Capitan Grampus (Vista previa)

Page 1




Tragamanzanas


Abre el libro... ...haz que ocurra


Este libro está inspirado en

Juan M. R.

Colección Aon

Título original: Juan Grampus Primera edición en Julio 2013 Texto: Sara Nicolás y Óscar Rull Ilustraciones: Álvar Fernández © LOS CUENTOS DE TRAGAMANZANAS Manzanares el Real, Madrid Teléfono: 91/140 92 17 editorial@tragamanzanas.com www.tragamanzanas.com

Impreso en Madrid, España Depósito Legal: M-20128-2015 ISBN: 978-84-944467-2-9

El papel que usamos en nuestros libros procede de bosques gestionados para la sostenibilidad.


El capitán Grampus Sara Nicolás & Óscar Rull

Tragamanzanas

Ilustraciones:

Álvar Fernández



1. Juan Grampus

J

uan Grampus era un pirata muy joven. El pirata más joven que jamás haya conocido el mundo piratil. Apenas había cumplido siete años y ya era el capitán de una veloz fragata de tres palos y seis cañones. Bajo sus órdenes tenía a treinta y cuatro hombres y medio, y aunque ninguno era demasiado fiero, cuando se ponían todos juntos con sus ropas rotas y sus pañuelos negros en la cabeza los demás barcos echaban a correr. O más bien a navegar. Que es en realidad lo que hacen los barcos. A Juan le conocían como el «Hijo del mar» porque había sido criado por una manada de grampus, una especie de delfines grandes, de color gris y con dos rayas blancas a los costados. A veces se les confunde con las orcas, solo que los grampus son mucho más amables. Antes de que encontraran al pequeño Juan ya se hablaba de él. Hasta las tabernas de Isla Tortuga llegaban marineros asegurando que habían visto un niño viajando a lomos de un grampus. Juraban haberlo visto con sus dos ojos, o con su único ojo, porque en el mun9


do de los piratas había mucho tuerto. Pero por lo general nadie les creía; los demás piratas se reían de ellos y les tiraban a la cabeza una jarra de cerveza. Hasta que cierto día, la fragata del capitán Robbie “nueve dedos” encontró al niño. Justo después del amanecer el vigía dio la voz de alarma. –¡Náufrago a la vista! –gritó. Cuando la fragata se acercó un poco más descubrieron que no se trataba de un náufrago, sino de un niño que estaba nadando en mitad del océano. Aquello fue muy extraño, ya que el niño no estaba llorando ni asustado como lo estaríamos tú o yo en una situación similar, más bien todo lo contrario, se le veía muy feliz y tranquilo. El navío del capitán se acercó tanto como pudo y Robbie, desde lo alto del casco, le arrojó una soga y gritó: –¡Sube muchacho! Pero Juan, que todavía no se llamaba Juan, comenzó a nadar más deprisa. Entonces Robbie gritó a su tripulación: –¡Que echen las redes! Y la tripulación dejó caer las redes pescando al desdichado niño que trataba de huir. 10


Nada más subirlo al barco se dieron cuenta de que era muy pequeño, apenas tenía cuatro años. Su piel estaba arrugada a causa del agua y la sal, y además no sabía caminar. Tumbado panza abajo sobre el suelo de madera, trataba de nadar inútilmente por la cubierta. –¿Qué le sucede? –preguntó el pequeño Tim, un grumete de doce años. –¡Diantre! que no sabe caminar –respondió Jack «sindientes»–, se cree un pez. –¿Un pez? –dijo Tim abriendo mucho los ojos. –Sí, un grampus –dijo el capitán Robbie. Después, mirando a su tripulación añadió–. Camaradas, creo que acabamos de encontrar al «Hijo del mar». Y todos los demás piratas exclamaron asombrados. Mientras tanto, la manada de grampus comenzó a nadar alrededor del barco profiriendo agudos chillidos. Nadie sabía cómo Juan había llegado a convivir con los grampus. Ni siquiera el propio Juan lo recordaba. A veces, en sueños creía ver un hombre que se le acercaba sonriente y le cogía en brazos. El hombre era muy grande y en uno de sus brazos llevaba tatuado una especie de enorme orca saltando sobre un arpón. Pero 11


todo estaba muy borroso como suele estarlo en los sueños, y Juan suponía que aquello no significaba nada. Le llamaron Juan en honor a Juan el Satisfecho, un pirata que había muerto la semana anterior mientras comía una enorme cantidad de carne ahumada, su favorita: «Esta carne está de muerte» fue lo último que dijo justo antes de caer sobre el plato. Así fue como Juan pasó a ser parte de la tripulación del capitán Robbie «nueve


13


dedos». Los demás tripulantes en seguida se encariñaron con el niño. Bueno, con el niño y con los tres grampus que desde ese día siempre los acompañaban. Con el tiempo Juan no solo aprendió a caminar, hablar y navegar, sino que se convirtió en el capitán de la fragata. El capitán más joven y atípico que haya existido jamás en el mundo piratil. Aunque todo esto ocurrió justo después de que el capitán Robbie muriera.

14


2. La muerte de Robbie «nueve dedos»

A

l capitán Robbie le llamaban «nueve dedos» porque aseguraba que ese era el número de dedos que tenía en las manos. Pero no era cierto pues tenía diez como todo el mundo. Lo que ocurría es que como solo sabía contar hasta nueve creía que le faltaba uno. Era un hombre alto, rechoncho, de pelo negro y rizado. Su piel estaba tostada por el sol, y era tan dura que parecía cuero. Tenía un vozarrón que se podía escuchar a varias millas de distancia. Y como a la mayoría de los piratas lo que más le gustaba era cantar y beber ron. También era un estupendo capitán, justo con su tripulación y rudo con sus enemigos. Sabía ser compasivo, aunque si se enfadaba perdía los estribos. Entonces era capaz de romper el palo mayor de un único puñetazo. Por fortuna se enfadaba poco, casi siempre cuando alguien no guardaba los modales. Y es que el capitán Robbie «nueve dedos» era tremendamente educado. Excesivamente educado. Educadísimo. 15


Obligaba a todos sus tripulantes a darse los buenos días y las buenas noches. Y si a alguno se le olvidaba le ordenaba limpiar las redes. Tenían que comer todos juntos, bien sentados y con las manos limpias. Nadie podía levantarse hasta que no hubiera acabado el último comensal. Y si mientras comían eran atacados por enemigos, los piratas tenían que permanecer en su sitio, masticando con la boca cerrada, escuchando silbar bombas por encima de sus cabezas. –Es de mala educación levantarse mientras otros comen – decía Robbie limpiándose el bigote con una servilleta. También les exigía lavarse los dientes tres veces al día, por eso la tripulación del capitán Robbie era la que mejor dentadura tenía de todo el Caribe. La mayoría conservaba todos sus dientes, excepto Jack que había perdido más de la mitad en una pelea. Si sorprendía a algún marinero cometiendo alguna pequeña falta como dormirse en horas de trabajo o beber ron a escondidas, le pedía por favor que no lo volviera hacer. Pero ¡ay si le escuchaba eructando en la mesa! le enviaba a remar a las galeras durante toda una semana. 16


17


Sí, Robbie «nueve dedos» era el capitán más educado de cuantos surcaban los mares. Y fue el exceso de educación lo que le terminó matando. Ocurrió durante una cena con el gobernador de Isla Cristina, Eden Charles, y varios de sus hombres. Querían tratar con Robbie importantísimos temas de alta mar: pretendían que Robbie y su tripulación se convirtieran en corsarios. Los corsarios eran también piratas, pero a las órdenes de un gobernador o un rey. Esto podía ser muy cómodo, pues contaban con el beneplácito de los gobernantes y, en caso de ser capturados, no los ahorcarían, que era lo que les sucedía a los piratas corrientes. Aunque por otra parte perdían su libertad, y gran parte del botín que deberían entregar a su nuevo jefe. Robbie no estaba dispuesto a trabajar bajo las órdenes de nadie, pero como era tan educado, aceptó escuchar la propuesta del gobernador y además invitarle a probar sus mejores pescados y carne ahumada. El gobernador Eden era un hombre oriundo con un apetito insaciable que para colmo comía muy despacio. –Hay que masticar cada bocado setenta y dos veces para evitar los ahogamientos –afirmaba. 18


Por lo tanto las reuniones con él solían alargarse durante horas y horas. En aquella ocasión, al poco de sentarse a la mesa, el capitán Robbie sintió unas enormes ganas de hacer pis, pero su extrema educación no le permitía levantarse de la mesa, y mucho menos para ir al servicio. No le quedó más remedio que aguantar. Aguantó el primer plato. El segundo. El tercero. El cuarto. De nuevo una repetición del cuarto. Y por último el postre. Estuvieron comiendo hasta la madrugada, y para cuando el gobernador se dispuso a abandonar la mesa, Robbie sudaba y parecía a punto de desmayarse. Solo cuando el último de los hombres del gobernador puso un pie en tierra, Robbie se dejó caer contra el suelo. Tenía la vejiga tan hinchada que parecía un enorme balón de fútbol. Su cara mostraba un extraño color verde, y apenas podía hablar. Aun así, antes de expirar dedicó sus últimas palabras a la tripulación, que le observaban con lágrimas en los ojos. –Es mejor morir como un hombre educado que vivir como un gorrino –exhaló. Y murió. 19


Después le arrojaron por la borda y cayó al mar. Mas no es que fueran unos desagradecidos, sino que esa era la forma en la que los piratas honraban a sus difuntos. Con Robbie muerto a la tripulación no le quedó más remedio que encontrar un nuevo capitán.

20


3. Capitán Grampus

A

la mañana siguiente de la muerte de Robbie, se llevó a cabo la votación para nombrar al nuevo capitán. Juan Grampus fue el escogido. Se levantaron 32 manos derechas y una mano izquierda. La izquierda correspondía a Adam «medio–hombre» bautizado con ese apodo porque le faltaba la mano derecha, uno ojo, una oreja y una pierna. De esta forma, por unanimidad, Juan Grampus pasó a ser el capitán. Juan no se parecía en nada a un capitán pirata. Para empezar no infundía ningún temor, que era lo que se esperaba de un jefe pirata. En aquella época estaban acostumbrados a jefes mucho más feroces, como por ejemplo Barbanegra. El capitán Barbanegra daba tanto miedo que las madres lo nombraban para conseguir que sus hijos obedecieran. –Si no te lavas las manos vendrá Barbanegra y te las cortará –decían. 21