Contratiempo 79 • 0ctubre 2010

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fotos: Benjamín Anaya

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En la 18 a la 1:

AUTORES DE LA ANTOLOGíA

Antología del taller literario de contratiempo Julio Ortega

JULIO ORTEGA

C

uando finalmente llegué al pueblo de Pilsen, un dos de noviembre de hace dos años, de la mano de mi hija, estudiante de la Universidad de Chicago, sentí la emoción de que ya lo conocía: vi familias mexicanas con sus hijos vestidos de domingo derivar hacia el parque de columpios, jardín y bancos; vi a las abuelas y sus nietas, paseándose unas a otras, en esa calma colorida; y creí ver a la migración hispánica reposando en su propia representación. Entonces entendí: Pilsen no era solamente un pueblo de Chicago, convertido en mexicano en el mapa de la migración hispánica en Estados Unidos, sino que era, para sorpresa mía, un pueblo situado en el tiempo, donde tenía vida propia, casi independiente del programa de expansión urbana que lo amenaza con ponerse de moda. Quiero decir, Pilsen está situado en un tiempo mexicano fuera del tiempo de desarrollo urbano del tardo capitalismo. Tiene la placidez de la Colonia Roma en 1969, el año en que llegué

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por primera vez a la ciudad de México, mucho antes de que fuera declarada por mi amigo Carlos Monsiváis “la primera ciudad del post-Apocalipsis.” Lo primero que hay que decirle al lector que ha abierto la puerta de este libro y se detiene en este umbral, es que se trata de varios libros. No sólo porque cada uno de los escritores citados a esta conversación en el ágora pilseneana de sus páginas llega aquí con una muestra de su trabajo, sino porque cada página proviene de su propio taller: anuncia que es parte de una obra en marcha, asumida con seriedad y gusto, con amor por la palabra y fe en su capacidad inventiva. De manera que este libro es, además de antología, una muestra, y también un repertorio: selecciona lo más representativo de cada autor, muestra la diversidad de su talento, y documenta el estado de la literatura hispánica en su estancia en Chicago. Por eso la lectura no es la misma a lo largo del libro. Siendo varios libros, se nos demanda, como lectores, cambiar de registro, de referencias y gustos en cada tramo de su compilación, porque cada escritor no sólo es distinto sino demandante, espera las respuestas que la lectura reconoce y tributa a la buena escritura. No voy a interferir con la lectura del lector comentando los textos de cada escritor aquí representado, baste decir que cada uno de ellos demuestra una solvencia madura y diestra en el manejo del poema, el relato, el diálogo, y sus tramas y entramados. Trataré sin embargo, de caracterizar mi entusiasmo por la calidad artística de estos poetas y narradores, para ilustrar el valor de su trabajo y la importancia de este libro. Elizabeth Narváez-Luna, en sus poemas de sosegada fluidez, es capaz de reconstruir

una mirada que une por dentro la diversidad, y no es casual que llame “conjugar” a esa unidad revelada. Ignacio Guevara asume en sus relatos la dimensión inmediata de lo cotidiano, aunque su parábola “Un árbol soñó” es un notable acierto en un registro fantástico. Jorge Luis García de la Fe es un poeta analítico y elocuente en sus indagaciones de la identidad, que dramatiza desdoblando al hablante, con gran capacidad de hacer dialogar a la experiencia del exilio. Johanny Vázquez Paz prueba su versatilidad en las formas y con ironía, pero también con intimidad, dirime el paisaje cotidiano y su lugar en el mismo; sus prosas poéticas impresionan por su fervor y agudeza. Stanislaw Jaroszek sorprende con la tierna ironía de sus relatos, de economía perfecta, sobre héroes marginales y plenos de vida. Rafael Franco es un poeta de excepcional capacidad formal, capaz de convertir en cuento o canto las experiencias más inmediatas, dándoles la formalidad de un lenguaje sensible. Adrián Zavala posee un especial talento para hacer del lenguaje fragmentario una metáfora de la fragmentación de lo real, y construir escenarios de imaginación vívida y validez poética. Raúl Dorantes nos sorprende con otra muestra de su capacidad para hacer veraces situaciones extremas, esta vez gracias a una suerte de oratorio que parece ocurrir en una Comala de encrucijadas, donde conversar humaniza las fronteras, “esa barbaridad.” Jorge Montiel escribe con convicción pasional y concentración intensa una poesía de rebeliones que empiezan con el poema mismo, que él sabe convertir en una suerte de sismógrafo para registrar los efectos de la verdad. Verónica Lucuy Alandia trae desde Bolivia el sentido

elemental de las cosas mutuas, que animan su poesía con la presencia terrestre de lo entrevisto y celebrado. Jesús Guerrero Martínez escribe poemas que son actos y ceremonias de presencia intensa y vigor interno que configuran el soliloquio del inmigrante capaz de construir, palabra a palabra, su propio camino. Humberto Uribe recobra la memoria mágica de una Colombia rural y mítica pero también, con humor, las aventuras de infancia y, con plenitud, la textura de la vida cotidiana. Santiago Weksler dice en el poema lo que no se puede decir en otra parte, con mínimo discurso y con muy pocas palabras construye un espacio de dramas asumidos y compartidos. Y, para cerrar el taller, Febronio Zatarain nos lleva a los Andes, a las alturas de Macchu Picchu y las orillas del lago Titicaca, para poner a prueba al lenguaje con su palabra limpia y traslúcida, y dejar de tributo a los dioses tutelares sus sílabas mexicanas, a nombre de Pilsen y la poesía escrita en español a comienzos de este nuevo siglo de nuestra migración. Este libro postula una intensa actividad, y debe ser leído con un lápiz en la mano y una libreta cerca, para tomar notas, hacer preguntas, y apuntar los libros de los autores que nos hayan conmovido para buscarlos y sumarlos a nuestra biblioteca. Como buen taller, es un libro que se multiplica. Julio Ortega es profesor y Director de Postgrado de Estudios Hispánicos en Brown University. El presente texto es un fragmento del prólogo a la antología En la 18 a la 1 de Ediciones Vocesueltas.

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