Dios no es bueno christopher hitchens

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EL ARGUMENTO DEL DISENO

Conocemos la respuesta en todos los casos: han sido invenciones esforzadas de la humanidad (realizadas también mediante ensayo y error), han sido fruto de muchas manos y continúan «evolucionando». Esto es lo que vuelve despreciables las paparruchas del creacionista, que compara la evolución con un torbellino que soplara sobre un depósito de chatarra y nos presentara después la fornia de un avión jumbo. Para empezar, no hay ((partes))que estén por ahí flotando a la espera de ser ensambladas. Por otra parte, el proceso de adquisición y descarte de «elenientos))(de manera muy especial, las alas) dista mucho de parecerse a un torbellino, tal como puede imaginarse que fue. El tiempo empleado en ello se parece más al de la vida de un glaciar que al de la de una tormenta. Además, los avionesjumbo no se montan con <(elementos»inservibles o superfluos heredados tangencialmente de un avión con menos éxito. ;Por qué hemos aceptado con tanta facilidad llamar a esta antigua no teoría ya refutada por su nuevo disfraz arteramente escogido de «diseño inteligente))?N o tiene nada en absoluto de ((inteligente)).Son las mismas supercherías. Los aviones, concebidos por el hombre, «evolucionan»a su modo. Y también evolucionamos nosotros, de un modo un tanto distinto. A principios de abril de 2006 se publicó en la revista Sci~nceun amplio estudio de la Universidad de Oregón. Basándose en la reconstrucción de genes antiguos procedentes de animales extinguidos, los investigadores consiguieron demostrar cómo la no teoría de la «complejidad irreductible)) es una burla. Descubrieron que las moléculas de proteínas utilizaron lentaniente el procedimiento de ensayo y error reutilizando y alterando sus elementos existentes para actuar conlo una especie de mecanismo de cerradura que activa y desactiva hormonas discrepan te^.^ Esta niarcha genética se inauguró ciegamente hace 450 millones de años, antes de que la vida abandonara el océano y mucho antes de que aparecieran los huesos. En la actualidad sabemos cosas acerca de nuestra naturaleza que los fundadores de la religión ni siquiera podrían haber imaginado y que, en caso de haberlas conocido, habrían acallado sus lenguas, demasiado seguras de sí niismas. Pero, una vez más, en el momento en que uno se ha deshecho de las presuposiciones superfluas, la especulación acerca de quién nos diseñó para que fuéramos diseñadores se vuelve tan infructuosa e irre-


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