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hacer un mejor trabajo. Si usted desea comer de manera más saludable, lleve un registro de sus alimentos. Si desea hacer más ejercicios físicos, utilice un cronómetro. otro método es el del controlador. Mucha gente hace mejor las cosas si hay alguien a quien rendirle cuentas. Para algunas personas, ese controlador es la pieza crítica que les permite cambiar sus hábitos. Para otros, la clave es la programación. Si alguien asienta algo en un cronograma, es más probable que lo cumpla. Una estrategia que a mucha gente le encanta es la combinación de un hábito placentero con algo que exige un sacrificio. Por ejemplo, la televisión con la cinta o la bicicleta fija. Si alguien sabe que la bicicleta fija viene acompañada por Game of Thrones, lo entusiasmará mucho más subirse a ella. La estrategia más divertida, en mi opinión, es la detección de excusas. Si usted se fija, verá que somos los mejores abogados de nosotros mismos. Tenemos infinidad de justificaciones para no hacer lo que debemos hacer: “Solo esta vez, solo por hoy. ¡oh! Me olvidé. No tengo por qué hacer esto precisamente en este momento. Justo es mi cumpleaños. Estoy de vacaciones. Solo se vive una vez. No puedo hacer esto ahora, porque debo aprovechar esta otra oportunidad o la perderé para siempre”. Somos muy ingeniosos a la hora de argumentar en contra de lo que nosotros mismos nos habíamos propuesto. en su libro, usted sostiene que al implementar buenos hábitos, de algún modo se deja de pensar en la conducta y eso permite no tener que estar constantemente decidiendo y ejerciendo autocontrol. pero al hacer cosas de manera mecánica, ¿no perdemos conciencia? porque si cada mañana le doy un beso a mi marido y le digo que lo quiero, ¿no perderán significado ese gesto y esas palabras al convertirse en hábitos? Es una pregunta interesante. Los hábitos son liberadores y energizantes porque, efectivamente, eliminan la decisión y el autocontrol. El ejemplo que usted propone me lleva de inmediato a pensar en una maravillosa cita de la escritora Flannery O’Connor. Era una católica devota y alguien le dijo: “Si participa de rituales católicos por hábito, es posible que ya hayan perdido para usted todo significado”. Y ella respondió: “Es mejor estar unido a la Iglesia por hábito que estar alejado de ella”. Si usted no practica el hábito de besar a su pareja todas las mañanas, proba-

blemente olvidará hacerlo. El hábito nos ayuda a garantizar que se hagan las cosas realmente importantes para nosotros. Pero usted tiene toda la razón, y todavía hay mucho para analizar respecto de actuar de manera automática. Los hábitos aceleran el tiempo. El primer mes en un trabajo nuevo parece una eternidad. Sin embargo, el quinto año en ese mismo empleo pasará volando. Cuando las cosas se vuelven familiares, el cerebro acelera los tiempos y mitiga la experiencia. Ese es el lado negativo del hábito. Aunque en ocasiones puede ser bueno. Por ejemplo, si usted está haciendo algo que lo pone ansioso, y lo hace una y otra vez hasta que se convierte en un hábito, a la larga verá atenuados los sentimientos negativos. Lo malo es que, si usted besa todas las mañanas a su marido, dejará de experimentar lo mismo que la primera vez. Cuando empezó a tomar café en el desayuno, cada taza fue un placer. Ahora que toma café todos los días, es probable que ni siquiera le sienta el gusto. De modo que sí, usted tiene razón. Los hábitos, en cierto sentido, son maravillosos, y soy una firme defensora de su poder. Pero también tienen aristas negativas. Debemos ser conscientes de cómo utilizamos la inconsciencia.

“Somos los mejores abogados de nosotros mismos. Tenemos infinidad de justificaciones para no hacer lo que debemos hacer.”

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