Lunes 26-03-12

Page 16

Ciudad CiudadGuayana, Guayana, Martes Lunes 17 26 de de Enero Marzode de2012 2012

Un negrero llamado Alejandro Dumas Carlos Yusti

Que políticos de guardarropía utilicen a periodistas (o escritores) para que les redactan el discurso de orden o la arenga buscavotos es comprensible. Para nadie es un secreto que nuestros políticos son unos iletrados de marca mayor y cuyo libro de cabecera, que han leído con fruición, sin duda sea la gaceta hípica. Incluso se tolera que un holgazán profesor universitario se robe la tesis de algún alumno para redactar un trabajo de asenso. Pero que un escritor acuda a otro escribidor para redactar sus libros es como la coronación paradójica de ese convulsivo mundillo de la escritura, sin hablar de esos plagiarios que a como de lugar quieren convertirse en autores. Se denomina como Negro literario al escritor que por una calderilla (o algunos pbilletes) hace trabajos de escritura para otro, quien al final lo firma con su nombre y se lleva todos los méritos. Eso de negro se patentó en Francia a raíz del auge del folletín en el siglo 19. El folletín funda la literatura como entretenimiento por excelencia y sus ingredientes son argumentos creíbles y de estilo simple en los que el autor recurre a giros imprevisibles de situaciones a medida que se desarrolla la trama y así atrapar al lector. La radionovela y la telenovela actual son fieles a los mecanismos creativos del folletín. Su enorme demanda obligó a sus editores a contratar a un grupo de escritores para producirlos como si se tratara de salchichas. En el ambiente a este tipo de editor se le consideraba, con toda la ironía del caso, como una especie de

negrero, ya que sus exigencias eran tiránicas para poder cumplir con los tiempos estipulados de publicación y a la sazón a los escritores, que domesticaban el hambre de esta manera, se les comenzó a denominar como negro. El caso más interesante de negrero podría ser el de Alejandro Dumas. Quizá fue uno de los primeros en ver en la escritura como una profesión lucrativa. Era un hombre perspicaz al que le gustaba la buena vida. Cuando irrumpe en la creación literaria el folletín por entregas se encuentra en la cúspide. Pronto se hizo un nombre en los círculos teatrales y literarios. La demanda de sus escritos no se hizo esperar. Muchos escritores y autores teatrales, a los cuales el éxito los esquivaba, lo buscaban para conocer los entresijos de su triunfo, la relojería de su estilo, pero Dumas más que alumnos y lisonjeros estaba urgido de ayudantes, escritores carentes de brillo que se sentaran con disciplina a escribir por una paga, mientras él se prodigaba en reuniones sociales y tertulias. Llegó a tener un buen número de escritores contratados a su disposición ( se especula que el número ascendió a 63) y estaban encargados de esbozar argumentos, delinear ambientes y delinear personajes. Lo innegable era que Dumas poseía un toque especial para darle espesor sicológico a los personajes, crear situaciones de sorpresa e intriga, con un toque preciso de humor y drama, para despertar el interés apremiante en los lectores. Tomaba los escritos crudos de sus contratados y los cocinaba con una sazón de genio indiscutible que

gustaba a muchos paladares. Uno de estos escritores asalariados fue Auguste Maquet, quizá no era un genio, pero sus aportes a obras como Los tres mosqueteros (1844), La reina Margot (1845), El conde de Montecristo (1845) El collar de la reina (1850), le dieron un nuevo impulso a la carrera literaria de Dumas. Ahora era algo más que un folletinista y se le consideraba un escritor en mayúscula. Al parecer el poeta Gérard de Nerval los presentó. Para Maquet aquel hombre robusto y jovial representaba el ideal de un escritor que ha llegado haciéndose de un público y con un status de importancia en lo social. Maquet le profesaba cierta admiración al punto tal que le entregó una obra inédita para que Dumas le diera su opinión. Pero Dumas no sólo le dio su opinión, sino que le hizo mejoras sustanciales. Maquet quedó admirado y agradecido. La obra se publicó con los nombres de sus dos autores y tuvo un éxito relativo. Con su segundo libro Maquet hizo lo mismo, se le entregó a Dumas y este volvió a convertirlo en una obra con bastante valor literario. El editor lo leyó y recomendó que valdría mucho más si estaba sólo firmado por Dumas. Maquet consintió y el editor tuvo razón: El libro tuvo una aceptación sorprendente y rotunda. Un poco así comenzó una relación que duraría muchos años. Una película L´autre Dumas, dirigida por Safy Nebbou, cuenta, mezclando realidad y ficción, la relación de estos escritores que terminó en los tribunales y no precisamente por un acto de

justicia o algún otro reconcomio altruista, más bien fue por dinero. Lo escrito por Christopher Domínguez Michael sobre el tema apunta en buena dirección: “Fue Maquet quien decidió poner fin a la relación y denunciar a Dumas, en 1856. Fue el negro quien metió, interesado en obtener una remuneración justa en relación a los millonarios ingresos de Dumas (ochenta centavos la línea, 5626 líneas por volumen, 20 tomos, 52000 francos de oro) a la discusión un concepto de originalidad romántica que era ajeno al gran novelista, cuya defensa jurídica y literaria fue, a su vez, cruel e impecable.” En el juicio se determinó que Dumas era el autor de sus libros, pero le impuso un pago a Maquet por diez años, pero ya el escritor había dilapidado todo lo obtenido en su tren de vida un tanto estrafalaria. El éxito de Dumas le granjeó una cola extensa de envidiosos y enemigos gratuitos. Un tal Eugene De Mirecourt, publicó un panfleto Casa de Alejandro Dumas y Cía.: Fábrica de novelas, en el que acusaba al escritor de publicar los libros de otros bajo su nombre, aparte de insultarlo: “Escarbe un poco bajo la piel de Dumas y encontrará al salvaje. Come patatas que saca ardiendo de la ceniza del fogón y las devora sin quitarles la piel: ¡un negro! Como necesita 200.000 francos al año, alquila a desertores intelectuales y traductores a salario a quienes va degradando a la condición de negros que trabajan bajo el látigo de un mulato!”. El comentario, racismo aparte, alude a la

madre del escritor de origen africano. Este caso también fue a juicio y Dumas lo ganó en buenos términos. Recurrir a escritores asalariados hoy es algo común, pero todavía existe cierto prurito retorcido para declararlo en público. Muchos escritores famosos (políticos y demás fauna de la farándula mediática) tienen su negro siempre listo en el closet. En estos días con el Internet en alza se ha dado la modalidad de la escritura colectiva. Alguien comienza una historia y los usuarios pueden continuarla. Quizá Dumas era un adelantado. Vio la literatura como un negocio, pero también supo que escribir y atender ese mundo fashionable de la fama son actividades contrapuestas. Quizá fue algo más que un negrero que le mató el hambre a tanto escritor de ocasión, quizá era sólo fue un iluminado que coincidió con lo preconizado por Roland Barthes: “Hoy en día, sabemos que un texto no está constituido por una fila de palabras, de las que se desprende un único sentido, teológico, en cierto

modo (pues sería el mensaje del Autor-Dios), sino por un espacio de múltiples dimensiones en el que se concuerdan y se contrastan diversas escrituras, ninguna de las cuales es la original: el texto es un tejido de citas provenientes de los mil focos de la cultura. Semejante a Bouvard y Pécuchet, eternos copistas, sublimes y cómicos a la vez, cuya profunda ridiculez designa precisamente la verdad de la escritura, el escritor se limita a imitar un gesto siempre anterior, nunca original; el único poder que tiene es el de mezclar las escrituras,…” El destino de Maquet fue ser olvidado, o recordado como otro personaje tan de Alejandro Dumas. La vida literaria tiene siempre su toque indiscutible de locura, por aquello que aprendimos de Breton, la imaginación nunca perdona. A Maquet al final sólo le interesaba el dinero, pero Dumas, arruinado y con las deudas ladrándole como perros, ya estaba en esa otra orilla donde la literatura coloca todo en perspectiva y dice la última palabra.

Descartes modificado, pero hablar aquí implica partir del lenguaje reflexivo, creador, lleno de hilos que son la punta de un ovillo digno de desentrañar a cada instante. Hay una inteligencia no necesariamente lógica. En español decimos “la casa blanca”, y se acabó, mientras que suena extraño andarse por ahí con una frase como “the white house”, que es tan normal para los gringos. ¿Quién tiene la razón? ¿Qué oración es más o menos lógica? ¿Cuál es correcta o incorrecta? ¿Alguna de ellas se aproxima con más tino a lo real? Ambas funcionan a la perfección,

no cabe duda. Estoy convencido de que la lógica aquí se va de juerga, cada lengua goza de la suya, muy particular, y cada una vale un universo en sí misma. La belleza para mí quizás tenga poco que ver con la belleza para usted. “Hembra suculenta, piernas de infarto, labios inflamables” dispara adrenalina en torrentes sanguíneos específicos, cuando en otros podría no generar la menor turbulencia. Las palabras significan, significan tanto que los significados en cuestión bien pueden resultar distintos, contrarios, emanados -vaya paradoja- de un

mismo párrafo o vocablo. ¿Qué son unos “ojos de Luna al calor de un cigarrillo”? ¿Qué es un “rostro verde de envidia”? ¿Qué será un “pubis insaciablemente angelical”? Existe el mundo en mí, vislumbro universos, pido un café, pregunto por mi abuela, navego sietes mares con Simbad, porque tengo una lengua que me pone al día con todo ello. Conozco, exploro, llego a internarme en las cavernas de la imaginación, la ficción, lo real, gracias al español, el francés, el wayú o el chino mandarín, que es donde inventamos nuestra puesta en escena, que es donde fabricamos nuestras realidades.

Dumas

Maquet

La inteligencia de las lenguas

Roger Vilaín

El otro día un señor hablaba por la tele. Más que hablar pontificaba. Decía el personaje que todos echamos mano del lenguaje y bueno, le damos forma a las cosas, dialogamos, nos hacemos entender o no, usando a veces bien y en ocasiones con torpeza esa herramienta fabulosa que es el idioma en el que chapoteamos. Justo ahí fruncí el ceño. Un asunto es utilizar la lengua (en verdad, cuidado con ser manipulados por ella) para meternos de cabeza en el mundo, y otra muy distinta suponerla herramienta, imaginarla artefacto, medio para un fin simplemente utilitario. En ella nace lo

que somos, se extienden nuestras posibilidades de expresión o asimilación en cualquier ámbito: filosófico o literario, académico o barriobajero, cafetinesco, putañero o sacramental. Hay en las lenguas una inteligencia única, tan enigmática como fascinante, donde se asienta su poder de seducción, de creación, de posibilidades de expresión, de totalidad integradora, que nos eleva a la altura de lo humano. No existe otro lenguaje capaz de llegarle a los tobillos cuando media semejante hecho. La comunicación a través de las palabras fraguó seres que ya nunca más verían juntos una flor del mismo modo, o

una tarde de lluvia con idéntico horizonte conceptual. Es posible decir “subo a tus senos y admiro tus llanuras desde el Himalaya”, es posible referirse al “verde menta de tu piel”, es sensato afirmar “tu sombra carmesí baila un tap en mis deseos”. Hay una inteligencia muy extraña, perfectamente coherente, una inteligencia que tiene su razón de ser en comunicar más allá de lo evidente, que pone en contacto superficies o profundidades en apariencia intolerables entre sí y que nos agarra por el cuello para permitir que escudriñemos mil facetas de esto que llamamos vida. Uno habla y luego existe, según


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.