Yo antes de ti ♥

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Recorrimos casi dos kilómetros antes de que volviera a hablar. Tal vez no fueran más que imaginaciones mías, pero pensé que el martilleo de los pies de Patrick contra el suelo había adquirido un tono decidido y lúgubre. El pueblo se extendía bajo nosotros mientras y o resoplaba en los tramos cuesta arriba y no conseguía evitar que el corazón me latiera a toda velocidad cada vez que pasaba un coche. Iba en la vieja bici de mi madre (Patrick no me dejaba ni acercarme a su velocísima bicicleta) y no tenía marchas, así que a menudo me quedaba atrás. Echó un vistazo en mi dirección y aminoró la marcha un poquito para que recuperara el terreno perdido. —Entonces, ¿por qué no pueden contratar a alguien de la agencia? —dijo. —¿A alguien de la agencia? —Para ir a la casa de los Tray nor. Es decir, si llevas con ellos seis meses, seguro que tienes derecho a unas vacaciones. —No es tan sencillo. —No veo por qué no. Comenzaste a trabajar ahí sin saber nada, al fin y al cabo. Contuve la respiración, lo cual fue difícil, teniendo en cuenta que pedalear me había dejado sin aliento. —Porque tiene que ir de viaje. —¿Qué? —Tiene que ir de viaje. Y nos necesitan a mí y a Nathan para ay udarlo. —¿Nathan? ¿Quién es Nathan? —El cuidador médico. El tipo al que conociste cuando Will vino a casa de mi madre. Vi cómo Patrick pensaba. Se limpió el sudor de los ojos. —Y antes de que lo preguntes —añadí—, no, no tengo una aventura con Nathan. Patrick redujo el paso y se quedó mirando el asfalto, hasta que casi pasó a correr sin moverse del lugar. —¿Qué es esto, Lou? Porque..., porque me parece que se está borrando la línea que separa lo que es el trabajo y lo que es... —se encogió de hombros— normal. —No es un trabajo normal. Ya lo sabes. —Pero Will Tray nor parece que tiene prioridad sobre todo lo demás últimamente. —Ah, claro, no como esto. —Retiré las manos del manillar y señalé con un gesto los pies en movimiento de Patrick. —Esto es diferente. Él te llama, tú vas corriendo. —Y si tú vas corriendo, y o voy corriendo. —Intenté sonreír. —Qué graciosa. —Se dio la vuelta. —Son seis meses, Pat. Seis meses. Tú fuiste el que dijo que debía aceptar este


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