LAS MANCHAS DE RORSCHACH

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Las Manchas de Rorschach

DAC Daniel

menos en nuestros corazones. Nos habíamos dejado llevar por la envidia, por la idea de mantener nuestras ideas a costa de cambiarle la vida al resto. La Suegra me había visitado tres veces en el Ministerio para que yo influyera en las filas interminables de Blanco para poder conseguir sólo un miserable kilo de pan o de margarina. ¿Ese era el país que yo había soñado, con mercado negro por todos lados, con miedo, con tensión? Lo peor es que un Ministerio de Educación no tenía influencia en la Economía del país. Y las mejoras en Educación estaban estancadas por otros temas. Tal vez ese fue el motivo que ocasionó mi arrepentimiento y mi descontrol, cuando estábamos a pocos metros de la Villa Rorschach, y nos decidíamos a volver a la ciudad, donde se decía que ya estaba ocurriendo la Operación. Yo miraba por la ventana trasera del viejo automóvil cómo el humo del incendio seguía esparciéndose a lo lejos, mientras en mi mente aparecían todos aquellos recuerdos de El Pequeño Gigante, a quien había llegado a conocer mucho, y que se podía decir que era parte de los emblemas nacionales, porque él andaba de ciudad en ciudad con sus queridas manchas, dando solución a los desvalidos. Su único error había sido el de apoyar el resguardo de las armas. Un error que debiera haberse pagado con cárcel y no con su muerte. La muerte que yo había ocasionado, y que también me ponía del lado del odio y la venganza. Con una de las pocas fuerzas que me quedaban después de iniciar el gran desastre de la villa, le di un golpe en la cabeza a Robinson, quien manejaba el automóvil, y que, con el golpe, perdió el control de vehículo, e hizo que trastabilláramos de un lado a otro. Tuve que tomar el volante, para que no perdiéramos el rumbo, hasta poder detener el auto. Malvina, que también estaba ahí, me miraba asustada, pero en ningún momento me preguntó ninguna palabra ni se quejó de mis actos. Es más, cuando le pedí que me ayudara a sacar a Robinson del auto y me entregase el arma que tenía en su bolsillo, lo hizo muy tranquila y con nervios de acero. Yo pienso que ella también quería verlo muerto. 168


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