Simón Rodriguez Maestro de america

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Alfonzo Rumazo González lo más indispensable para su subsistencia, pero le es imposible aprovecharse de ese beneficio, porque carece de todo recurso para transportarse. Con el fin de proporcionarle lo necesario, se ha abierto en esta ciudad una suscripción, que recauda el presbítero doctor Pedro A.Torres, obispo nombrado de Cartagena; y yo me tomo la libertad de interesar la beneficencia y patriotismo de usted en favor de este venerable anciano. ANSELMO PINEDA.

Torres y Pineda, ¡tripulantes de la generosidad. A continuación de estas nobilísimas palabras del gobernador de Túquerres, publicó el periódico la admirable Carta de Bolívar a Simón Rodríguez, enviada desde Pativilca el 19 de enero de 1824: ¡Oh, mi Maestro!, ¡Oh, mi amigo!, ¡Oh, mi Robinson! ... Usted formó mi corazón para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso.Yo he seguido el sendero que usted me señaló [... ]

Esta carta, que consagra a Rodríguez ante la Historia, la conocían sin duda muy pocos. Ahora, lanzada por la prensa bogotana, entraba a la calidad indestructible de documento público.116 Con el poco dinero de la colecta pública, retorna Rodríguez al Ecuador, como huyendo de la Nueva Granada y a pesar de los buenos deseos de ayuda del obispo de Cartagena Pedro Antonio Torres; el lar cartagenero es lar neo-granadino. Por esta conciencia de frustración que trae, apenas si se detiene en Quito. Proseguirá, rumbo a Latacunga; intuye que allí le auxiliarán. En Quito, de paso, conoce a un distinguido neogranadino, el doctor Manuel Uribe Angel117, a quien le narra la escena del Juramento en el Monte Sacro. Cuenta Uribe: Una tarde, paseando juntos y departiendo en mucha intimidad, se detuvo de pronto don Simón y dijo: “Para que sacies tu curiosidad, voy a referirte lo que pasó en Roma. Un día, después de haber comido, y cuando ya el sol declinaba, emprendimos con Bolívar paseo hacia el Monte Sacro. El calor era tan intenso, que nos agitamos en la marcha lo suficiente para llegar jadeantes y bañados de sudor. Llegados al malecón, nos sentamos sobre un trozo de mármol blanco, resto de una columna destrozada por el tiempo.Yo tenía fijos los ojos sobre la fisonomía del adolescente, porque percibía en ella cierto aire de notable preocupación y 116

Cf. SIMÓN RODRÍGUEZ: Escritos sobre..., págs. 207 a 209.

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FABIO LOZANO Y LOZANO: El maestro del Libertador...

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