en qué consistía este llamado, en la medida en que se puede concretar una pregunta a la que le es inherente no poco de lo inefable?

En la modernidad, de la amplísima variedad de obras señeras sobre la pregunta que encabeza el título de este libro, nos encontramos con dos que tuvieron gran resonancia cultural alrededor de 100 años. Uno de ellas, por lo demás una cumbre de nuestra lengua en el siglo XX, de José Ortega y Gasset, El tema de nuestro tiempo (1923), fue el despuntar de una referencia en Europa y América. El otro, de Karl Jaspers, La situación espiritual de nuestro tiempo (Die geistige Situation der Zeit, 1932), también de enorme repercusión, después de 1945 pasó a ser sopesada en su verdadera significación como una

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advertencia no escuchada. En 1932, era un ensayo más en una vasta obra, acerca de un tema sobre el que se escribió con tanta brillantez entre las dos guerras mundiales. El punto sería, cómo pensar tentativamente esa realidad o “situación”, que posibilitaría responder la pregunta por “el tema de nuestro tiempo”. Ortega lo define como un otear de qué se trata, a dónde nos dirigimos, como casi un siglo antes que él lo había preguntado Tocqueville, “¿Hacia dónde vamos?” (“Où allons-nous donc?”), inserta en las primeras páginas de la Introducción del primer tomo de La democracia en América (1835), y que le confiere el título al presente libro. Ello no es resultado de un azar, como frase suelta, ni menos pretende ser futurología. Por el contrario, representa el espíritu y propósito con el que se escribió esta obra del gran pensador francés.

En el caso de los que somos historiadores, es muy extraño hallar un colega que pronostique el futuro en todos aquellos ámbitos donde interviene la decisión humana; casi siempre fracasa (el “casi” es porque la existencia humana admite excepciones). Lo que intentamos hacer es pensar profundamente nuestro presente, y en ese corazón de los fenómenos, si alcanzamos a rozarlo, hallaremos algo que tenga con probabilidad una duración de largo plazo de alguna característica o fenómeno. No se puede aspirar a más. Con todo, lo que se propone está mejor reflejado en el título —que tuvo larga historia en la vida cultural de la República Federal de Alemania— de Jaspers, “la situación espiritual de nuestro tiempo”. Y unas aclaraciones.

No se trató de una invitación restringida a historiadores, como podría parecer por el lenguaje del editor, de manera inevitable algo prisionero de su disciplina. Todo lo contrario, se trataba de una apelación a todos los académicos y otros invitados que también se convocaron. Para dar una idea del asunto, desde la perspectiva del arte no hay nada más afín a nuestra idea de la “situación espiritual” que el teatro moderno; o el llamado modernismo, uno de los fenómenos estéticos más acompañados de comentarios en toda la historia del arte. En cuanto a la ciencia, su relación con los valores, con su empleo, con sus consecuencias; y también con su indispensabilidad —la negación de la ciencia es parte del mismo fenómeno de su protagonismo— ofrecen un campo fecundo para pensar en una posible respuesta—. De todo esto se desprende, por cierto, que el concepto de “espíritu” y de “espiritual” va más allá del ámbito religioso, aunque muchas veces legítimamente lo in10

cluye. Lo mismo la distinción entre alma y espíritu o entre alma y cuerpo, según la nomenclatura que se emplee.

Para los 60 años del Instituto se quiere dejar una huella meditativa que aspire a llegar más allá que una expresión del momento o circunstancia, y a los mismos miembros de la institución. De hecho, la mayoría de quienes acudieron al llamado no son académicos o académicas del mismo. Todos ellos dan testimonio de una preocupación y exploración por el significado y posibilidades del momento que se vive. En gran medida son representativos de un momento o una época de la vida cultural de nuestro tiempo. La riqueza del pensamiento es que, alcanzado una cierta capa de la infinita densidad de la mente, puede hablar a todas las generaciones a lo largo del tiempo de los humanos, y cada generación sacará sus propias conclusiones. Las voces que el lector va a encontrar provienen de diversas perspectivas disciplinarias, y no necesariamente se originan solo en nuestro país, pero sí desde los dilemas y alternativas de un mundo y sus desafíos que todos compartimos. Quedamos muy agradecidos a todos ellos.

Joaquín Fermandois Huerta Presidente del Instituto de Chile 2022-2025

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Artículos

María Eugenia Góngora Profesora de Literatura, Universidad de Chile. Miembro de Número de la Academia Chilena de la Lengua.

María Eugenia Góngora

El poder de las palabras, la historia y la esperanza En este escrito quiero acercarme desde una reflexión personal al tema amplio que se nos ha propuesto para el Aniversario del Instituto de Chile. Me quiero referir al poder de las palabras y replantear también el significado de algunas expresiones, intentando poner de manifiesto su poder más allá de lo que habitualmente se entiende, por ejemplo, cuando se habla de ‘las Humanidades’.

En el medio universitario, pero también en los medios de prensa se recurre frecuentemente a un elogio de ‘las Humanidades’, otorgándoles un lugar de privilegio aparente en el medio público, justamente cuando las así llamadas ‘disciplinas humanistas’ están en discusión o en algún grado de peligro de desaparecer de los sistemas educativos. Estos discursos se reiteran sin intentar siquiera acercarse a la historia y al significado particular y cambiante de ‘las Humanidades’ en cada época. Se trata, sin duda, de una expresión ya antigua, y actualmente pareciera ser útil para denominar todo aquello que no está en el ámbito de las ciencias, el derecho, la economía o la política. Por mi parte, creo que ninguno de esos conocimientos ha estado ni podría estar nunca lejos de la reflexión ‘humanista’; todos ellos se constituyen en ámbitos diversos, tanto en sus objetivos explícitos como en sus métodos, pero al mismo tiempo, cada uno de ellos necesariamente se alimenta de los otros y tributa a un caudal común de conocimiento.

Por esta razón, quisiera afirmar que si tomamos en serio ‘las Humanidades’, debemos tomar en serio sus consecuencias. El poder del pensamiento filosófico, del ensayo, de la creación literaria y de la reflexión histórica es real, como real es el poder de toda palabra, incluso de las que menos valoramos en ciertos contextos académicos. Una de las potencias de la palabra pronunciada (y de la lectura de la palabra escrita) es su inscripción en la memoria; la palabra servirá para traernos el recuerdo de los acontecimientos y de los hombres y

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María Eugenia Góngora

mujeres del pasado, de las historias que se constituyeron como grandes relatos míticos, literarios, históricos. Y al mismo tiempo, las palabras son fundamentales en la política, en la conducción de un gobierno, en las constituciones, en los códigos y en las leyes, así como en la economía y en todas las ciencias.

Por eso la atención a las palabras y a su interpretación son claves y ellas dejan entrever su condición original: la disputa por las palabras y su interpretación es, y en realidad ha sido siempre, un campo de batalla. Solo ocasionalmente, y de manera efímera, pareciera que logramos un consenso sobre el sentido de algunas palabras y de la realidad que ellas crean frente a nosotros.

Pero justamente en un momento como el actual, en el que pareciera que solo podemos vivir en el presente, sin atrevernos siquiera a esperar nada más que la satisfacción de nuestros deseos y de nuestras necesidades inmediatas, creo que es más necesario que nunca buscar otros caminos.

Me parece que estamos viviendo en un período de ausencia de certezas o, peor aún, de suspicacia frente a todas las antiguas certezas; un momento histórico en el que la memoria solo puede recordarnos que —quizás— alguna vez ‘vivimos en un paraíso’ y que lo perdimos por tantas razones; entre otras, sin duda, por la desigualdad presente en nuestras sociedades, así como por la explotación codiciosa de todos los bienes; en un momento en el que la esperanza asociada a la política no parece tener suficiente asidero ni justificación. Es en momentos como éste, reitero, que es deseable y necesario buscar otras palabras y recorrer otros caminos.

En un trabajo ya antiguo, me acerqué a “History”1(1841), un escrito del pensador y ensayista norteamericano Ralph Waldo Emerson (1803-1882)2, varios de cuyos supuestos me parecen interesantes porque se adelantan a algunas de las preguntas de nuestro tiempo. Su autor se pregunta qué significa conocer, cómo conocemos el mundo, el arte y la historia; qué nos une como humanos entre nosotros y con el mundo natural. Y Emerson cita en este ensayo una pre-

1

Emerson, R. W. (1950) Atkinson, Brooks, ed. The Complete Essays and other Writings of Ralph Waldo Emerson New York: The Modern Library. 123-144.

2

Góngora, M. E. (2000). “Imágenes para comprender el pasado. Apuntes al pensamiento de R. W. Emerson (1803-1882)”. Revista Chilena De Literatura, (56).p. 111-116.

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El poder de las palabras, la historia y la esperanza

gunta atribuida a Napoleón que, a mi parecer, nos recuerda muy directamente los límites de la Historia, o más bien, quizás, nuestros propios límites. No logramos estar seguros de nuestra posibilidad de conocerla, de comprenderla y de tener certezas sobre nuestro tiempo y sobre el futuro. Y la pregunta es “¿Qué es la Historia, sino una fábula sobre la cual estamos de acuerdo?”3 De ese estudio, o más bien de mis apuntes al pensamiento de Emerson, me siguen llamando la atención el impulso cercano al romanticismo inglés y al romanticismo alemán, tan propio del grupo de los así denominados “trascendentalistas” de la Nueva Inglaterra del siglo XIX: Henry David Thoreau, Amos Bronson Alcott, Margaret Fuller, Elizabeth Peabody, entre otros, cercanos todos ellos a Emerson.4 En este grupo no conformista en materia religiosa, y unánime en su crítica a la sociedad de su tiempo, se puede percibir un sentimiento compartido de que una nueva era estaba cercana y de que cada persona debería buscar su relación original con el Universo, en palabras de Emerson.

Como grupo se interesaron en temas muy variados, y se ocuparon tanto de la reforma de las prácticas religiosas como de las reformas sociales, la educación, la relación con la naturaleza, la condición de las mujeres y la abolición de la esclavitud. Hacia mediados de siglo, por su parte, Henry David Thoreau y Amos Bronson Alcott protagonizaron dos iniciativas que fueron importantes en el campo de la Educación, con la creación de la comunidad de Fruitsland por este último, y la construcción de una cabaña cercana a Walden Pond, por parte de Thoreau. En un notable escrito, titulado Walden, Thoreau da cuenta de su vida en el relativo aislamiento de la cabaña construida por él con sus manos, siguiendo los ritmos de las estaciones y dedicándose a la observación

3

“History” p. 126 (la traducción es mía) La expresión de Napoleon, “Mais qu’est-ce alors cette verité historique, la plupart du temps? Une fable convenue” está registrada en el Mémorial de Sainte Hélène: Journal de la Vie Privée et des Conversations de l’Empereur Napoléon, à Sainte Hélène par Le Comte de Las Cases, Volume 7, Date: November 1816, London: Chez Henri Colburn, 1823 (p. 238). La expresión, con algunas variantes, fue atribuída, en primer término, a M. de Fontenelle: “Il n’ya a pas d’autres histoires anciennes que les fables” (en L’Origine des Fables, 1724).

4

Para un mayor conocimiento de la obra de estos autores, es recomendable la Edición de Laurence Buell, The American Trascendentalists. Essential Writings. New York: The Modern Library, 2006.

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María Eugenia Góngora

de la naturaleza; además de su gran valor literario, Walden es una de las obras ‘fundacionales’ del pensamiento ecologista en los Estados Unidos.

Las propuestas de Emerson sobre la experiencia de la Historia, tal como las leemos en su ensayo “History” son un buen ejemplo de lo que podemos llamar una “búsqueda de sentido”, escrito en un período de cambios y experimentado como una crisis por los pensadores trascendentalistas.

Me interesa recordar aquí algunos ejemplos de su pensamiento en la medida en que la experiencia personal y cercana con la Historia aparecen como lo más importante. Y en este contexto, hay que recordar que en la obra de Emerson la creencia en la existencia de un Alma del Mundo5 tuvo una importancia fundamental.

En primer lugar, Emerson afirma que para todo aquel que recuerda, que investiga, que busca y que viaja, ese ‘viaje al pasado’, tiene como su objetivo principal el experimentarlo como un ‘presente’. “Toda búsqueda en la antigüedad, toda curiosidad acerca de las pirámides, de las ciudades excavadas de Stonehenge, los círculos de Ohio, México, Memphis, es el deseo de dejar de lado el salvaje ‘Entonces y Allá lejos’ para poner en su lugar el ‘Aquí y Ahora’.6 De alguna manera, entonces, podríamos pensar que el viaje hacia el pasado, por diferente y “ajeno” que parezca ser ese pasado, serviría para anular la diferencia, la ajenidad. Esto se debería, de acuerdo a Emerson, a que tanto el ir hacia el pasado como el volver desde ese tiempo al presente, están sustentados en una realidad fundamental, la del “Alma del Mundo”, una especie de psiquis universal común a todos los hombres de todos los tiempos, “alma” que explicaría y fundamentaría la experiencia humana de la historia y del pasado: “Hay una mente común a todos los hombres individuales ( ... ) Lo que Platón pensó, cada uno lo puede pensar; lo que un santo experimentó, todos lo pueden expe5

Entre los ensayos de Emerson, es quizás en “The Over-soul” (1841) que el autor desarrolla esta creencia de manera más amplia. Para el concepto romántico del Alma del Mundo, ver el capítulo “La Unidad Cósmica”, en Albert Béguin: El alma romántica y el sueño (F.C.E., México, 1981). Para una historia de la idea del Alma del Mundo en Platón, es útil el libro de Osear Velázquez: Anima Mundi: El alma del mundo en Platón. Ediciones Universidad Católica de Chile, 1982.

6

“History” p. 127 (la traducción es mía).

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El poder de las palabras, la historia y la esperanza

rimentar; lo que en cualquier tiempo le ha sucedido a cualquier hombre, todos lo podemos comprender”.7 Esta afirmación de la identidad esencial de la experiencia humana no se contrapone, en el pensamiento de Emerson, con la diversidad de los tiempos y de las culturas: “La identidad de la historia es igualmente intrínseca, la diversidad igualmente obvia. En la superficie se da una infinita variedad de objetos; en el centro se da una simplicidad de su causa”.8 Lo propiamente humano sería, entonces, la percepción de la unidad de los fenómenos y, para Emerson, la diferencia entre los hombres residiría sobre todo en sus facultades de asociación de los objetos, en su capacidad de re-unir los fenómenos diversos. Para él, algunos hombres clasifican los objetos de acuerdo a ciertas características accidentales, como el color o la medida; otros, de acuerdo a sus “semejanzas intrínsecas” o según las relaciones de causa y efecto que existen entre ellos. El progreso del intelecto apuntaría a una visión más clara de las causas, visión que dejaría de lado las diferencias superficiales: “Para el poeta, para el filósofo, para el santo, todas las cosas son amables y cercanas, todos los sucesos provechosos, todos los días sagrados, todos los hombres divinos” (...) “Cada sustancia química, cada planta, cada animal en su crecimiento, enseñan la unidad de la causa y la variedad de las apariencias”.9 En el pensamiento de Emerson, la unidad última de la naturaleza no es otra que la unidad última de la historia y, para él, toda realidad es tal en cuanto está relacionada con nuestra vida, con nuestra subjetividad. “Estamos siempre tratando los importantes hechos de la historia en nuestra experiencia privada, verificándolos allí. Toda historia se hace subjetiva, en otras palabras no hay propiamente historia, sólo biografía”.10 Es importante recordar a este respecto la admiración de Emerson por Thomas Carlyle (1795-1881), quien concebía el proceso histórico como “la esencia de innumerables biografías”.11

7

“History”, p. 123 (la traducción es mía).

8

“History” p. 129 (la traducción es mía).

9

“History” p. 128 (la traducción es mía).

10

“History” p. 126-127 (la traducción es mía).

11

Se trata de uma cita de su ensayo “On History” (de 1830), publicado en Critical and Misecellaneous Essays (1838). Esta primera edición de la colección de ensayos de Thomas Carlyle fue publicada por el editor James Munroe en Boston, con un prefacio de Emerson.

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María Eugenia Góngora

En relación al conocimiento de la Edad Media, Emerson se refiere, característicamente, a las catedrales góticas, y nos interesa recordar aquí que para Emerson, como para tantos autores influyentes en el siglo XIX —mencionemos solamente a John Ruskin como un ejemplo más conocido—, el arte gótico fue el fenómeno artístico medieval por excelencia. Emerson supone —como otros autores— que el gótico significó una búsqueda de armonía y que nació de la analogía básica del espacio de culto con el espacio de un bosque: “En una tarde de invierno en los bosques uno percibirá el origen del vitral que adorna las catedrales góticas, en los colores del cielo de occidente que vemos a través de las desnudas ramas entrecruzadas en el bosque”.12 Quizás más significativa aún es la analogía que propone Emerson entre una obra arquitectónica concreta y su autor, analogía que llega a ser identidad; una identidad universal, es decir, que se fundamenta en la existencia de esa ‘Alma universal’, la que permite la comprensión de todo pasado y de toda obra y sentimiento humanos: “La catedral de Strasburg es la contrapartida material del alma de Erwin von Steinbach. El verdadero poema es la mente del poeta; el verdadero barco es el constructor de barcos”.13 Así como Emerson piensa la Edad Media esencialmente como “forma” arquitectónica, la Grecia antigua —en cambio— está “vista” por él en sus pensadores y en sus mitos. Pero como lectores, nos damos cuenta de que para Emerson. son los monumentos, las reliquias visibles y las imágenes, en definitiva, las que permiten la identificación de cada hombre con todo el pasado histórico. Son pues las formas visibles del pasado, aquellas que facilitan el viaje, la peregrinación, ese desplazamiento de la memoria asistida por la visión.

Por otra parte, Emerson no llega a plantearse en este ensayo el problema de la fragilidad de la memoria ni de la destrucción de los monumentos, esos soportes visuales de la capacidad humana de recordar o más bien de ‘revivir’ las experiencias humanas: para él, la existencia del alma del mundo, la psiquis común a todos los hombres en todo tiempo supondría, de alguna manera, la superación de toda fragilidad, de toda destrucción, y es justamente esa ‘Alma

12

“History” p.132 (la traducción es mía).

13

“History”, p. 131 (la traducción es mía).

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El poder de las palabras, la historia y la esperanza

universal’, aquella que permite la unidad última de naturaleza e historia la que da la forma a ese pasado. Ese pasado que es al mismo tiempo un ‘país extranjero’ y un ‘país propio’, una patria común a todos los hombres.

Si pensamos en las adhesión intelectual de Emerson al “trascendentalismo”, un pensamiento fundamentalmente idealista, así como su adhesión a los planteamientos de Carlyle, es posible ver hasta qué punto las intuiciones propiamente estéticas y poéticas se hacen patentes en su pensamiento sobre la historia y de qué manera un concepto tan “arcaico”, prestigioso —y discutible, por cierto— como es el ‘Alma uníversal’, el Alma del Mundo, sirve como causa y agente del proceso histórico en su dimensión esencial, que es la subjetividad humana individual y común a todos los seres humanos, al mismo tiempo. De hecho, Emerson llega a plantear en su ensayo que cada hombre vive en su propia vida personal las diferentes grandes etapas de la historia y puede revivir las fábulas de Homero, de Hafiz, de Ariosto, de Chaucer y de Walter Scott, verificándolas con su propia experiencia. En definitiva, el mundo existe “para la educación de cada hombre”.14 Desde luego, es posible comprender mejor el pensamiento de Emerson si lo leemos en el contexto de los grandes relatos interpretativos del siglo XIX, tanto en su ensayo sobre la Historia como en otros influyentes escritos suyos. Sus palabras fueron poderosas y, aunque sea de manera indirecta, nos muestran que muchas de nuestras preocupaciones actuales ya fueron anticipadas o al menos sugeridas por Emerson, así como por tantos otros influyentes pensadores de su siglo.

Para terminar, quiero volver a mi propuesta inicial: las palabras tienen y seguirán teniendo un poder que nos permite buscar nuevos caminos en un tiempo de dudas y de desesperanza. Y podemos asociarnos a las búsquedas que, superando la tentación de abandonar el empeño, se siguen realizando desde las artes, el pensamiento filosófico y científico, la creación literaria y la reflexión histórica.

14

“History” p. 126 (la traducción es mía)

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María Eugenia Góngora

En ese sentido quiero aludir aquí a un mito que ha llegado a ser una tradición literaria y que se construye al mismo tiempo como una nostalgia y como una esperanza de justicia. Un mito que, si seguimos en este punto el pensamiento de Emerson, debería tener tanto sentido ahora como cuando pudo ser relatado y escuchado por primera vez.

Me refiero a la creencia en la Edad de Oro (una versión del jardín del Paraíso del libro del Génesis) que habría existido en el pasado remoto, pero que también podemos proyectar hacia el futuro. Muchos discursos políticos, sociales y religiosos —y no solo literarios en su sentido más acotado— están permeados por ese mito que encontramos tempranamente en Los trabajos y los Días, de Hesíodo (siglo VIII AC), así como en Ovidio, en Virgilio, en Boecio, y más cercanamente en El Quijote de Cervantes y en otros autores posteriores.

Si creemos en las palabras de Hesíodo, habrían existido sucesivas razas creadas por los dioses, las de Oro, de Plata, de Bronce, la de los Héroes y finalmente la de Hierro, cada una con sus características; nosotros, sin duda, estamos viviendo, así como lo afirmaba Hesíodo de su propia experiencia, en la Edad del Hierro; tal como entonces, en nuestros días todo es dolor, traición y codicia, guerra, crueldad e injusticia.

Y si bien podemos constatar a cada momento que efectivamente vivimos en una Edad del Hierro, el recuerdo y la imagen siempre viva de una Edad de Oro nos permite reconocer los rastros de la bondad y de la justicia que aún permanecen sobre la tierra, como escribió Virgilio en su segunda Geórgica (v.

458-474). Y las palabras del mito, repetidas una y otra vez, pueden alimentar la esperanza, una esperanza que, a pesar de todo, sigue viva más allá de todas nuestras desilusiones. Y en ese sentido, creo que las palabras —en este caso las palabras de un mito de la creación— presente en la experiencia de la Historia siguen manteniendo su poder de persuasión y nos permiten creer en la posibilidad de una renovación.

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Luis R. Oro Tapia Profesor de teoría política, Facultad de Gobierno Universidad Central de Chile.

Luis R. Oro Tapia

Del tiempo cardinal al tiempo crepuscular En los crepúsculos persiste algo que casi no es, osado y triste…

Jorge Luis Borges

En los momentos crepusculares, las formas paradigmáticas se esfuman, como siluetas huidizas, antes de que las sucedáneas logren cuajar. No se sabe si anochece o amanece, ni si es el canto del cisne o del gallo de una civilización. En ellos, la solidez del mundo inadvertidamente se torna feble.

Sus contornos se marchitan, sus valores emblemáticos se desvanecen, todo deviene coloidal. Tampoco se sabe si las nacientes formas se pasmarán o si sobrevivirán a los días convulsos, ni si las sensibilidades emergentes cristalizarán en valores estables. Son años de confusión y angustias; de esperanzas y desencantos; de convicciones fugaces y dudas atrabiliarias. Son tiempos ambivalentes. En ellos coexisten dos mundos, dos reinos en penumbras, pero puesto que ninguno de los dos está consolidado, lo que fácticamente existe es un interregno, una zona gris y viscosa.

En dichos momentos un mismo objeto puede proyectar, simultáneamente, dos sombras desvaídas en direcciones opuestas. Son momentos en que todo —o casi todo— parece real e irreal a la vez. Son tiempos que no están exentos de fantasmagorías, delirios y espejismos. Ellos carecen de un arjé (o, si se prefiere, arkhé o arché), vale decir, de un principio que coadyuve a ordenar lo existente, a instituir un mundo, un orden, un cosmos. En ellos ronda el fantasma de la anarquía (anarkhé) precisamente porque carecen de un arjé. Y puesto que no existe un orden son tiempos desgreñados, lábiles, caóticos e incluso violentos.

El tiempo crepuscular —o sea el interregno— puede durar años, décadas o siglos. Su peculiaridad se torna evidente si se le compara, aunque sea de ma-

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Luis R. Oro Tapia

nera implícita, con los tiempos en los que sí existe un arjé como es el caso del tiempo eje. Para comprender la peculiaridad de aquél es pertinente consignar en qué consiste este último. Por tal motivo, comenzaré explicitando el significado de la dicción tiempo eje, tal como la concibió Karl Jaspers. Después me serviré de la noción de Jaspers para esbozar a partir de ella mi propia noción: la de tiempo crepuscular. Finalmente, delinearé el tránsito del tiempo eje al tiempo crepuscular. ¿Tiempo eje o tiempo cardinal?

La tesis del tiempo eje de Karl Jaspers suele ser atacada por los eruditos desde dos flancos. Unos sostienen que no sería propia de él; a ellos se les puede replicar que el mismo Jaspers explicitó, al momento de enunciarla, quiénes habían tenido una intuición similar a la suya y, además, en su libro Origen y meta de la historia (Editorial Revista de Occidente, Madrid, 1965, traducción de Fernando Vela) consignó, en nota al pie de página, que él construyó su tesis a partir de los barruntos de quienes lo precedieron. Otros impugnan la noción aduciendo casos que no calzan con la tesis de Jaspers; a ellos se les puede contestar que se trata de una generalización, no de una totalización y, debido precisamente a que es tal, existen casos que obviamente no coinciden con la tendencia general. Dichas objeciones desvían la atención de la noción de tiempo eje propiamente tal y, junto con ello, pasan por alto la riqueza de matices que tiene la expresión.

Karl Jaspers denomina tiempo eje a los años seminales que van del 800 al 200 antes de Cristo en tres focos civilizatorios diferentes: China, India y la cuenca oriental del Mediterráneo. En ese lapso se fraguaron los valores fundamentales sobre los cuales buena parte de la humanidad ha erigido, reconstruido y remodelado durante veinticinco siglos los más diversos tipos de ordenaciones en diferentes ámbitos. Ellas, pese a su diversidad, parten de un supuesto compartido: la noción de naturaleza. Dicho en otras palabras: de cierta idea de sustancia, de Ser o, simplemente, del supuesto de que existe un arjé, un fondo último, que permanece inmutable, pese a la vorágine de cambios.

Desgraciadamente los comentaristas hispanoamericanos de Jaspers suelen enfatizar la dimensión geográfica e histórica de la noción de tiempo eje en desme-

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Del tiempo cardinal al tiempo crepuscular

dro de sus connotaciones espirituales. Es verdad que el tenor de la expresión incita de alguna manera a ello. No obstante, la dimensión espiritual comienza a entreverse con mayor claridad cuando se ensaya sustituir dicha dicción por otras que son más expresivas al respecto. Enseguida haremos el intento.

La expresión Achsenzeit que fue traducida por Fernando Vela como tiempo eje también se puede traducir al español como tiempo axial y, más acertadamente aún, como tiempo cardinal. Corresponderá al lector determinar cuál de ellas le hace más sentido.

El vocablo axial proviene del sustantivo griego axón que significa eje, del cual, a su vez, proviene la palabra española axiología. Como se sabe, la axiología es la disciplina que estudia los valores. Ello nos da una pista que nos podría colocar en buen camino. Veamos. La era axial sería, a grandes rasgos, el período en el cual se acuñan los valores fundamentales —es decir, los valores basales— que son aquellos sobre los cuales se apoyan otras valoraciones y, posteriormente, los sistemas normativos que están avalados por cierto coeficiente de racionalidad. Tal edad sería, entonces, algo así como una sementera ética y también dianoética de cuya floración y frutos aún vivimos.

Los valores son los puntos de referencia que orientan la acción. Esa es una de sus funciones vitales. En efecto, los valores enfilan el quehacer humano hacia un norte y junto con ello otorgan un rumbo y, por consiguiente, significado y sentido al quehacer humano.

La palabra equivalente a la española eje y a la griega axón en latín es cardus, de la cual provienen las palabras españolas cardán y cardinal. De hecho, en nuestro idioma usamos la expresión puntos cardinales para referirnos al cruce de los ejes —cardus— que constituyen dichos puntos: norte, sur, este y oeste. Tales puntos, al igual que los valores, cumplen la función de ordenar la realidad y de orientar al ser humano. En síntesis, me parece, que la expresión que mejor refleja lo que Karl Jaspers entiende por Achsenzeit es la dicción tiempo cardinal.

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Este libro fue compuesto con la familia tipográfica Source Serif Pro a 10 puntos.

Interior impreso en el papel bond ahuesado de 80gr/m2, en un formato de 16 x 23 cm.

Fue maquetado en la ciudad de Valparaíso y confiado a la imprenta Grafhika durante diciembre de 2024.