Cuentos para el andén Nº48

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andénuno

En la celda, el testigo, una reina negra, escuchó al agente chocar de espaldas con la puerta cuando Clemens lo apuñaló. La reina se levantó y miró por la ventanilla de observación. Vio lo que estaba ocurriendo y corrió a la ventana que daba al espacio abierto en el centro del edificio para gritar. —¡AYUDA! ¡AYUDA! ¡ASESINATO! ¡DIOS, AYUDA! Desde ventanas cercanas, le respondieron otras voces, pero no para ayudarle. "Cállate, cabrón", "Cierra el pico, chupapollas, negro soplón de mierda". En el pasillo, Clemens y Buford sentaron al guardia en su silla. Era incapaz de resistirse, la sangre le manaba de la boca y le empapaba la camisa. Se sujetó el estómago y se dobló hacia delante. —No tengo las llaves —dijo. —Sí, sí… Buford le hurgó en los bolsillos. Nada. De repente, la enfermera con su uniforme blanco giró la esquina. Dio un par de pasos antes de darse cuenta de lo que ocurría. Entonces se dio la vuelta y corrió, con Buford pisándole los talones. Los pacientes asomaron la cabeza pero, al ver a la enfermera corriendo y gritando, se metieron adentro y cerraron las puertas. Cuando les interrogaran, cosa que ocurriría, responderían como era habitual entre los presos: "No vi nada, no escuché nada. No sé nada". La sala de las enfermeras tenía un botón de emergencia, pero Buford la seguía de cerca con su pincho para que no tuviera tiempo de entrar ahí. En vez de eso, salió a las escaleras sin dejar de gritar "¡AYUDA! ¡AYUDA!" al tiempo que saltó, se cayó y rodó escaleras abajo. No se rompió ningún hueso de milagro y no dejó de gritar con todas sus fuerzas. En el momento en que Buford se disponía a bajar por las escaleras, la convicción dejó paso al miedo y sus fuerzas menguaron. La enfermera llegó al primer piso y corrió por el pasillo principal. Clemens apareció detrás de Buford. —¿Ha escapado?

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