Yo antes de ti ♥

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en mucho tiempo. Lo llevé al baño, llené el lavabo de agua templada, le pedí que inclinara el reposacabezas hacia atrás y le puse una toallita caliente sobre el mentón. —¿Qué es esto? ¿Vas a abrir una peluquería? ¿Para qué es la toallita? —No lo sé —confesé—. Es lo que hacen en las películas. Es como el agua caliente y las toallas cuando alguien está de parto. No le veía la boca, pero los ojos se entrecerraron, divertidos. Deseé que siguieran así. Deseé que fuera feliz, que desapareciera de su rostro esa mirada angustiada y alerta. Parloteé. Conté chistes. Comencé a canturrear. Hice de todo con tal de prolongar ese momento antes de que volviera el semblante lúgubre. Me subí las mangas y comencé a enjabonarle la mandíbula, hasta las orejas. Entonces vacilé, con la cuchilla sobre el mentón. —¿Es este el momento adecuado para decirte que hasta ahora solo he afeitado piernas? Will cerró los ojos y reposó la cabeza. Comencé a pasar la cuchilla con cuidado. No se oía más que el agua cuando aclaraba la cuchilla. Trabajé en silencio, sin dejar de estudiar la cara de Will Tray nor y esas arrugas en las comisuras de la boca, prematuras y demasiado profundas para su edad. Le alisé el pelo a un lado de la cara y vi los rastros delatores de los puntos, que probablemente databan de su accidente. Vi las ojeras amoratadas, que revelaban noches y noches sin dormir, el surco entre las cejas, que indicaba el dolor sufrido en silencio. De la piel emanaba un calor dulce, el aroma de la espuma de afeitar y algo muy característico de Will, discreto y caro. Comenzó a aparecer su rostro y vi lo fácil que le habría resultado atraer a alguien como Alicia. Trabajé despacio, con cuidado, animada al verlo en paz, aunque solo fuera un momento. Se me ocurrió que las únicas veces que alguien tocaba a Will era por motivos médicos o terapéuticos, así que dejé que mis dedos descansaran levemente en su piel, intentando que mis movimientos no se pareciesen en nada a la deshumanizadora eficiencia que caracterizaba a los de Nathan y a los del médico. Fue un momento de una extraña intimidad, este afeitado. Comprendí que había dado por supuesto que su silla de ruedas sería una barrera, que su discapacidad impediría toda sensualidad. Curiosamente, no fue así. Era imposible estar tan cerca de alguien, sentir la piel tirante bajo los dedos, inspirar el mismo aire que espiraba, sin perder un poco el equilibrio. Para cuando llegué a la otra oreja había comenzado a sentir algo perturbador, como si hubiera cruzado una frontera invisible. Tal vez Will fue capaz de descifrar los sutiles cambios en la presión de mis movimientos; tal vez se había vuelto más sensible a los estados de ánimo de las personas que tenía cerca. En cualquier caso, abrió los ojos y vi que miraban fijamente los míos.


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