Deg.E.Fanzine 6

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Sara R. Gallardo Siete plantas subimos hasta llegar a su casa. Íbamos en el ascensor, los dos mirándonos en el espejo, guardando un silencio ritual. Escrutándonos la mirada. Luego bebimos vino, uno de la tierra, para darle sabor a los besos, mientras cocinábamos nuestro deseo. Mezclamos nuestras manos de harina y nos llenamos de alcohol y palabras dulces mientras la cena crepitaba expectante encima de la mesa. Había nacido hacía pocos otoños, muchos menos de los que él creía, y, sin embargo, llevaba demasiadas primaveras dolorida al caminar por las avenidas de una ciudad muerta. Las articulaciones de mis pies crujían de hastío y de ternura al recorrer esa ciudad que ahora nos acogía cómplice y sin rencor. Nos guardaba en silencio, para que nadie supiera dónde estábamos, mientras allá en el parque, los árboles dejaban escapar sonidos de tambores y yo miraba la ciudad desde la ventana, esperando algo, quizás el viento calmo del verano, quizás un abrazo inesperado. Pidió que me sentara en su sitio. Enfrente del paisaje. Comimos poco y hablamos mucho. Con la ventana abierta como una flor, trayéndonos los olores de la ribera. Hablamos de Rayuela. El tirante de mi vestido se caía de vez en cuando y él me recorría con la mirada parpadeando mucho y jugaba con sus manos. El viento libre dejaba entrever mis versos libres pendiendo de mis labios rojos. Sus pupilas dilatadas esperaban el postre. Siete silencios compartimos, mientras yo hurgaba en las estanterías, veía vibrar la llama trémula de las velas que él tenía colocadas por toda la casa. Descalza, pisaba el vestido largo con el que trataba de impresionarle. Me recosté en su sofá sin que él me lo permitiera. Posamos las copas vacías. Junté mis pies y él los miró. Luego tocó mis tobillos y subió sus manos por mis piernas claras.


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