pastillas para vivir

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El hombre menos pensado 1. Converso con el chico de la sección frutería. Con ácido en la lengua se queja del sueldo negrero que gana. Como ocurre generalmente me harto de él en pocos minutos porque cae en el lugar común de los problemas económicos. –Una reverenda porquería -protesta

alguien a veinte metros de mí. Abandono la sección frutería y corro hacia el autor de aquellas palabras, abriéndome paso con ruido de sirena de ambulancia entre las señoronas que revisan criteriosamente las manzanas Granny Smit. Sorteo la góndola de los oleaginosos, rozo en mi apuro la espalda de un nene pelo cobrizo que toquetea las botellas de aceite aprovechando el descuido de su madre ocasionando la caída de una de ellas al suelo y la consiguiente catástrofe rápidamente controlada por el servicio de limpieza. Llego cuando el hombre objeto de mi curiosidad escupe la última sarta de insultos hacia la industria editorial. Tuerce los labios finos, minúsculo detrás de unos anteojos y una barba hirsuta que intenta sin éxito darle un aire intelectual y lo asemeja más a una cruel parodia. A su lado una mujer, rubio teñido, blusa lila y pantalón negro de lycra, lo toma por la cintura, acercándole la mejilla, suavizando sus modos, arqueando la boca en una sonrisa candorosa: –Pero fijate qué lindo queda tu libro al lado del de John Smit _le dice ella culminando su maniobra de apaciguamiento. –No deja de ser una porquería -replica sin conceder tregua a la autocrítica, dando la espalda y enfrentando bruscamente la góndola de los dulces. Con cautela, habiendo esquivado a un calvo que pasó con una flauta y un litro de leche en la mano hacia la caja, le murmuro: –“Tienes razón, no le hagas caso, eres demasiado pequeño para compartir un lugar al lado de John Smit. Yo te apoyo. Doy fe.” –Cierto. –¿Qué dijiste? -pregunta la mujer cuando lo oye balbucear. –No... nada... –Mirá que te conozco. Sé lo que te pasa cuando te ponés así. A ella le resulta fácil adivinar sus actitudes. Transparente, el hombre insignificante carece de un rostro mineral, los pensamientos e intenciones se le escurren por los poros inadvertidamente. Sería un pésimo jugador de truco. –¿Cuándo vas a empezar a valorar tus cosas? ¿No te das cuenta que gracias a eso podés vivir sin problemas? Él vuelve a empujar el carrito. Más adelante ella elige un tubo de pasta de dientes y dos jabones de tocador. Los sigo de cerca. El tema me interesa. Estoy aburrido de los problemas conyugales, de las crisis de adolescencia, de los conflictos entre amigos. Ahueco mi mano a modo de altavoz y le grito a centímetros de su cabeza: –“Sí, tienes el dinero suficiente, pero no escribes lo que te gusta.” –Sí, tendré el dinero suficiente pero no escribo lo que me gusta. –Bueno, ya hablamos de eso, dejemos el asunto. No me hagas enojar por una pavada. Dos adolescentes pasan por detrás de mí, evaluando la conveniencia de comprar la nueva promoción de protectores diarios. Casi me hacen perder el hilo de la conversación.


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