RePro 77 - Febrero 2014

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Nota de autor

LIC. Paula Croci Licenciada en Letras

La autora es dictante de cursos de escritura profesional en nuestra institución

Escritor profesional o profesional escritor Escribir estuvo siempre asociado a la literatura, a la filosofía, a la historia, al periodismo, o a personas con mucho tiempo disponible y en contacto directo con las musas inspiradoras. Este mito bastante popular lleva a los pobres mortales, que no cuentan con el talento innato, a decir, por ejemplo: “escribir no es lo mío” o “se me dan mejor los números, las imágenes, las exposiciones orales”, como una manera elegante de excusarse ante un error o duda en la redacción. Frente a la pregunta ¿cuántas horas escriben por día o por semana o por mes?, la mayoría de las personas responde, con una sonrisa de asombro o desconcierto: “ninguna” o “pocas”, porque no consideran escritura lo que hacen a diario en las redes sociales, los correos electrónicos o los informes del trabajo. Todos escribimos y cada vez lo hacemos más, ya que gracias a las nuevas tecnologías de la comunicación nos vemos obligados a redactar lo que antes hubiéramos resuelto personalmente o por teléfono, como anotar el mensaje para un compañero de trabajo que no está en ese momento en la oficina, informar sobre una nueva disposición de la empresa, avisar sobre el cambio de hora de una reunión, invitar a una actividad organizada por la institución, hacer una sugerencia para el área, acompañar un envío. El resultado es que muchos profesionales que no se consideran escritores, en realidad, lo son y se preguntan cómo hacer bien algo para lo que, muchas veces, no se encuentran verdaderamente preparados y, sobre todo, que les presenta una serie de dudas formales, gramaticales, de léxico, de puntuación, solo por mencionar algunas, que no saben cómo solucionar. Hasta hace algunas décadas era posible pasar por la vida profesional sin necesidad verdadera de escribir, pero esos tiempos han quedado atrás porque hoy tanto los profesionales independientes como los empleados de una empresa tienen que redactar presupuestos, respuestas a las inquietudes de sus clientes, presentaciones, informes, notas, memos, actas, sin mencionar los requerimientos académicos para quienes –casi todos- optan por una especialización, maestría o doctorado; y tienen que hacerlo bien porque está en juego no solo su imagen y reputación frente a sus superiores y colegas, sino también la imagen de la empresa de la que forman parte, expuesta a los ojos del mundo a través de esos textos más o menos formales que circulan a cada momento en el ámbito profesional. Aunque los escritos que se producen en estos espacios de trabajo tienen una finalidad práctica específica, también es cierto que informan sobre quién los 32 | RePro

escriben; en otras palabras, un escrito claro, cortés, correcto y preciso proyecta silenciosamente sobre el autor y la organización que representa, idénticos atributos. Recuerdo una vez que el directivo de una corporación contó que cuando el equipo de trabajo de un gerente que acababa de dejar la empresa evaluó su gestión, todos señalaron aspectos personales y profesionales muy positivos, sin embargo, no dejaron de observar las deficiencias en su escritura. Este hecho advirtió al directivo acerca de la necesidad de capacitar en redacción a todos los mandos medios de su organización para que no se repitieran tales comentarios, especialmente, fuera de la empresa. Este tipo de anécdotas que aparecen con bastante frecuencia develan un estado de cosas respecto de la formación de los profesionales, en especial, de las áreas administrativa y técnica, pero también de recursos humanos y comunicación. Nadie duda en exigir excelencia en todas las tareas que debe desarrollar un profesional, pero nadie sabe bien dónde se debieron adquirir. En el caso de la expresión escrita, ¿es la escuela, es la universidad o es la vida el espacio de aprendizaje? La escuela y las clases de lengua quedaron muy lejos o tapadas por un manto de aburrimiento a la hora de aprender algo que ni se tenía idea de que se iría a necesitar más adelante; la universidad, por su parte, se aboca a formar en las áreas específicas y descansa tranquila pensando que la responsabilidad de enseñar a escribir corre por cuenta de la escuela; la vida, la vida profesional, pocas veces, da herramientas adecuadas porque no es su función o porque para eso está la universidad. Así, con mejores o peores razones, todos miran para otro lado, sin resolver el problema de fondo. ¿Por dónde empezar?, ¿cómo enfrentar la hoja en blanco?, ¿qué decir y qué no decir?, ¿cómo resultar interesante?, ¿cómo dar cierre a un texto?, ¿cómo ser coherentes?, ¿cómo elegir un buen título? o ¿cuántas veces corregir? son las preguntas que normalmente se hace (o debería hacerse) cualquier profesional que escribe en su ámbito de trabajo y cuyas respuestas puede encontrar en libros, cursos y también en otros colegas. Es un lugar común, pensar que los escritores nacen con el talento para armar frases armoniosas, argumentos convincentes o explicaciones claras. Es cierto que algunas personas tienen una facilidad natural para hacerlo, pero la mayoría debe destinar tiempo y bastante esfuerzo para mejorar. Lo que en principio parece una


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