El siervo - Junio 2008

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mutuo, de delicadeza, humildad y sencillez, de hospitalidad y sentido del humor” (Estatutos MSC # 32). Hombre y sacerdote A la vez hay que mencionar unos detalles que marcaron su vida como hombre y sacerdote: su reacción de genuino placer, levantándose -con las brazos abiertos- para recibir a una persona; su determinación incondicional de salir a visitar un enfermo, sin importar la hora o su propio cansancio; su disponibilidad de “ajustar” sus planes para añadir una actividad más al último momento; y su implacable fidelidad a la Liturgia de Las Horas, rezando con su breviario en cualquier lugar, a cualquier hora, ya fuera en el carro saliendo de un retiro, en un aeropuerto esperando su vuelo o en la capilla frente al Santísimo.

(Continuación de la página 3)

Los dones y talentos El don de orar por los enfermos fue lo que le trajo más fama y a la vez más problemas al Padre. Sin embargo, no pretendía nunca ser “alguien”. Y eso no era una “modestia” falsa, sino una genuina apreciación de su verdadero lugar en el gran esquema de los planes de Dios. El no hizo casi nada. Solamente oraba. Era Jesús quien hacía las cosas. Emiliano no era más que el burrito que le llevaba. Claro, que, al fin y al cabo, solamente hay un don: el don del Espíritu Santo, y hemos visto cómo se han manifestado a través del Padre todos aquellos dones mencionados en 1 Corintios 12, y algunos cuántos más que ni sabíamos que se podían manifestar, como sanaciones por televisión a distancia de kilómetros y aun a meses de cuando había sido grabado el programa. El Padre siempre nos preguntó: “¿Cuántos dones hay?”. Luego se contestaría a sí mismo diciendo: “¡Cincuenta! … es decir ‘sin cuenta’. ¡Que no se pueden contar de tantos que hay!” Pero era un hombre también dotado de muchos talentos. Por algo había sido un Formador en el Seminario de su Congregación. Más tarde fue elegido Superior Provincial de los Misioneros del Sagrado Corazón en la República

su fidelidad incuestionable a la Madre Iglesia y los Misioneros del Sagrado Corazón. Misionero del Sagrado Corazón No es posible entender al Padre Emiliano sin entender que era un “hijo” del Padre Julio Chevalier quien -en 1854fundó los “Misioneros del Sagrado Corazón”. El Padre Emiliano volvía una y otra vez a la fuente: los escritos de su fundador. Tantas veces nos contaría sobre el Padre Chevalier y citaría: “cuando Dios quiere una obra, los obstáculos son medios”. Así que, no es una sorpresa que el Padre “llevó prestado” uno de los artículos de su Congregación para enriquecer los de nuestra Comunidad: “una comunidad cristiana en la que cada uno aporta sus talentos y se siente integrado porque es reconocido, aceptado, escuchado, animado e interpelado” (Estatutos MSC # 33 / Estatutos CSCV # 1.5.3). Los misioneros tienen fama de ser “buena gente”, rápidos con un chiste y lentos para una crítica. Una característica que está reflejada en sus Estatutos: “El nuestro es un espíritu de familia y de fraternidad, hecho de bondad y comprensión, de compasión y perdón

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(Continúa en la página 5)

(Continuación de la página 4)

Dominicana por nueve años consecutivos, hasta que la enfermedad le separó de sus responsabilidades y, casi, de la vida. Toda una vida de experiencias se invirtió en la fundación y motivación de una comunidad de laicos compuesta por un grupo de personas con poca experiencia excepto sus encuentros personales con Jesús. El que la Comunidad no solamente sobrevivió a su muerte, sino que ha crecido aún más desde entonces es una clara indicación de su capacidad de realizar una visión con Cristo, en Cristo y por Cristo. Quizás el don más importante del Padre fue su habilidad entusiasta de convencernos de que podíamos hacer cosas que nunca habíamos imaginado. Así descubrimos que éramos predicadores, profesores, animadores, intercesores y - por encima de todo evangelizadores. El testigo ingenuo El Padre Emiliano tenía el corazón de un niño que siempre esperaba las sorpresas del Señor. Al regresar de cada misión, dentro o fuera de la República Dominicana, llegaba con innumerables testimonios de lo que el Señor había hecho a través de la evangelización y de la oración por los enfermos. Nos hacía arder el corazón cuando nos contaba de la misericordia sin límites de Dios, sanando y transformando los corazones. Cada signo y manifestación del Espíritu eran, para el Padre, como algo nuevo e inesperado. Cuando nos lo contaba, nos hacía vivir la sorpresa y la alegría suya al ver actuar la mano de Dios, como si fuese que era algo inédito y jamás visto antes. En una ocasión en México, durante la Eucaristía, el Padre Emiliano bajaba del altar para dar la comunión a la multitud y se encontró con un niño enfermo en los brazos de su madre. Se sintió impulsado a darle un beso y siguió adelante. Más tarde, la mamá dio testimonio de cómo su hijo fue sanado a través del beso del Padre Emiliano. De vuelta a Santo Domingo, el Padre, admirado, comentó sobre la

originalidad del Señor que ¡sanaba con un beso! Un acento dulce Todo el mundo, al aprender un idioma nuevo como adulto, retiene algo de su lengua materna en el acento. El acento del Padre Emiliano era distinto, con una melodía agradable. Su español estaba salpicado con expresiones de los campos del Cibao, y apoyado con traducciones directas del francés: “Si quieren, pueden sentarse” (asseyez-vous, s’il vous plaît”). A la vez, el hecho de tener que usar un vocabulario limitado, le estimuló a simplificar sus ideas y a pronunciar claramente, lo que fue una importante ayuda a sus prédicas. Siempre estaba dispuesto a escuchar y a mejorar su español, por ejemplo cuando recibió aquella profecía en Castellón. Hay que entender que el Señor siempre inspira al alma a una profundidad donde las palabras son superfluas. Al tratar de cristalizar la palabra, es normal que se use el idioma materno. 5

(Continúa en la página 6)


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