liatón
para m antener bajo control a la población. De entrada, abandonar a la muchedumbre en la ignorancia: cuanto menos sepan, mejor. Debe excluirse, por lo tanto, la enseñanza de la filosofía a los ciudadanos, no fuera que a alguno se le ocurriera pensar por su cuenta (nótese el paralelismo con la reciente exclusión de la misma filosofía en los planes de estudio de las escuelas). Platón ilustra lo inadecuado de enseñar filosofía a la multitud con una curiosa analogía que m uestra bien a las claras su talante aristocrático y esnob: «—Al verlos [a los ciudadanos «com unes» dedicados a la filoso fía], ¿no dirías que se diferencian en poco de un herrero calvo y de baja estatura que, tras hacer una razonable fortuna y haberse libera do de las cadenas, corre a lavarse, se adorna con un vestido nuevo y, acicalado com o un joven novio, se apresta a casarse con la hija de su amo que se ha quedado pobre y sola? —No veo ninguna diferencia — respondió. —Ahora bien, ¿qué clase de descendencia podemos esperar de personas sem ejantes? ¿No será acaso bastarda y de baja estofa? — Por fuerza ha de ser así. —Cuando las personas indignas de ser educadas se acercan y se aplican a la filosofía de forma no digna, ¿qué clase de pensam ien tos y opiniones pensáis que alumbrarán? ¿No serán todo sofismas, com o conviene llamarlos, y nada auténtico y que participe de la genuina inteligencia?»33 Por si ello no fuera suficiente, el Estado está legitimado para ha cer un uso indiscriminado de la m entira siempre que ello le con venga («Solo a los gobernantes pertenece el poder mentir, a fin de
33 República, 495e-496a