Comunicarnos Nº 155 Julio/Agosto 2016

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Cada vida es una historia sagrada. Ayelén: A mí me marcó mucho la historia de la primera chica que conocí cuando entré al barrio, a los once años estaba en situación de calle, con una historia vinculada al consumo y la venta. Una persona muy cerrada en los vínculos, muy lejana, que no demostraba cariño a nadie. Ella tuvo una neumonía y pasó un mes en el hospital y todo el equipo estuvo a su disposición, todos los días tenía visita, le habíamos llevado una compu para que se entretenga, todo esto como estrategia para aprovechar ese tiempo en que ella estaba en otro contexto, y cuando salió de ahí, fue a un hogar, donde estuvo dos semanas como mucho, y después volvió a la calle. Y la habíamos visto irse tan bien al hogar, y había sido uno de los primeros seguimientos tan fuerte con alguien; y verla en el mismo lugar fue muy triste, un bajón. Después, como equipo, vimos que al menos cuando necesitó una familia se sintió acompañada, que Madre Teresa estuvo, conoció un hogar y sintió lo que era ser querida en una institución y aunque volvió al mismo lugar Madre Teresa siguió acompañándola. Ahora está en provincia viviendo con su mamá, con una historia muy triste detrás también y se comunica con nosotros vía Facebook y nos dice “gracias por estar cuando los necesité, son como una familia para mí, perdón por no haber aprovechado la Casita”. Con ella me di cuenta de que la entrega completa en el trabajo no es señal de que la historia va a cambiar. Y ahí viene también el asumir la

Lucy: En un hogar entra todo, lo físico, lo psicológico, lo espiritual, es lo que estamos buscando con ellos. Tratamos de unir todo para que ellos puedan entender que son personas y tienen todos los derechos de vivir como cualquier otra persona en el mundo. P. Willy: Quizás de alguna manera pequeñas cosas que son de familia, como sentarse todos juntos a la mesa o la bendición

realidad del pibe. Y va a ser una realidad que en muchas cosas va a seguir igual, pero ella pudo construir parte de su vida con nosotros. Y en esto, Madre Teresa como equipo y como proyecto tiene una responsabilidad muy grande. Paula: Es aprender profundamente a respetar su dignidad, porque a veces uno decide por los chicos: “Vas a ir a este hogar, a esta escuela”; y respetar sus dignidades es aceptar sus decisiones, que a veces no son las que vos querés para ellos genuinamente y con amor. Pero en última instancia podés acompañarlos, estar listo para el abrazo cuando lo necesiten. Nicolás: Nos pasó que se acercó a la Casita un chico que nunca había venido. Uno de los que vienen a Madre Teresa lo levantó y lo trajo con nosotros, y vino porque le dolía mucho la panza, lo llevamos al hospital. Se había peleado en la calle con otro más grande y tenía el bazo roto. Lo operaron, tenía como dos litros de sangre en la panza… y esa intervención en la que el equipo y el hospital respondieron rápido le salvó la vida, si no ese chico hubiera muerto.

antes de comer, los ayuda a reconciliarse con la imagen de familia que tienen. ¿Los chicos son del barrio? P. Willy: No, generalmente son chicos de provincia que llegan con el tren a capital, y se fueron metiendo en el barrio por el consumo y porque los van corriendo de la calle. En el barrio pueden encontrar un lugar para comer o alguna ayuda. En este

barrio empezó a aparecer esta realidad y pensamos que hay que atenderla, somos los primeros que estamos experimentando esta nueva modalidad. Paula: Este año ya vinieron cuarenta y dos a la Casita, un promedio por día cuatro o cinco chicos, hay días que vienen once, hay días que viene uno, cuántos van a venir mañana, no sabemos. Cada uno va haciendo su

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