Cuentos para el Andén Nº70

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andénuno

Destete

Xenia García

PODRÍA cogerte en brazos para susurrarte que eres el niño más precioso, el más bonito y tú me sonreirías con todo tu cuerpo, con esa gracilidad inocente y sincera, buscando mi mirada con tus ojos bien abiertos mientras tu encía desnuda anhela mi pecho y lo busca, así como haces tú, como si lo hubieras hecho toda la vida, toda tu vida y toda la mía, mientras te leo —casi sin voz de tanto leerte— un cuento de Alicia o Pinocho, uno de esos cuentos de finales dulces, finales que no son finales sino comienzos. Tú levantarías la vista de tanto en tanto, como si entendieras cada palabra, cada dibujo, como si no te diera miedo comprender que un hijo puede ser un muñeco de madera, que cante y baile y dé saltos mortales al antojo de su padre, como si aquella verdad no fuera con nosotros. En realidad por eso me pedirías dormir conmigo, aunque no sintieras miedo, No tengo miedo, ¿eh?, No, claro que no, Pero me gusta tu calorcito, y te abrazaría más fuerte que al principio para besarte en el cuello y sentir en mis labios tu pulso y mi olor, con un poco de esa vergüenza premonitoria por querer retener tu vida en mi boca (aunque sea unos segundos), en el paladar, en el punto de la lengua donde se mezcla lo amargo con lo salado, en la garganta. No sería exactamente como fingir tener un muñeco de madera, no, no lo sería, ni tendría yo un afán por hacerte bailar y cantar, sino tan solo saborear tu vida en mi boca, quizás para que nada cambiara.

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