Tesoros Humanos Vivos

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hacer es conseguir el crin de color blanco o claro, ya que uno más oscuro no absorbería la tinta al teñirse. Éste se compra tal como se obtuvo del caballo, es decir, viene sucio y enredado, por lo que hay que peinarlo y desenredarlo pacientemente con cepillos especiales, para luego lavarlo y enjuagarlo varias veces al día, hasta separarlo en pequeños montones llamados “cadejos”. Luego viene el teñido, que se realiza con anilina, un polvo de colorante artificial. La anilina se diluye primero en agua tibia y después se pone a hervir con la fibra y sal, durante aproximadamente media hora. Es necesario estar pendiente de la olla, revolviendo de forma constante y suave para que el color quede parejo. El resultado es una profusión de llamativos colores en diversas tonalidades y matices. Las artesanas tiñen el crin afuera de sus casas, junto al mate y la tetera, bajo la sombra de las parras, en grandes ollas usadas por años con las mismas materias primas, el agua, el calor y la sal, los elementos necesarios para dar con el color que buscan. Una vez teñido, el crin se deja secando a la sombra, para que la fibra no se queme, lo que hace que las casas de campo de las mujeres rarinas se “vistan” de los más diversos colores. Con el crin seco, la artesana comienza el tejido. Se teje exclusivamente con las manos, pues las agujas y tijeras se utilizan solo al final, para dar terminaciones a la figura. Lo que sí ha cambiado son las figuras. La primera que aprenden a elaborar es el círculo, siempre el origen de todas las piezas, que luego va creciendo hacia creaciones más complejas. En un comienzo eran solamente canastos, ramos de flores y brujas. Hoy cada artesana decide qué figuras hacer, especializándose en unas u otras formas y motivos, lo que les permite diferenciarse entre ellas, adoptando cada una un desafío creativo que configure el sello de su trabajo. La mayoría de ellas comenzó a tejer de niña. Hoy son esposas, madres y dueñas de casa que le dedican días enteros al perfeccionamiento de esta técnica tradicional heredada y ancestral, agregando ingredientes de sí mismas en una mezcla de intuición y oficio, y haciendo de esta artesanía su propio testimonio de vida. Antiguamente las mujeres tejían el crin de manera individual y cada una se las arreglaba para vender sus piezas y obtener el material necesario. Hoy suelen tejer en grupo, fuera de sus casas, durante todo el día, escuchando la radio o los sonidos de la naturaleza. Existen ya varias agrupaciones de artesanas, tanto en Rari como en las localidades cercanas, que han logrado reemplazar el trabajo individual por uno colectivo. Saben que organizadas tienen muchas más posibilidades

de llegar con su artesanía a otros lugares para difundir y transmitir esta valiosa tradición. Esto también les ha permitido mejorar la calidad de sus artesanías, ya que se especializan observándose unas a otras, mirando el trabajo ajeno. Sin apenas darse cuenta, el grupo cumple un control de calidad sobre la finalización de los trabajos. A pesar de su estacionalidad, la venta de artesanía en crin ya no solamente se limita de forma exclusiva a la llegada de turistas a la zona: son cada vez más los interesados y comerciantes que requieren de extensos pedidos para vender en sus hoteles o tiendas a lo largo del país. Así, reuniendo manos expertas y mentes creativas, estas mujeres se distribuyen las horas de trabajo al momento de cumplir con dichos encargos. Los hombres, que se dedican principalmente a la agricultura dentro y fuera de la zona, también tejen en ocasiones de grandes pedidos, ayudando a sus mujeres en las terminaciones de las figuras. Ellos no se ven, no están en los kioscos de venta ni fuera de las casas tejiendo, sino que desde el más completo anonimato aportan, cuando es necesario, con los detalles minuciosos para finalizar las piezas elaboradas por sus mujeres. Actualmente se están abriendo algunas posibilidades de continuar con la tradición gracias al interés que se ha generado en mujeres y jóvenes de otras localidades cercanas. Esto se debe a la repercusión que está teniendo el trabajo de orfebrería y su vínculo con lo contemporáneo, asociado a una mayor cantidad de talleres para el desarrollo del trabajo y la aparición de cada vez más estudios académicos y tesis universitarias que abordar la materia. Pero la creciente difusión, promoción y comercialización que está experimentando este tipo de artesanía no basta. Si este oficio no se sigue heredando, transmitiendo de generación en generación, no podrá prosperar en el tiempo. Hoy son principalmente mujeres adultas las que practican esta artesanía, lo que implica un riesgo para la supervivencia de este patrimonio inmaterial y centenaria tradición. Si bien las niñas de Rari interesadas en aprender de sus madres el oficio lo hacen a partir de los 6 años, una vez alcanzada la adolescencia les atrae más estudiar y hacer lo que sus madres no hicieron: salir de su pueblo, comúnmente hacia los liceos de Colbún o Linares, para así conseguir un trabajo formal y estable en la ciudad. Otro problema al que se ven enfrentadas las artesanas a diario se relaciona con la obtención de la materia prima. El crin se ha vuelto cada vez más escaso y costoso, por lo que han tomado la opción de no utilizar crin de caballos vivos, debiendo comprar el material a los revendedores que vienen de Chillán, Temuco o Santiago, a casi

— Comunidad de Artesanas en Crin de Rari —

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