El Papel número 47

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un lápiz específico, aprovechando las posibilidades que ofrece la pantalla sensible al tacto. Muy probablemente es este el camino que seguirá la escritura en los próximos años, como parecen entenderlo quienes ahora enseñan escritura manuscrita sobre tableros electrónicos, algo que una ley de Carolina del Norte estableció recientemente como obligatorio, en un intento por mantener esta ya milenaria forma de registrar. Como ya lo decía otro griego, Heráclito, “lo único permanente es el cambio”. Lo afirma también la mercadotecnia cuando asegura que todo producto tiene un ciclo que desemboca en su desaparición. Los instrumentos de escritura, tal como los conocemos hoy, vivirán por siempre -entendiendo por siempre no la eternidad sino el horizonte lejano que apenas vis-

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lumbramos, porque no seremos nosotros los que los veremos desaparecer. Pero lo que están dejando de ser, desde hace años, es aquel instrumento que permitió registrar la historia, los negocios y todo tipo de actividad humana. Están siendo reemplazados en todas sus funciones fundamentales y llegará el día en que los infantes no los utilizarán de manera obligatoria, los usarán en tareas de expresión artística y, probablemente, en el desarrollo de su motricidad. Sin excluir a los adultos que los utilizarán, como ya sucede ahora, para dar un toque personal a una obra o comunicación. Lo que afirmamos puede parecer una simple opinión pero está avalado por diferentes estudios, como el que citaba recientemente Bild, el periódico mas leído de Europa, en donde se afirmaba que uno de cada tres adultos no había escrito nada a mano en los últimos seis meses. La buena noticia es que, como decían los antiguos galos refiriéndose al final de los tiempos, la desaparición de los instrumentos de escritura, tal como hoy los conocemos, no sucederá mañana, ni ningún otro día cercano. Si Tamus, aquel rey del que hablábamos al comienzo, viviera hoy, probablemente diría: “Al final, esto de la escritura no era tan malo, la prefiero a otras formas de registro como las computadoras porque, en última instancia, en cada trazo de quien escribe a mano, deja un pedazo de el mismo”, una huella que los mas modernos sistemas no dejarán nunca.


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