El Mensaje Relatos y Aforismos - J. G. Cano

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J. G. CANO

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Indio Hoy amaneció nublado, como esos días en que me envuelven la tristeza y la alegría relativa. Retomé, entonces, la tarea de escribir sobre aquella mañana en Flagstaff, de frío pero de sol. Todo el día anduve perdido, como suele sucederme en tales jornadas y hasta entrada la noche empiezo las líneas que te debo. Yo fui quien te dejó las piezas de pollo helado y de pan tieso cerca de tu adivinada cara, cubierta con el cuello volteado de tu suera desvaída. Hacía un frío tremendo, del que me gusta, y lo primero que me pregunté es cómo no te moriste todo tieso, enrollado en tus prendas insuficientes a la intemperie. Estabas entre los pequeños arbustos a un costado del hotel que a lo mejor está en terreno que era tuyo y ya no es, como las tierras detrás del cerro nevado, a dos cuadras del Gran Cañón, casi pegando con el desert view. —Aquí no se hace, entiendes bien cuando me miras el gesto de solidaridad babosa que está enfrente. Saludo indio, dijiste cuando te di la mano y extendiste tu garra al antebrazo. Hermano, quisiste decir, antes de arrepentirte por el exceso. Unas piezas de pollo frío no son para tanto. —Esta es mi hija, la que adivina el pensamiento, y te diste cuenta nomás al verla, con sus grandes ojos de miel india a punto del llanto, porque le duele tu miseria y tu mirada aún cargada de los sueños de ayer por la noche, cuando pasaste trastabillando frente a la tienda. Ni quien pensara que ibas a amanecer hecho bola ahí donde te encontramos, casi de casualidad obligada, como si te anduviéramos buscando.


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