De La Urbe 75

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4 Editorial Comité editorial: Patricia Nieto Nieto, Jorge Alonso Sierra, Luis Carlos Hincapié, Raúl Osorio Vargas, Jaime Andrés Peralta Agudelo, Elvia Elena Acevedo Moreno, Heiner Castañeda Bustamante, Gonzalo Medina Pérez, Natalia Botero Oliver Dirección: Juan Camilo Jaramillo Acevedo Coordinación editorial: Daniela Jiménez González, Juan Diego Posada Posada, Juan Manuel Flórez Arias, Sofía Villa Múnera, Mariana White Londoño Redacción: Diego Agudelo Gómez, David E. Santos Gómez, Daniela Jiménez González, Mariana White Londoño, Juan Diego Posada Posada, Alba Rocío Rojas, Andrea Aldana, Yéssica Petro Escobar, Diana Sofía Villa Múnera, Diego Zambrano Benavides, Eliana Castro Gaviria, Alexis González Molina, Juan Manuel Flórez Arias, Karen Andrea Parrado Beltrán, Carolina Enríquez Ruíz Corrección de estilo: Alba Rocío Rojas Diseño: Cristina Montoya Ramírez Fotografía: Juan Camilo Jaramillo, Diego Zambrano Benavides, Sofía Villa, Natalia Botero Oliver, Miguel Ángel Romero, Alejandro Buriticá, Sara Castillejo Ditta, Samuel Martínez Cómic: Pablo Pérez (Altaís) Caricatura: Moly Portada: Alejandro Buriticá Impresión: La Patria, Manizales Circulación: 10.000 ejemplares

Para volver a creer Q

uizás no haya un duelo más difícil, un ejercicio de memoria más complicado, que el que se relaciona con la desaparición forzada. Al mismo tiempo, se trata de uno de los crímenes menos investigados en Colombia, a pesar de que la Unidad para la Atención y Reparación Integral a las Víctimas reporte más de 31 mil denuncias por estos casos. Tan solo hasta 2010, la Fiscalía creó una unidad especializada para la investigación de desapariciones, y apenas en 2012 se promulgó una ley que permitiera declarar a alguien desaparecido sin tener que esperar dos años sin confirmar su muerte. Un delito en el que el Estado tiene mucha responsabilidad. No solo por su indiferencia frente a estos crímenes, sino por su participación directa. De acuerdo con varios informes del Centro Nacional de Memoria Histórica, la desaparición forzada se trata de un crimen cometido principalmente por el Estado, ya sea directamente o a través de alianzas con paramilitares o narcotraficantes. De ahí que lo que está pasando en la Comuna 13, con la remoción de tierra por parte del CTI de la Fiscalía en un sector de La Escombrera, sea importante para conocer la verdad y propiciar los duelos necesarios para tantas personas que esperan respuestas. Solo que al probable hallazgo de las osamentas se deben agregar las acciones efectivas de verdad, justicia y reparación. No es suficiente un consuelo ritual que, al tiempo, destape y sepulte esta historia violenta. Para las víctimas y sus familias, para la sociedad civil que encarnan, para la magnitud de un conflicto que desborda lo que hoy se negocia en La Habana, incluso para lo que muchos políticos radicalistas califican como una falsa

Opinión

Bolívar como excusa

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Número 75 Septiembre de 2015

No. 75 Septiembre de 2015

paz, no es suficiente que se presuman cifras de entre 40 y 200 cadáveres por recuperar entre las toneladas de tierra de La Escombrera. Es por fin el derecho de las víctimas a saber lo que pasó realmente con sus familiares: las muertes selectivas, la eliminación de defensores de los derechos humanos, el exterminio de artistas, sindicalistas y líderes comunitarios. Acciones que han seguido sembrando, desde 2002 hasta nuestros días, el miedo y la desesperación en la Comuna 13. Cabe exigir que, primero, se sepa la verdad integral, que se esclarezcan responsabilidades por parte de las fuerzas del Estado, de los líderes políticos de la época, de las agrupaciones paramilitares y guerrilleras que en aquel entonces se disputaron el territorio estratégico de La 13. Se trata, en suma, de superar con la reparación, la impunidad que significa el mayor obstáculo frente a la premura de un nuevo clima de convivencia en Medellín y en Colombia. Por su parte, las víctimas y las organizaciones civiles que las representan también deben exigirse a sí mismas un criterio independiente. El hecho de que el Estado, en este caso el Municipio de Medellín, haya destinado una partida presupuestal como financiador de las excavaciones, no significa que la información que se derive del proceso se ‘institucionalice’; no implica que se homologuen las opiniones y que se silencien las denuncias. No hay pacto de silencio posible en torno a los probables hallazgos de La Escombrera. Ni las víctimas ni la sociedad civil podemos caer en la trampa de ‘privatizar la memoria’.

David E. Santos Gómez davidsantosg82@gmail.com

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a vida de Simón Bolívar, adornada por desgracias y glorias, por triunfos de pétalos de rosa y derrotas de entierros prematuros, me ha parecido por años una encarnación de la paradoja latinoamericana. Euforias no reconocidas y disputas sangrientas. Falsas hermandades. Intereses que aplastaron las necesidades reales. Hombres con almas divididas y discordantes. El mantuano era un hombre contradictorio. Cercano con algunos y déspota con otros. Variable como fue variable su vida a lo largo de los estrechos 47 años en los que definió el rumbo de estas tierras. Nació con riquezas, pero entregó su existencia y sus tesoros a la lucha de una idea de forma enfermiza. Agonizó, como por momentos agoniza nuestro continente, en medio del más pavoroso olvido, mientras lo arropaba el odio de un altísimo porcentaje de los que antes lo habían llenado de coronas de laurel. ¿Qué era la América del Sur en ese entonces y qué es ahora? Quizá lo mismo con diferente follaje. Una tierra inhóspita, pero cálida con sus hijos que no duda en devorarlos en medio de aterradores arranques de ira. Una zona de apabullante riqueza que tiene en sus hombres a lo mejor y lo peor de su esencia. Lo más bello y lo más horroroso en un mismo saco. Hace exactamente 200 años el caraqueño, derrotado y exiliado en el Caribe pero entusiasta por la causa emancipadora que veía en el futuro cercano, despachaba en una veintena de folios la Carta de Jamaica, quizá el documento constitutivo de las luchas suramericanas por la independencia del Imperio español. Dos siglos después, volver a las intenciones de lo que plasmó Bolívar en tinta revela un triste recordatorio de lo que pudimos ser, pero nunca fuimos: un continente equilibrado, justo, poderoso y, sobre todo, libre. En el 2015, la Suramérica bolivariana se aboca al desastre. De la carta de 1815 que nos nombró como país y escenificó las posibilidades futuras de cada nación, tras una

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juiciosa radiografía, queda muy poco. Estas tierras andan hoy plagadas de gobiernos ferozmente descompensados, de pueblos que luchan contra la enorme desigualdad y de muy pocas intenciones integradoras. Es cierto, hay también esperanzadores avances, pero de cada paso dado hacia adelante parecemos dar dos hacia atrás. Las ideas unificadoras que fueron fuelle del nuevo pensamiento bolivariano del siglo XXI han hundido sus pies en el barro de la realidad. La integración era únicamente aceptable si todos pensaban igual, seguían los mismos parámetros programáticos en la política y la economía. Una estupidez de un cariz absolutamente antiliberal. Por eso mismo, ahora se resquebraja. El sur-sur, del que hablaron Chávez y Lula, poco existe, mientras las fronteras explotan y las economías colapsan. Si estamos bien, debemos unirnos; pero ante la primera problemática hay que darle la espalda al que se está ahogando. Se trata al otro como a un leproso geopolítico. Herencias de un pensamiento bolivariano traducido con el idioma de los fines y no de los medios. Es muy posible que antes de morir en 1830, desengañado y vapuleado en la Quinta de San Pedro A leja ndrino, Bolívar alcanzara a vislumbrar que lo escrito en Jamaica, década y media antes, se había ido al traste. Esos últimos meses los sobrevivió con explosiones de entusiasmo que no llevaron a ninguna parte para, finalmente, agotarse como un escuálido cuerpo que se quedaba chico ante su portentosa historia. Ya muerto se le habrían de reconocer sus luchas y se insistiría en su placa de Libertador; aunque sus políticas lo habían llevado por caminos autoritarios y dictatoriales. ¿Con cuál Bolívar nos hemos quedado? Cada rincón de esta tierra suramericana tiene una respuesta diferente. Cada gobierno de cada nación se apropió del que más lo beneficiara. De un mismo Simón, han sacado cientos de Bolívares para tenerlos atrás en banderas y retratos y defender sus luchas mientras deforman su ideario. Se paran en los hombros de un gigante mientras, sin pena, mezclan frases de distintas épocas y pensamientos de diversos momentos. Hoy, en este continente sangrante, Bolívar no es un recuerdo de grandeza: es una excusa para infamias.

¿Con cuál Bolívar nos hemos quedado? Cada rincón de esta tierra suramericana tiene una respuesta diferente.

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