Revista delatripa no 3

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Méjico májico Mavi Robles-Castillo

E

n el litoral oaxaqueño, muy cercana al Istmo, se encuentra Playa Cangrejo. Una pequeña comunidad de pescadores que no rebasa los quinientos habitantes; allí puedes encontrar un pescado tan grande como lo puedas sostener, por sólo dos míseros pesos. De madrugada se hacen a la mar y cuando el sol apenas acabó de asomar por completo, ellos ya están sobre la arena, bebiendo cervezas bien heladas, producto del poco dinero que consiguieron malbaratando su pescado. Maclovio cuenta que una mañana cualquiera estaban ellos bebiendo, y de pronto vieron una avioneta descender de manera extraña, empezó a volar como mosquito, y de repente terminó incrustada en el follaje de la costa. Armaron una comitiva para realizar la expedición. Al llegar se encontraron con que faltaba el piloto; se había esfumado porque no se encontró rastro de él por ningún lado. Lo que no desapareció fueron unos enormes bultos llenos de cal, algunos de los cuales la comitiva llevó a resguardar al pueblo. El mensaje era divinamente claro y, fieles a la gran tradición beisbolera de su tierra, decidieron darle una generosa marcadita al campo de beis, esa que tanto le hacía falta y que tantos politicuchos y personajillos políticos les habían prometido e incumplido. Animosos dispusieron de la cal y dejaron su campo en condiciones dignas. Durante la tarea, y ya con su campo esplendoroso, empezaron a sentir vibras de envalentonamiento y bravura; no faltó el insidioso que sugirió retar a sus archienemigos de la playa 46

delatripa: narrativa y algo más

vecina y rápido se organizaron otras dos comitivas; una que marchó a tierras enemigas a lanzar el reto y otra que se encargó de anunciar por todo el pueblo el duelo a celebrarse. Aceptando el desafío llegaron a Playa Cangrejo los contendientes; del juego no se sabe mucho, no sabemos si hubo o no un ganador, si se anotaron carreras o qué sucedió. Lo que si recuerdan es que no se jugaron todas las entradas, una vez comenzado el juego y con la algarabía que ya reinaba en la comunidad, los robos de bases, las barridas y las correteadas sumieron en una nube de polvo blanco el estadio. Muecas desfiguradas, caras torcidas, bocas jaladas, mordidas, chuecas y otras desfigura-ciones eran visibles en la mayoría del público y los peloteros. Otros lucían mucho más perturbados por el talquito, como mamá Sheila, seño de 79 veranos y partera del pueblo, quien bailaba candente reggaetón sobre el montículo con el parador en corto del equipo rival. Por jardín central, el cátcher de los locales se lanzaba una y otra vez como toro contra la barda, mientras le imputaba a un compañero su desprecio amoroso, Joaquín -decía- ¿Ya no recuerdas esa noche que pasamos juntos?, a lo que Joaquín respondía con un solemne, ¿De qué hablas pinche puto?. Así transcurría el juego, hasta que a algún cristiano se le ocurrió insinuar que esa cal podía no ser cal y que tal vez fuera perico. Como respuesta inmediata una comitiva desorganizada, y que más bien


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