
En torno al “nazismo ucraniano”, la multipolaridad y otras basuras
Miguel FuentesIntroducción
Desde el comienzo de la invasión rusa de Ucrania hace un año han circulado una serie de discursos de justificación y legitimación de esta última, desde las denuncias sobre el peligro del “nazismo ucraniano” hasta defensas de las acciones de Putin por pretendidos analistas que las presentarían como parte de un supuesto proyecto geopolítico de “multipolaridad” más “inclusivo” y “democrático”. Discursos propugnados por una mezcolanza sumamente variada de referentes que iría desde académicos y autodenominados “estrategas militares” hasta políticos devenidos en “periodistas”, influencers pro-rusos y youtubers convertidos en “corresponsales de guerra”. Todos ellos, generalmente, ya sea ubicándose en algún sector de la derecha trumpista estadounidense o de la izquierda “anti-otanista” latinoamericana, con al menos un punto en común; esto es, apoyar, legitimizar o difundir algún aspecto (al menos parcial) de la propaganda oficial del Kremlin.
Todos ellos, siempre, completamente indiferentes (por acción u omisión) al hecho de que habría sido Rusia la cual invadió a Ucrania y no al revés. Esto como producto de sus ansías de mayores territorios, recursos y poblaciones que sojuzgar, necesarios para alimentar el proyecto de restauración imperial neo-zarista de Putin. Todos ellos, a cada instante, en cada sonido o letra que sale de sus bocas o dedos al momento de articular sus sucias argumentaciones proimperialismo ruso, olvidando o derechamente negando el hecho de que es Rusia la cual estaría destruyendo a su paso ciudades enteras (por ejemplo, entre otras, Mariupol o Bakhmut). Y que además es Rusia (no Ucrania) la cual estaría cometiendo hoy incontables masacres y los más diversos crímenes de guerra tales como los vistos en Bucha, Izyum o Kherson, así como también bombardeando con misiles o drones las calles céntricas de cada ciudad o poblado ucraniano. Esto muchas veces destruyendo edificios residenciales completos (por ejemplo, en

los casos de Borodyanka al comienzo de la guerra o en Dnipro hace algunas semanas), hospitales, escuelas, plazas públicas, parques y juegos infantiles.
Todos ellos, también, siempre indiferentes (por estupidez o perfidia) a la propia insustancialidad de sus “relatos” o “narrativas” de mierda. Todos ellos, como verdaderos puercos ideológicos de la invasión, intentando a cada paso, de forma constante y sistemática (ya sea por convicción o por algún interés específico), alimentar el relato de los invasores. Muchos de ellos, incluso, asumiendo posiciones supuestamente “neutrales”, “pacifistas” o incluso de perfil “izquierdista” y/o “anti-capitalista”.
¿Pero quién es esta gente? O bien, mejor dicho, ¿quiénes son estas escorias ideológicas servidoras del genocidio ruso? ¿Al servicio de qué intereses trabajan y qué ideas levantan? ¿Qué perfiles políticos poseen? ¿A qué organizaciones y tendencias de la izquierda mundial representan estos cerdos? Pues intentemos responder a estas preguntas en el chiquero mismo: ¡el chiquero ideológico de Putin!
Tour a la granja de cerdos
Partamos por decir que el chiquero ideológico de Putin es uno bastante amplio, conteniendo en su interior una variedad increíblemente abundante de especies porcinas. De todos los tamaños, colores, tipos y con costumbres fecales (o “ideológicas”) asombrosamente diversas. De hecho, la porqueriza sería tan basta y estaría tan llena, que la tarea de abordarla en su totalidad sería, en realidad, imposible. Esto al menos en los marcos de este ensayo. Lo que haremos será entonces dar aquí una mirada general a este criadero de posiciones pro-rusas en el ámbito internacional, destacando para esto algunas de las figuras e ideas que le caracterizan (aunque no únicamente) en el caso de los países hispanoparlantes. Con todo, debido a que esto no constituye una discusión académica (recordemos que de lo que se trata aquí no es de un debate particularmente elevado, sino que de una visita al chiquero), no nos enfocaremos en los principales exponentes intelectuales del debate en torno a la invasión rusa, centrándonos por el contrario en algunos propagandistas y difusores especialmente virulentos de las posiciones proinvasión, esto sobre todo en el caso de ciertos países tales como España, Chile y Argentina.
Con las mascarillas puestas, el overol encima y las botas bien ajustadas… ¡demos entonces comienzo a nuestro tour al criadero de cerdos de Putin!
La porqueriza de Putin
Como dijimos, el criadero ideológico de puercos al servicio de la invasión rusa es asombrosamente amplio, comprendiendo en el terreno internacional desde agentes directos de la propaganda del Kremlin, referentes neo-nazis simpatizantes de la ideología de “restauración imperial” rusa y ultra derechistas seguidores de la agenda burguesa-reaccionaria de Putin basada en el rechazo de los valores liberales occidentales, por un lado, hasta el ámbito de las viejas (y decadentes) izquierdistas estalinistas y una serie de organizaciones con un discurso pretendidamente “radical”, “anti-imperialista” y “anti-capitalista”. Estas últimas inspiradas ya sea por una narrativa que tendería a equipar la defensa de la Rusia capitalista actual con la extinta URSS, ya sea por un sentimiento anti-Estados Unidos y por una serie de discursos ideológicos (funcionales a los intereses imperialistas rusos) tales como el de la “multipolaridad”.
Algunos ejemplos de los primeros pueden encontrarse en el seno del partido neo-fascista alemán “Alternativa por Alemania” o en el terreno del trumpismo estadounidense, siendo el referente mediático norteamericano Tucker Carlson una de sus caras más visibles. En el caso de los segundos, pueden destacarse las figuras del influencer español Aníbal Garzón y la del septuagenario estalinista chileno Eduardo Artés. Otros ejemplos de posiciones favorables a Putin en el terreno de la izquierda chilena se encuentran en las figuras del exdiputado comunista Hugo Gutiérrez (particularmente asiduo a la difusión de bulos) y la de los comentaristas Alejandro Kirk y Nicola Hadwa. En el caso de la izquierda argentina, uno de los exponentes de posiciones pro-putinistas más reconocidos es el intelectual Atilio Borón.

Mención especial tendría aquí, asimismo, una serie de figuras mediáticas híbridas (no clasificables ni en la derecha o la izquierda) tales como el opinólogo español Pedro Baños y la propagandista rusa radicada en Estados Unidos y periodista del medio Russia Today Helena Villar, la cual viene intentando en el último tiempo empalmar con una sensibilidad izquierdista anti-norteamericana con el objetivo de ampliar su base mediática en América Latina. Otro ejemplo de lo anterior, aunque con un errático posicionamiento político que la habría llevado en el pasado a buscar apoyos en la derecha española, es el de la influencer rusa Liu Sivaya.
Adicionalmente, existiría otro segmento de organizaciones políticas y referentes mediáticos que, aunque sin apoyar directamente ni a Putin ni a su decisión de invadir Ucrania (y en algunos casos incluso criticándola), tenderían con sus posiciones “pacifistas”, “neutralistas”, o pretendidamente “independientes” a legitimar aspectos claves de la narrativa del Kremlin. Algunos ejemplos de estas posiciones, entre las cuales los discursos en pos de una mayor “autonomía europea” y la necesidad de “evitar una escalada bélica” juegan un rol clave, pueden encontrarse en espacios políticos tan variados como PODEMOS en España, el movimiento feminista internacional o el trotskismo latinoamericano.
Algunas de las caras visibles de estas posiciones en España han sido Pablo Iglesias (fundador de PODEMOS y ex vicepresidente del gobierno social-neoliberal de Pedro Sánchez del PSOE) y Miguel Riera (empresario editorial y dueño del medio socialdemócrata El Viejo Topo). Otro ejemplo que puede mencionarse aquí es el de la feminista alemana Alice Schwarzer,
organizadora en semanas recientes de una movilización de boicot al envío de armas a Ucrania que aglutinó en Alemania a cerca de diez mil manifestantes, convocada esta última por una amplia alianza de organizaciones que incluyó desde partidos de izquierda hasta la ya mencionada plataforma ultraderechista “Alternativa por Alemania”. Asimismo, aunque se trataría de figuras políticas con un peso marginal, puede traerse a colación el caso de los académicos de la organización trotskista española “Corriente Revolucionaria de Trabajadores y Trabajadoras” (CRT) Santiago Lupe, Lucía Nistal y Josefina Martínez.
¡Una mezcla como vemos sumamente amplia de especies porcinas! Todos embadurnados en el mismo barro ideológico, en la misma mierda discursiva: ¡la de servir como tontos útiles (de manera directa o no) de la invasión de Ucrania! Todos compartiendo, desde el terreno de la ultraderecha y el neonazismo europeo hasta el de las izquierdas “anti-imperialistas” latinoamericanas, una serie de denominadores discursivos comunes. Entre otros, o bien el hecho de haber sido cómplices en los meses previos a la invasión rusa de las operaciones comunicacionales del Kremlin que buscaban presentarla como una “fake news” impulsada por los “medios otanistas”, o bien la de haber divulgado a más no poder una vez que esta última se materializó todo ese estribillo de “cancioncillas” pro-putinistas tales como la de dar por hecho la caída de Kyiv en cuestión de días o la de una supuestamente “inevitable” victoria rusa en el mediano plazo.
Pablo Iglesias
Todos ellos, desde el neonazismo hasta el trotskismo, repitiendo enlodados en la mierda propagandística de los invasores que los envíos de armas a Ucrania serían “totalmente incapaces” de cambiar las dinámicas en el frente de batalla, basándose para ello en la afirmación de que “la enorme superioridad armamentística rusa no podría ser cuestionada”. Esto último pasándose literalmente por el culo algunos ejemplos históricos de resistencia anticolonialista efectiva tales como los vistos durante la guerra de Vietnam o en la propia derrota de Rusia en Afganistán en décadas pasadas. Todos ellos, desde Tucker Carlson hasta Pablo Iglesias, no sólo negando en los hechos la importancia de las tempranas victorias ucranianas en contra de la invasión (por ejemplo, aquellas que tuvieron lugar en los alrededores de Kyiv, Kharkiv u Odesa), sino que, además, realizando llamados antes de tiempo al “diálogo” con Putin, esto aún a vista y paciencia del descubrimiento de las primeras masacres cometidas por las tropas rusas en Ucrania tales como las de Bucha o Izyum.

Todos ellos, posteriormente, desde los referentes comunicacionales de Putin en las filas del trumpismo norteamericano hasta los reportajes tendenciosos (en realidad verdaderos montajes propagandísticos) del agente mediático chileno del Kremlin (y supuesto periodista) Alejandro Kirk desde los territorios ocupados en el Donbás, haciendo siempre hincapié o bien en el peligro del “nazismo banderovita”, o bien en la idea por la cual la legítima aspiración del pueblo ucraniano a defenderse y derrotar la invasión de su patria sería presentada como un inconveniente riesgo de “escalada bélica”. Lo anterior realizándose a cada paso, además, constantes llamados a que Ucrania ceda territorios para satisfacer los anhelos expansivos del sátrapa Putin. Es decir, para que acepte sin más su derrota como pueblo y nación independiente.
Todos ellos, también, negándose permanentemente a los envíos de armas para la defensa de Ucrania bajo la excusa o bien de la necesidad de evitar una “guerra nuclear” (O sea, sometiéndose al chantaje atómico de Moscú), o bien al imperativo de detener el conflicto debido a lo que, según ellos, se presentaba hace algunos meses como el inminente riesgo de que “Europa se congelaría” o se “quedaría sin alimentos” como efecto de los cortes de suministros de gas desde Rusia o del fenómeno inflacionario asociado a la actual guerra (crisis que, como sabemos, estuvo lejos de materializarse). Todos ellos, finalmente, responsabilizando constantemente de la guerra a Estados Unidos o la OTAN, sin siquiera detenerse en el hecho (no menor) de que quién ordenó la entrada de las fuerzas invasoras en Ucrania y el comienzo de las masacres de civiles fue Rusia.
En definitiva, todos repitiendo, cada uno con un tono y “modulación ideológica” particular ligada a sus respectivos posicionamientos políticos, alguno de los aspectos cruciales de la propaganda del Kremlin. Unos presentando la invasión de Putin como el inicio de una pugna entre los valores tradicionales y los del mundo liberal-progresista. Otros asimilando esta última a una reedición de la lucha en contra de la invasión fascista de la URSS, aunque ahora con un nuevo envoltorio “banderovita” y “otanista”. Todos, ya sea bajo los estandartes ideológicos del ya extinto Ejército Rojo o del aún más antiguo bando secesionista norteamericano, sirviendo los intereses de los invasores.
Veamos ahora algunas de las principales ideas-fuerza usualmente escuchadas en esta porqueriza, al menos aquellas que caracterizan frecuentemente a los sectores de izquierda de la misma en países de habla hispana.
El “nazismo ucraniano” desde la perspectiva del nazismo ruso
Sin duda la idea más extendida entre los círculos de izquierda pro-putinista (o incluso entre las filas del pacifismo neutralista) es aquella que dice relación o bien con el carácter “nazi” del Estado, las fuerzas armadas y el gobierno ucraniano, o bien con la extendida aceptación del nazismo entre la población de Ucrania, la cual sería supuestamente particularmente proclive a esta ideología. Esto tal como nos cuentan en Chile algunas figuras de la izquierda criolla tales como, entre otros, los ya mencionados Eduardo Artés (estalinista pro-régimen norcoreano), Hugo Gutiérrez (comunista socialneoliberal) y Alejandro Kirk (agente mediático pro-ruso).
¿Ucrania nazi? En realidad, existen muchas más evidencias del peso social y político de tendencias y organizaciones fascistas en la propia sociedad y el Estado rusos que en el caso de Ucrania. Aquello tal como puede verse en la actual composición de las fuerzas de invasión en las cuales han jugado un rol clave una serie de formaciones militares de tendencias neo-nazis y fascistas (con lazos directos con Putin) tales como el sanguinario “Batallón Rusich”, conocido anteriormente por sus crímenes de guerra en Siria y uno de cuyos líderes Alexey
Milchakov es un eminente neonazi y asimismo un declarado sádico (uno de sus pasatiempos durante su juventud era degollar perros cachorros y fotografiarse con sus cabezas). Otro ejemplo de esto es la milicia de mercenarios “Wagner”, fundada por Dmitri Utkin (un admirador confeso del Tercer Reich) y cuyo nombre fue adoptado por el gusto de Hitler por aquel compositor alemán. En el caso de Wagner, esta formación militar es actualmente dirigida por el ex mafioso Yevgeny Prigozhin, un miembro del círculo cercano de Putin que actualmente ha saltado a la fama por compartir en sus redes sociales videos de supuestos traidores cuyos cráneos son aplastados por sendos martillos (el símbolo de Wagner).

Ejecución con mazo (Wagner)
Otras organizaciones de carácter ultra-nacionalista y en muchos casos declaradamente nazis con un peso creciente tanto en el ejército y la sociedad rusa son tanto el movimiento supremacista blanco y pro-restauración monárquica “Movimiento imperial”, el cual cuenta con lazos activos con una vasta red de organizaciones neonazis alrededor de Europa, así como también el grupo “Unidad Nacional Rusa”, una de cuyas figuras es Pavel Gubarev, antiguo “gobernador” separatista de Donetsk. Entre algunos de los objetivos de esta organización se encuentra, por ejemplo, la expulsión de Rusia de todos los “no eslavos” tales como la población inmigrante o judía. Finalmente, puede mencionarse el caso del “Batallón Varyag”, un cuerpo paramilitar de tendencia ortodoxa-fascista que cumplió un rol destacado en el 2014 en la batalla alrededor del aeropuerto de Donetsk en contra de las fuerzas ucranianas.
De acuerdo a algunas estimaciones, los miembros y simpatizantes de organizaciones de carácter ultranacionalista en Rusia rondaría el medio millón, una de las cifras más altas a nivel mundial. Durante el año 2012, de hecho, se organizó en Moscú una de las manifestaciones neonazis más importantes en Europa de las últimas décadas, esto en el contexto de la realización de la llamada “Marcha Rusa” que llegó a aglutinar a cerca de quince mil manifestantes. Una de las características de esta movilización fue no sólo la defensa de consignas supremacistas en contra de la población inmigrante existente en Rusia proveniente de los antiguos países de la órbita soviética, sino que, además, el despliegue de numerosos estandartes neonazis tales como las tradicionales banderas rojas con esvásticas del Tercer
Reich. Una marcha anterior de iguales características, aunque con menor nivel de masividad, dataría del año 2006.

Ahora bien, lejos de tratarse de un movimiento social y político remitido a los márgenes del aparato gubernamental o la estructura política, aquel contaría con una serie de representantes ubicados en los más altos niveles del Estado ruso, muchas veces incluso con contacto directo con Putin. Este es el caso de los ya mencionados líderes del grupo de mercenarios Wagner (el cual como dijimos está jugando un papel de relevancia en las actuales operaciones del ejército de invasión en Ucrania), así como también otras figuras tales como el recientemente difunto Vladimir Zhirinovsky (mentor político de Putin y un importante rostro hasta su muerte de los sectores más duros de la ultraderecha europea). Otro caso similar es el del ideólogo nacionalista pro “restauración imperial” Alexander Dugin (referente de la ideología pro-imperialista de Novorossiya o “Nueva Rusia”)1. Un aspecto importante de estás últimas figuras (ZhirinovskyDugin) consiste en que aquellas sintetizan una parte importante del propio ideario ideológico y político de Putin, el cual de acuerdo a la periodista rusa Ina Afinogenova (hoy exiliada en España luego de negarse a apoyar la invasión rusa a Ucrania) podría catalogarse como un tipo de neo-fascismo que apelaría en su simbología a elementos tanto imperial-zaristas como soviéticos2 .
Todo esto en el marco de un sistema social y político con características cada vez más autoritarias que, al menos en ciertos aspectos, constituiría uno de los prototipos sociales con mayores cercanías a lo que fueron los modelos de sociedades fascistas del siglo pasado en Europa. Entre algunos de estos aspectos puede mencionarse el establecimiento de una dictadura unipersonal de facto caracterizada por la concentración del poder político en un “líder fuerte”, el cual en el caso de Putin ya llevaría no sólo, sin contar los cuatro años del gobierno títere de Dmitry Medvedev, casi tres décadas a la cabeza del Estado, sino que habría impulsado además una serie de reformas políticas para asegurarse una posible permanencia de por vida en su cargo. Asimismo, el cercenamiento casi total de cualquier oposición política y la prohibición
1 Destaca en el caso de Dugin el apoyo público que dio en años pasados a la candidatura presidencial del derechista Donald Trump en Estados Unidos, contando además con múltiples vínculos con la ultraderecha norteamericana.
2 Otro de los principales referentes teóricos de Putin es Ivan Ilyin, el padre del fascismo eslavo.
de los medios críticos al gobierno, la promulgación de leyes de control social y cultural cada vez más estrictos, la abolición permanente de los derechos cívico-ciudadanos y la implementación de un aparato de indoctrinación nacionalista y religiosa de la población cada vez más masivo.
En definitiva, una sociedad cada vez más marcada por una importante “deriva autoritaria” en la cual algunos de los elementos positivos que caracterizaban hasta antes de la guerra al proyecto putinista; por ejemplo, la defensa y promoción de la historia y los valores de la cultura y la familia tradicional rusa ante los intentos de las potencias occidentales por socavarlos en pos de un sometimiento mayor de Rusia a los dictados del capital foráneo, han terminado siendo utilizados para promover una dictadura unipersonal sostenida muchas veces en la corrupción y las redes de poder de las oligarquías serviles al Kremlin. Lo anterior, igualmente, en el marco de un aumento exponencial del racismo en el seno de la sociedad rusa en contra de sus propias minorías étnicas y un envenenamiento patriótico-reaccionario sistemático de los medios de comunicación y el sistema educativo.
Como dijimos, lo más parecido en Europa a los proyecto de sociedades fascistas de la primera mitad del siglo pasado, aunque en este caso en el contexto de un proyecto bonapartistapopulista de ultraderecha caracterizado tanto por sus constantes guiños ideológicos a la extinta URSS y a la simbología soviética, así como también por la existencia de una vitrina de “estilo de vida europeo” (pretendidamente “tolerante”, “diversa” y “cosmopolita”) representada por las ciudades de Moscú y San Petersburgo, las cuales actuarían como una especie de “carta de presentación” de Rusia (engañosa) hacia el resto del mundo. Esto último, a pesar de que el estilo de vida de estas dos ciudades sería radicalmente diferente al existente en la mayor parte del territorio ruso.
El “nazismo ucraniano” desde la perspectiva de la administración Zelensky y el Regimiento Azov
En el caso ucraniano, por el contrario, nos encontramos con una situación en muchos sentidos opuesta. Los partidos de extrema derecha, por ejemplo, a diferencia de lo sucedido en Rusia y otras partes de Europa del Este, han ocupado un lugar preponderantemente marginal en el escenario político ucraniano, no llegando a más del 2.15% de los votos en las elecciones parlamentarias del año 2019. Desde la separación de Ucrania de la Unión Soviética en 1991, solamente una vez un representante de un partido de ultraderecha ha sido elegido para el parlamento. Con respecto a la elección de Volodymyr Zelensky como presidente, aquel representó, de hecho, una de las posiciones más moderadas con respecto a la cuestión rusa, habiéndose caracterizado su gobierno durante los primeros años por una agenda política orientada a buscar una salida negociada con Rusia de la crisis originada el 2014 por la invasión de este país a Crimea y su apoyo militar a las organizaciones separatistas en el Donbás.
Incluso hoy el gobierno de Zelensky se seguiría caracterizando, en medio del conflicto bélico, por una posición más bien de centro moderada y liberal (de tipo europeísta) en lo que respecta a sus políticas sociales y políticas internas, alineadas a largo plazo a un programa de reformas estructurales neoliberales tendientes a buscar una integración de Ucrania en la Unión Europea, esto siguiendo probablemente el “modelo polaco”. Lo anterior en el marco de un tipo de democracia burguesa parlamentaria que se caracterizaría, al menos hasta ahora y con la excepción del estallido popular del 2014 que derribó al presidente pro-ruso Viktor Yanukovych, por un recambio relativamente normal del poder político, hallándose Zelensky recién a las puertas de cumplir el cuarto año de su primer mandato presidencial.

Todo esto además en un país en el cual, a pesar de la vigencia del estado de ley marcial como producto de la guerra, del hecho de constituir uno de los países menos prósperos de acuerdo a los estándares europeos y de los niveles de corrupción más o menos elevados que le caracterizaron en el pasado reciente (un rasgo común a toda Europa del Este), se han seguido respetando los derechos civiles básicos propios de cualquier democracia capitalista. Esto en un fuerte contraste con lo visto para el caso de Rusia, inmersa como dijimos en una dinámica de cercenamiento sistemático de estos últimos.
Con respecto a la ilegalización de partidos políticos que tuvo lugar al comienzo de la guerra, debe notarse que se habría tratado de una medida parcial que, lejos de estar dirigida en contra de toda la oposición (o bien, de los partidos de izquierda) habría afectado sólo a una parte menor del espectro político ucraniano, específicamente a las organizaciones con vínculos directos con las fuerzas invasoras. Es decir, debe entenderse como una medida de defensa nacional mínima que habría estado destinada a combatir la influencia de una serie de organizaciones con vínculos estrechos con las agencias de seguridad rusas. Algo similar a lo ocurrido hace algunos meses con el traspaso del control de las iglesias y propiedades de la rama pro-rusa de la Iglesia ortodoxa a la mayoritaria iglesia ortodoxa ucraniana, esto debido a que la primera venía siendo utilizada por el Kremlin como un espacio para la organización de actividades de espionaje y sabotaje al servicio de la invasión.
Con todo, es importante destacar que el número de organizaciones políticas pro-rusas prohibidas no llegó a más de once (de un total de alrededor de 140 partidos legalizados), la mayoría de los cuales no poseía ni siquiera representación parlamentaria. Solamente una de estas organizaciones, la Plataforma de Oposición - Por la Vida, ligada al oligarca corrupto y estrecho aliado de Putin Viktor Medvedchuk, contaba con una represión más o menos significativa, poseyendo al momento de su disolución 44 escaños parlamentarios de un total de 450. Cabe destacar que se trataría en este caso de una de las principales plataformas de Putin durante los últimos años para incidir en la política ucraniana, habiendo sido de hecho el magnate Medvedchuk (quien al comienzo de la guerra se encontraba en prisión domiciliaria por un juicio por traición en su contra) una de las posibles “cartas de recambio” que Putin habría tenido en mente para reemplazar a Zelensky en caso de haberse producido la captura de Kyiv. Una muestra clara de las actividades de colaboración de Medvedchuk con el Kremlin puede verse en su intento de fuga a Rusia durante los primeros días de la invasión, logrando posteriormente ser apresado por las fuerzas de seguridad ucranianas3
Un ejemplo puntual (aunque sintomático) del carácter infundado de las acusaciones respecto a una supuesta “ilegalización” de la oposición política ucraniana (reproducidas en Latinoamérica por una serie de figuras de izquierda tales como el ya mencionado Eduardo Artés) puede encontrarse en la actual situación del influencer chileno-norteamericano de tendencia derechista y simpatizante pro-ruso Gonzalo Lira. Lejos de haber sido supuestamente “raptado” y “ejecutado” por “nazis ucranianos” al comienzo de la guerra, tal como se encargaron de difundir en ese momento una gran cantidad de medios a nivel internacional, este último no sólo se encontraría todavía en Ucrania en libertad, sino que, además, ha continuado hasta hoy en redes sociales con su campaña de desprestigio en contra del gobierno ucraniano4 . Algunos ejemplos parecidos, esta vez en el otro extremo del arco político, son los del sindicalista trotskista Oleg Vernyk (miembro de la “Liga Socialista Ucraniana”) y el referente socialista Taras Bilous, los cuales junto a otras organizaciones de izquierda se han caracterizado durante el último año por tener una línea sumamente crítica en contra de Zelensky por el carácter neoliberal de su administración, esto incluso en el marco del impulso de las tareas de resistencia armada en contra de las fuerzas invasoras5
3 Resalta también en el caso de este oligarca no sólo sus constantes viajes a Rusia y sus sucesivos encuentros privados con Putin, sino que, además, los estrechos vínculos familiares que los unen a ambos (Putin es el padrino de su hija Daria Medvedchuk).
4 Entre otras cosas, Lira se declara un ferviente admirador de las figuras del dictador Augusto Pinochet y el expresidente norteamericano Donald Trump.
5 Podemos mencionar aquí, asimismo, el caso de nuestra propia plataforma mediática (Marxismo y Colapso), la cual pese a su adscripción marxista y de haber participado en tareas de colaboración con las unidades de defensa territoriales durante las semanas más críticas de la ofensiva rusa sobre Kyiv o las campañas de bombardeos masivos de meses anteriores, ha seguido contado en todo momento con una plena libertad de opinión política.

Algo similar a lo visto en el ámbito político ocurre en el plano social, primando en Ucrania una situación de moderación complementada desde el inicio de la guerra por el fortalecimiento masivo de un sentido de defensa y orgullo nacional en contra de la agresión foránea, aunque sin que esto quiera decir que se encuentren en juego dinámicas de radicalización asociadas a una posible “ultraderechización” o “fascistización” de amplias capas sociales. Por el contrario, la situación sería más bien la opuesta; esto es, ante la posible perspectiva de una pronta integración de Ucrania a la Unión Europea y de una victoria militar en contra de Rusia, lo que existiría sería una consolidación de los segmentos sociales más moderados de la sociedad ucraniana que no sólo ven con buenos ojos la posibilidad de una cercana inserción de su país en el llamado “concierto de naciones europeas”, sino que, además, abogan activamente por la replicación de un estilo de vida “pro-occidental” que sería visto como el opuesto al que caracterizaría a las “dictaduras del este” (por ejemplo, Rusia o China).
Es decir, un fortalecimiento del relato de las llamadas “sociedades occidentales” basadas en un pretendido respeto de las libertades civiles y la promoción de las ideologías individualistas, aunque en el caso ucraniano caracterizado por el fuerte sustrato popular conservador tradicionalista que es común a diversas sociedades eslavas post-soviéticas (fenómeno que, como sabemos, se presenta con mucha fuerza en la propia Rusia). Algo parecido a lo visto en Polonia (un país miembro de la Unión Europea), aunque en el caso ucraniano en el marco de un fenómeno de “occidentalización” no tan marcado, esto al menos en el ámbito familiar o en el terreno de ciertos fenómenos ideológicos que, tales como el feminismo o los movimientos liberales en pro de las libertades sexuales que son hoy moneda corriente en los países capitalistas occidentales y las sociedades más sometidas a su influjo valórico (por ejemplo, las de América Latina), se presentan mucho más diluidos (o casi inexistentes). Esto último, de forma similar como decimos a lo que ocurre en el seno de la sociedad rusa, aunque careciendo
en el caso ucraniano de los grados de hostilidad o incluso represión ante estos fenómenos vistos en esta última6 .
E incluso durante las semanas más álgidas del armamento popular en contra de la invasión (meses de febrero-abril); O sea, antes de la integración de las unidades territoriales de defensa en el aparato militar estatal, este periodo careció, a diferencia de como tiende a presentarse esta fase en algunos medios de izquierda proclives a la narrativa del Kremlin, de ninguna tendencia social de “ultraderechización” de la sociedad ucraniana. Por el contrario, uno de los rasgos centrales de estas semanas fue el hecho de que la masiva resistencia nacional que despertó la agresión rusa se mantuvo siempre en los marcos de un fervor patriótico-nacional limitado a un legítimo sentido de repudio ante los intentos de una potencia foránea cuyo objetivo último era visto, con justa razón, como una amenaza a la existencia misma de Ucrania como Estado independiente.
De hecho, en el caso de las imágenes de ladrones o saboteadores atados a postes en Kyiv u otras ciudades a comienzos de la guerra que circularon en los medios, hay que tener en cuenta que estos actos se produjeron en el contexto de los primeras días de la invasión; esto es, en momentos en que la población local no sólo se hallaba en la más completa incertidumbre ante la amenaza militar de las tropas rusas que se abalanzaba sobre sus ciudades, sino que, además, cuando se estaban produciendo numerosos combates callejeros organizados por grupos de boicoteadores y agentes rusos que habían esperado el inicio de la guerra para el inicio de sus acciones desestabilizadoras7 . Lo anterior, durante los días en que comenzaban también a desarrollarse los primeros enfrentamientos entre las fuerzas ucranianas y los elementos de avanzada del ejército ruso que habían logrado penetrar los perímetros de defensa de la capital y otras ciudades; por ejemplo, los combates producidos en las cercanías del metro Beresteiska (a tan sólo kilómetros del centro cívico) o en las áreas residenciales del distrito de Obolón en Kyiv.
6 O sea, presentándose dichos fenómenos en el ámbito de la sociedad ucraniana (algo muy claro en el terreno del feminismo) al modo de elementos “foráneos” o “exóticos”; es decir, ajenos al estilo de vida de la amplia mayoría del cuerpo social, aunque esto sin que aquellos hayan sido vistos aún como influencias necesariamente negativas u hostiles. Lo anterior, probablemente, por el hecho de que la sociedad ucraniana no haya sido aún expuesta a mayores niveles de penetración ideológica occidental, esto tal como en el caso polaco en donde el “choque cultural” entre el estrato popular-conservador hegemónico que es común a las sociedades post-soviéticas contemporáneas con el influjo valórico de las sociedades liberal-capitalistas occidentales sí ha producido, como es sabido, una importante reacción negativa de vastos sectores en contra de este último.
7 Un ejemplo de esto fue el ataque de grupos armados con fusiles automáticos y otras armas portátiles que se produjo en los alrededores de un edificio administrativo en las cercanías de la plaza Sebastopol en Kyiv.
Ataques y primeros combates en Kyiv (Febrero 24-26, 2022)8

Es decir, aquellos días en los cuales las calles de la capital y otras ciudades ucranianas estaban todavía plagadas de agentes, espías y grupos de boicoteadores rusos, los cuales sólo pudieron ser efectivamente exterminados o capturados luego de la imposición de sucesivos toques de queda, algunos incluso llegando a tener más de 48 horas de duración. En otras palabras, la reacción de la población ucraniana ante aquellos que buscaban aprovecharse del caos y el miedo para saquear comercios o residencias, amparados por la situación creada por la amenaza que representaban por ese entonces las fuerzas enemigas, podría haber sido mucho más violenta, pudiendo de hecho haber llegado (tal como en otras situaciones semejantes) a los linchamientos populares o la realización de ejecuciones sumarias. Recordemos aquí que en estos momentos ya regía en Ucrania la ley marcial, la cual contempla en la mayor parte de los países, en el contexto de catástrofes o graves peligros para la nación, la posibilidad de la pena de muerte para delitos tales como el robo o los saqueos.
Es cierto, aun así, que no puede descartarse en Ucrania un potencial fortalecimiento de la extrema derecha o incluso una posible transformación del régimen sociopolítico en un sentido más autoritario, esto en la medida en cómo se vaya desarrollando tanto el conflicto bélico y la situación económica, social y política de conjunto. Sin embargo, si tenemos en cuenta que procesos de auge de la extrema derecha o de “endurecimiento” del sistema político han sido comunes a países tan disímiles como Grecia, Italia, Brasil o Estados Unidos, esto tampoco tendría porque significar una potencial “fascistización” (o “nazificación”) de la sociedad ucraniana. Lo anterior, a diferencia de lo discutido ya para Rusia en donde la actual deriva autoritaria (“fascistizante”) de su sociedad posee profundas raíces económicas, sociales, políticas, ideológicas e históricas, expresadas en todos los aspectos de la vida social de dicho país.
Más bien, como ya dijimos, el curso del proceso social y político ucraniano pareciera ser por ahora el contrario. Es decir, como ya mencionamos, la perspectiva de la consolidación de un
régimen democrático liberal de centro (moderado), alentado por la percepción de amplios sectores sociales de la posibilidad de una entrada de Ucrania a la Unión Europea y la esperanza en una rápida victoria en contra de Rusia. Lejos de haberse producido el auge de ningún “extremismo” en este país con motivo de la actual guerra, parecería ser en alguna medida sintomático que uno de los resultados de aquella haya sido consolidar como dijimos (especialmente entre los estratos medios de las grandes ciudades) un sentido de pertenencia a lo que una gran parte de la población percibe como un proyecto de vida “propiamente europeo”; O sea, de acuerdo a la perspectiva dominante que esta última tiene respecto a este concepto, uno de tipo “liberal”, “democrático” y “moderno”9
Finalmente, con respecto al problema de las organizaciones de ultraderecha o neonazis existentes en Ucrania, la situación es más o menos similar a lo descrito previamente para otros ámbitos, no existiendo en realidad ningún aumento significativo de estos grupos (a diferencia de lo que sucede en Rusia) en comparación a lo visto en otros países de Europa. E incluso en casos tan bullados como el del Regimiento Azov, originado en el 2014 como un grupo de militantes de tendencia patriótica-conservadora que formó parte de la creación de los llamados “batallones nacionalistas” (puestos en pie para combatir a los separatistas pro-rusos en el Donbás), aquel ha pasado por un agudo proceso de institucionalización que habría modificado en gran medida su carácter fundacional. Esto último para convertirse en una especie de referente de “resistencia patriótica” que, sobre todo luego de su inserción en el ejército regular y el apartamiento de sus primeros líderes, ha tendido a dejar de lado su sustrato ultranacionalista original para adquirir uno más a tono con el sentido de “defensa nacional” que, en vistas de la agresión rusa, es masivamente preponderante en la sociedad ucraniana10 .
Dicho de otro modo, tal como con lo acaecido con las FARC colombianas o el FSLN nicaragüense actuales (o bien en Chile más recientemente con el Frente Amplio) que no tienen mucha relación con lo que fueron estas organizaciones en un comienzo, el Regimiento Azov (el cual hoy es una entidad separada del movimiento social Azov) ha pasado también por una importante transformación interna que habría modificado su carácter inicial para convertirse en un destacamento militar más (aunque con una importante figuración pública) del ejército ucraniano. O sea, un fenómeno más o menos parecido a lo acaecido con algunos de los “batallones nacionalistas” rusos que también actúan hoy al alero del ejército, aunque en el caso de Azov, precisamente por la inexistencia en la sociedad ucraniana de un fenómeno orgánico de “fascistización” más general, no extremando su carácter ultranacionalista original (tal como sí habría ocurrido en Rusia con los batallones Rusich o Wagner), sino que “moderándolo” y “adaptándolo” a los marcos de la democracia burguesa ucraniana11 .
9 Este sentido (y aspiración) de “pertenencia europeísta” que caracteriza a una gran parte de la población de Ucrania (especialmente en la capital y en las regiones del centro y el oeste del país) habría sido, de hecho, uno de los motores político-ideológicos fundamentales del levantamiento popular del Maidán del 2014.
10 En términos generales, el fenómeno de los “batallones nacionalistas” ucranianos surge como una reacción ante la agresión rusa del año 2014, siendo asimismo luego potenciado (magnificado) por esta última durante los años siguientes. En el caso de la integración de algunas de estas formaciones en el ejército (por ejemplo, el “Batallón Azov”), aquello debe explicarse, entre otros motivos, por la extrema debilidad en la cual se encontraban las Fuerzas Armadas de Ucrania al momento de la primera invasión rusa del año 2014 y el subsecuente estallido del conflicto separatista en el Donbás. Esto último como producto, entre otras cosas, del estado de virtual abandono en el cual las había dejado la administración pro-rusa previa de Yanukovich, razón por la cual el Estado ucraniano se vio obligado a impulsar un vasto plan de reclutamiento de voluntarios en el cual se enmarcaría posteriormente la integración del “Batallón Azov” en el ejército nacional (pasando a partir de ese instante a denominarse como “Regimiento Azov”).
11 Entendemos así al actual Regimiento Azov como una especie de “híbrido”, de naturaleza aún indefinida, entre su pasado como milicia paramilitar nacionalista (Batallón Azov) y su actual condición de unidad regular del ejército ucraniano (Regimiento Azov).
Un ejemplo concreto y tal vez paradójico de lo anterior; es decir, del carácter que tendría hoy el Regimiento Azov como una unidad regular más del ejército ucraniano (aunque es cierto que todavía con una naturaleza más bien “indefinida”) pudo haber venido, de hecho, de las manos del propio Putin. Efectivamente, fue el mismo Putin el cual luego de afirmar que los líderes de este regimiento que habían dirigido las acciones de resistencia en Mariupol serían juzgados en “tribunales anti-fascistas” y posiblemente condenados a muerte, decidió nada menos que liberarlos y enviarlos de regreso a Ucrania, esto como parte de un canje de prisioneros a cambio del ya mencionado oligarca Medvedchuk, su amigo personal. Claro que lo anterior, el hecho de que haya sido el propio Putin el que dejara en libertad a quienes eran de acuerdo al relato del Kremlin la representación más clara del “nazismo ucraniano” (y que lo convierte técnicamente en una especie de “colaborador” inesperado de Azov) no calza muy bien con la narrativa rusa, ¿o sí?
Líderes del Regimiento Azov de Mariupol luego de su liberación

¿Quiere decir lo anterior que Azov y otras formaciones nacionalistas similares, que con todo son mucho menos numerosas y con mucha menos influencia social y política en comparación con las que existen en Rusia, han abandonado totalmente su carácter original? No completamente. Sin embargo, hasta el momento no existe nada en el proceso social o político ucraniano que indique que la tendencia hoy preponderante de “domesticacióninstitucionalización” de estas organizaciones (tal como lo visto en el caso del Regimiento Azov), potenciada como señalamos por las perspectivas de una integración de Ucrania en el marco de la Unión Europea y de un posible triunfo en contra de Rusia que terminaría legitimando el actual sistema político (especialmente a la figura centrista-moderada de Zelensky), no se siga profundizando.
De hecho, aun cuando se aceptase la dudosa afirmación de que el Regimiento Azov actual, el cual posee entre unos 1000 a 2000 mil reclutas (en el contexto de un ejército ucraniano que poseía antes de la guerra 250 mil soldados regulares y 250 mil reservistas), siguiera teniendo el mismo carácter al que poseía en sus orígenes cuando su número no alcanzaba a más de unas cuantas decenas, reclutados en los círculos de barras bravas locales o al alero de conciertos de
música metal12 , aun así su existencia (así como también la de todo el resto de grupos nacionalistas ucranianos de tendencias ultraderechistas) no sería suficiente ni para definir un supuesto “auge” del ultranacionalismo ucraniano ni tampoco de una pretendida “fascistización” del país en su conjunto. Esto último tal como sostiene la propaganda oficial del Kremlin y sus loros repetidores en diversos países.
Adicionalmente, aun cuando el Regimiento Azov o el resto de las organizaciones armadas nacidas en Ucrania como respuesta a la agresión rusa desde el 2014 hayan incluso “consolidado” su carácter ultranacionalista (algo simplemente incorrecto), esto no negaría un ápice el hecho de que aquellas han cumplido un importante rol de vanguardia en la lucha en contra de la invasión de su país por un poder imperial extranjero (Rusia). Esto tal como lo visto en el caso de la heroica resistencia protagonizada por los miembros de este regimiento en Mariupol o actualmente en Bakhmut. Aquello mientras la mayor parte de la izquierda mundial, vale la pena recordarlo, no ha hecho hasta hoy más que simplemente contemplar el conflicto ucraniano desde las televisiones de sus oficinas parlamentarias o locales partidarios.
Pésele a quien le pese, ha sido esta y otras organizaciones de nacionalistas compuestas por algunos cientos de combatientes las cuales, codo a codo con numerosas otras organizaciones (de las más diversas tendencias ideológicas) y, lo más importante, codo a codo con esos cientos de miles de defensores ucranianos sin militancia política ni adscripción partidaria que forman hoy parte de las fuerzas de defensa, han estado en la primera línea de fuego en contra de los invasores rusos. ¿Incómodo para la izquierda? No hay duda. ¿Y qué? ¿A alguien puede importarle lo que diga hoy ese mamarracho colectivo que se hace llamar “izquierda” y que no sirve hoy, en una gran parte del mundo, más que para profitar espacios en las instituciones estatales? Por lo demás, como sabemos, los procesos históricos no tienen porque adaptarse a las preferencias ideológicas de ningún sector político.
Tenga la ideología que tenga (incluso si así fuera directamente hitleriana o bien ecológicavegana), las balas del Regimiento Azov no han hecho hasta ahora (aunque esto siempre puede, dada las circunstancias históricas, cambiar) más que ir dirigidas en contra de un ejército de invasión. Algo muy diferente de lo ocurrido, por ejemplo, con el Ejército chileno, cuya existencia no sólo ha estado orientada en gran parte a reprimir huelgas y movilizaciones sociales de todo tipo, sino que, además, a servir como el instrumento de verdaderas masacres institucionalizadas en contra de los sectores populares, esto por ejemplo en su más reciente “modalidad pinochetista”. Exactamente ese mismo ejército chileno (pinochetista y admirador de la obra de Franco) que hoy el partido político del exdiputado Hugo Gutiérrez (quien cada tanto se llena la boca de diatribas en contra de los “nazis ucranianos”) no tiene problemas en utilizar (de la mano del gobierno de Boric) para reprimir al pueblo mapuche en la Araucanía o para militarizar las calles del norte de Chile.
O bien, algo muy distinto igualmente (aunque, como decimos, las cosas siempre pueden cambiar) del ya desaparecido Ejército Rojo que para el momento del inicio de su lucha en contra del nazismo (y esto también se le olvida a otro de los críticos chilenos de Azov tales como el estalinista Eduardo Artés), ya había servido anteriormente no sólo como uno de los principales colaboradores de Hitler en la invasión y masacre del pueblo polaco en 1939, sino que contaba a su haber, además, con sendas masacres de poblaciones enteras en Europa del Este. Finalmente, algo muy diferente de otras formaciones militares estatales a lo largo del
12 Esta afirmación tendría la misma validez analítica que intentar definir la naturaleza del MIR chileno durante su periodo de mayor auge entre los años 1970 y 1973 atendiendo meramente a la composición, ideología y práctica política de algunas de sus organizaciones estudiantiles antecesoras en la Universidad de Concepción.
mundo tales como el propio Ejército español, literalmente formado en la aniquilación sistemática de decenas de miles de españoles y por décadas de represión franquista e ideología ultranacionalista, con el cual otros críticos acérrimos del “nazismo ucraniano” en Europa tales como Pablo Iglesias (hoy locutor del podcast de actualidad “La Base”) no han tenido problemas en trabajar (y “colaborar”) estrechamente en el pasado reciente; por ejemplo, desde su anterior puesto en la vicepresidencia de España. Ejércitos chileno, soviético o español que colaboraron de esta forma, de manera mucho más activa y contundente con el fascismo… ¡que el mismísimo demonio ucraniano Stepan Bandera!
El Ejército Rojo de Stalin se une a Hitler en la invasión de Polonia

Otra vez, ¿quiere decir todo esto que el peligro de un auge de la ultraderecha en Ucrania, potenciado por una hipotética legitimación de las organizaciones ultranacionalistas ante una eventual victoria ante Rusia y en el marco de una crisis económica y social alimentada por el posible fallo de una integración exitosa a la Unión Europea no existen? No. Este peligro existe y es real. Esto tal como el peligro del avance de la ultraderecha que puede verse hoy en una serie de países tales como la Italia de Giorgia Meloni, la España de Santiago Abascal, el Estados Unidos de Donald Trump, el Brasil de Jair Bolsonaro o incluso el propio Chile de Antonio Kast, aunque sin todavía existir en el caso ucraniano ningún avance sustancial de estos sectores (expresado por ejemplo en algún cambio en el régimen político), tal como en el de estos países. Pero el hecho de que este peligro esté planteado no le da hoy a Ucrania, como hemos repetido, ni a su Estado, gobierno, fuerzas armadas o a su sociedad un carácter fascista, estando en realidad las fuerzas propulsoras de una potencial derechización del sistema sociopolítico mucho menos desarrolladas que en otros países tales como Rusia.
Adicionalmente, el peligro de una derechización de Ucrania (por el momento no planteado) como resultado de las dinámicas sociales y políticas que podría gatillar la actual guerra tendría también otro responsable política claro: la izquierda mundial, la cual desde el 2014 y más aún desde la reciente invasión se ha negado sistemáticamente a desarrollar ningún trabajo serio de
inserción en este país, llegando incluso una parte de la misma, por ejemplo en el caso latinoamericano, a adoptar y legitimar las narrativas ideológicas de los invasores. O bien, alternativamente, a defender posiciones supuestamente “pacifistas” o de una pretendida “neutralidad” (siempre más favorables a los intereses rusos) cuyo único efecto real ha sido dejar aún más desamparado al pueblo ucraniano (por ejemplo, en el caso de la política de boicot en contra de las entregas de armas a Ucrania impulsada por un sector del movimiento trotskista). Lo anterior no dejándole a este último más opción que solicitar ayuda militar o bien a los imperialismos occidentales (Estados Unidos, Inglaterra, Francia, etc.), o bien en el plano interno a las propias organizaciones nacionalistas anti-rusas (tal como sucedió en el 2014).
Ha sido así justamente la izquierda mundial (como hemos dicho más preocupada de sus puestos parlamentarios que en impulsar ninguna lucha real) una de las grandes responsables en permitir que los grupos ultranacionalistas ucranianos hayan ganado una importante “vitrina” en la presente guerra para aumentar su influencia y adquirir mayor legitimidad social, esto tanto a nivel interno como en el plano internacional. Mal que mal, han sido algunas de estas organizaciones y no los partidos de izquierda, virtualmente ausentes de cada una de las grandes luchas que impulsan hoy los pueblos colonizados alrededor del mundo (por ejemplo, en los casos palestino o kurdo), quienes están hoy, junto a cientos de miles de ucranianos, luchando y derramado su sangre por la defensa de su país ante la agresión de un invasor foráneo. Sangre derramada que constituye así para el pueblo ucraniano la prueba más fehaciente de quien está realmente con aquel y quien no para enfrentar la sanguinaria invasión imperialista rusa.
En torno a la “multipolaridad”, el papel de la OTAN y el imperio de los zares
Otra idea bastante extendida en el chiquero de cerdos de Putin es aquella referida a que la invasión de Ucrania debe ser entendida en el marco de un proyecto de supuesta “multipolaridad”. Es decir, un proyecto de “ordenanza internacional” opuesta al dominio geopolítico unipolar de Estados Unidos y sus socios de Europa occidental, razón por la cual esta última (la invasión de Ucrania) sería no sólo “progresiva” en términos históricos, sino que, además, se caracterizaría por poseer un contenido “anti-imperialista”. Esto tal como se encarga de aclarar a menudo en redes sociales el comunicador pro-ruso español Aníbal Garzón, el cual a todo esto ha llegado incluso a encontrar “proyectos anti-imperialistas” en el régimen teocrático corrupto de Irán y la dictadura del genocida Bashar al-Assad. ¡Ok! El bombardeo de poblaciones civiles, la destrucción de ciudades completas y el estallido de bombas con toneladas de explosivos en parques y juegos infantiles en Ucrania como parte de un “proyecto anti-imperialista”. ¡Evidente!
Con todo, esta ridícula idea que intenta dar a las acciones de Putin en Ucrania una cierta justificación “anti-imperialista” no carece del todo de sustento. Efectivamente, Rusia estaría embarcada junto a algunos de sus socios (particularmente China) en un proyecto de “multipolaridad” opuesto a los intereses de dominio incontestado de Estados Unidos y sus aliados de la Unión Europea y la OTAN. Pero esperar que lo anterior pueda ser visto como un proyecto con rasgos históricos “progresivos” o incluso “anti-imperialistas”, cuando de lo que se trata es, en realidad, de uno enmarcado en las dinámicas tradicionales de rivalidad interimperialista consustanciales al capitalismo (propias además de cada una de las pugnas entre imperios desde el nacimiento de los mismos), sería tan estúpido como pretender que, en su momento, las campañas de expansión de Hitler habrían poseído, igualmente, por más o menos las mismas razones que las defendidas hoy por Putin, un carácter también históricamente “progresivo” o más aún “anti-imperialista”. Esto porque tanto la dictadura de Hitler como las de sus aliados (fascismo italiano, franquismo español o ultranacionalismo nipón) estaban
asimismo empeñados durante los años 30s y 40s del siglo pasado en cuestionar (tal como hoy Putin) el poder incontestado de las potencias capitalistas occidentales. Es decir, en impulsar sus respectivas “agendas multipolares” ya sea en contra del dominio británico, francés o norteamericano.
Es cierto, por lo tanto, que el proyecto “imperialista” de Putin se opone al proyecto “imperialista” de Estados Unidos y al de otras potencias “imperialistas” occidentales. El punto es que, como dijimos, no estamos aquí en presencia de un proyecto de “liberación” de ningún tipo (ni de carácter “anticolonial”, “nacional” o menos “socialista”), sino que, por el contrario, de un proyecto imperialista particular (el proyecto de “restauración neo-zarista” de Putin) en contra de otros proyectos imperialistas particulares; en este caso, el proyecto de dominio incontestado del capitalismo estadounidense, el “multilateralismo europeo”, la “vía británica”, etc. Lo anterior, con la salvedad además de que en el caso ruso se trataría de un imperialismo de menor escala (regional); O sea, una especie de imperialismo de “segunda” o “tercera” categoría que, precisamente por contar con menos recursos para extender su poder, tendría un carácter en muchos sentidos más brutal y dependería de la aplicación de métodos más bestiales de conquista territorial y sometimiento. Esto al menos en la actualidad y sin desconocer, claro, todos esos ejemplos de bestialidad imperialista de las potencias occidentales tales como el de Estados Unidos en Vietnam, Irak o Afganistán en décadas pasadas o el de los poderes coloniales europeos en América Latina o África en el pasado.
Hitler también abogó por la “multipolaridad” en contra de las potencias occidentales
Una idea parecida a la anterior, sacada igualmente del repertorio de argumentos más o menos recurrentes que se escuchan en la porqueriza ideológica de Putin, es la que afirma que la actual guerra de Ucrania habría sido “provocada” por la OTAN. Esto último debido a su constante expansión hacia el este. Otra vez, esta idea alude a un hecho real. Ciertamente, en tanto instrumento de coerción militar predilecta de los imperialismos occidentales sobre otros imperialismos competidores o países semi-coloniales, la OTAN ha venido avanzando de forma cada vez más amenazante sobre el “patio trasero” (y tradicional “órbita de influencia”) del imperialismo ruso. Algo similar, por lo demás, a lo que ocurre con la presencia militar de Estados Unidos y China en el otro extremo del mapa. Es cierto también que Estados Unidos y

sus potencias aliadas han venido buscando, de forma ávida, un mayor sometimiento de Rusia. Esto sobre todo desde la disolución de la URSS, la cual como es sabido despertó los “apetitos expansivos” de estos últimos sobre los antiguos territorios soviéticos.
Y es cierto incluso que la política de Putin, desde su ascensión al poder, ha estado basada en gran medida en evitar el avance de estas potencias sobre Rusia, abogando para ello por una restauración de su poder geopolítico. Aquello en cierta forma, desde su particular enfoque imperial, empalmando con la defensa de los intereses nacionales de Rusia en tanto Estado soberano frente a los continuos intentos de profundización de la hegemonía internacional de Washington. Pero todo esto no es ninguna novedad y cualquiera que no se compre el discurso de la “defensa de la democracia” por parte de Estados Unidos o la OTAN es capaz de entrever los móviles expansivos y de dominación imperial que orientan (y que han orientado siempre) las acciones de los imperialismos occidentales, mismos móviles que se encuentran también en la base de las acciones de Putin o bien en la de otras potencias expansivas tales como China.
El punto, sin embargo, es que nada de lo anterior (afanes de dominación mundial de Estados Unidos, expansión de la OTAN hacia el este, “cercamiento estratégico” de Rusia, etc.) justifica desatar una invasión en gran escala en contra de un tercer país, que ni siquiera es miembro de la OTAN y que difícilmente habría llegado a serlo en el corto plazo, buscando con ello conquistar sus territorios y sojuzgar sus poblaciones para reintegrarlo a la fuerza, a costa de cientos de miles de muertos, a una respectiva “zona de influencia”; en este caso, a la “zona de influencia” (o “patio trasero”) de Rusia. Todo esto, buscando en realidad hacer carne un proyecto de “restauración imperial” (desfasado) cuyo modelo sería, nada menos, que las campañas de anexión imperial y conquistas de un zar ruso de hace tres siglos llamado Pedro el Grande. A lo más, si era en serio el interés de Putin por defender la “integridad territorial” de Rusia ante la amenaza de la OTAN, pues entonces lo que hubiera correspondido es que aquel hubiese atacado a la misma OTAN y no a ciudades indefensas con poblaciones civiles indefensas y habitantes de un país que, otra vez, no es ni siquiera miembro de la OTAN.
¿A qué interés geopolítico de “defensa de la integridad territorial” responde el hecho de arrasar ciudades completas bajo el fuego de la artillería rusa durante meses tales como Mariupol o Bakhmut? ¿A qué imperativo nacional se ligan los bombardeos masivos de la infraestructura básica en literalmente cada región de Ucrania, pretendiendo con ello interrumpir el servicio eléctrico, las redes de agua potable o los sistemas de calefacción de decenas de millones de civiles? ¿Cuál es el objetivo estratégico que se encuentra detrás del lanzamiento de cientos de misiles cruceros en contra de edificios residenciales, jardines infantiles, calles céntricas o parques recreacionales? ¡Pues un objetivo muy claro! ¡El objetivo de una guerra de sometimiento y conquista imperial que, tal como todas las guerras de sometimiento y conquista imperiales, se basa siempre en el mismo principio fundante: el de sembrar terror en la población que busca ser sojuzgada!
¡El mismo principio aplicado por Estados Unidos en contra de centenares de aldeas en Vietnam! ¡El mismo principio aplicado hoy por Israel en contra de cada familia palestina! ¡El mismo principio, el principio de la dominación de los imperios, aplicado en cada guerra imperial desde los albores mismos del Estado! Ese principio que Putin, en sus oficinas en el Kremlin, conoce de primera fuente al compartir los mismos espacios alguna vez utilizados por Stalin, Pedro el Grande o Iván el Terrible, sus maestros históricos en el arte de aterrorizar poblaciones. Esos mismos “grandes conquistadores” con que Putin, bajo la sombra de las cúpulas de las catedrales ortodoxas de la Plaza Roja o en la intimidad de los iconostasios de esos mismos monasterios y mausoleos moscovitas que contemplaron todos los zares del
pasado, dialoga sin duda para consultar con ellos la mejor forma de resolver la última de las “campañas de conquista” emprendidas por el imperio ruso: ¡la conquista de Ucrania!
¡Tal como Stalin, Pedro el Grande o Iván el Terrible, que ya sea ante las mismas pinturas sagradas de la catedral de la Asunción o bien ante las propias tumbas de los zares pretéritos en la catedral del Arcángel, concibieron en su momento (inspirados por cada uno de los monumentos del dominio imperial zarista) desde las persecuciones en contra de las poblaciones tártaras de los Kanatos de Kazán y Astracán hasta la creación de los Gulags! ¡Esas mismas pinturas, tumbas, catedrales y monumentos del esplendor zarista que hoy contempla ante sí Putin en sus paseos por las callejuelas de piedras del Kremlin, manchadas por la sangre de mil pueblos sometidos! ¡Esas callejuelas malditas en cuyos rincones todavía se escucha el eco inmemorial del sufrimiento del mujik ruso y de los obreros masacrados del Domingo Sangriento! En definitiva, esa misma herencia imperialista que hoy inspira a Putin, desde lo más profundo de su sicología de nuevo zar sin corona, a buscar las mejores formas con las cuales someter (o en su defecto exterminar) al pueblo ucraniano, descendiente de los rebeldes cosacos que alguna vez, también, se enfrentaron al dominio tiránico de los zares.

El imperio de los zares
Acerca de los bombardeos a las poblaciones del Donbás y sobre cómo Rusia va “ganando la guerra”
No puede dejar de mencionarse aquí el argumento que afirma que la actual guerra de Ucrania, cuyo comienzo se remontaría a la crisis del 2014, tendría como causa fundamental no el hecho de que fuera Putin quien desatara la invasión de este país hace un año, sino que, en realidad, tanto la supuesta política de “bombardeos indiscriminados” del gobierno ucraniano en contra de las poblaciones rusoparlantes del Donbás, así como también la represión cultural y exclusión sistemática a la que habrían sido sometidas estas últimas (prohibición del idioma ruso en escuelas, medidas discriminatorias, imposiciones centralistas del gobierno de Kyiv, etc.). Todo
lo cual presentaría a la actual invasión rusa como una particular “gesta libertadora” que, en conjunto con los objetivos de “desnazificar” y “desmilitarizar” Ucrania, adquiriría así el carácter de una especie de nueva “guerra patriótica”.
El punto es que un conflicto interno, por muy atendible que se presenten desde ciertos ángulos las demandas de autonomía o incluso independencia nacional de algunos sectores de la población de Donetsk y Luhansk, no justifica, tal como ya discutimos para casos anteriores, que Rusia se haya lanzado a una brutal campaña de conquista y sometimiento (desaforada) en todo el territorio ucraniano, acompañada como sabemos de bombardeos constantes en zonas alejadas a veces por más de mil kilómetros de distancia del Donbás. Por ejemplo, ¿qué pueden tener que ver los intentos del ejército ruso por capturar Kyiv u Odesa, o bien las campañas de bombardeos masivos de este último en los alrededores de Lviv (ciudad ubicada en las cercanías de la frontera polaca) con las aspiraciones de autonomía de las comunidades rusoparlantes del otro extremo del país? ¡Pues nada! Una idea tan ilógica como sugerir que un conflicto nacional interno específico, circunscrito a una región particular, requeriría para su solución de una invasión a gran escala de todo un país por una potencia extranjera cuyo resultado inmediato sería, entre otras cosas, un aumento exponencial (fulminante) del número de muertos de todas las partes involucradas (algo así como pretender matar una mosca con un misil).
Y es precisamente aquí, en el número de bajas civiles asociadas al conflicto en el Donbás durante el periodo previo y posterior al inicio de la actual invasión rusa en donde, como veremos, el argumento putinista en torno a una supuesta “defensa” de las poblaciones de esta región ante los “bombardeos ucranianos” se cae a pedazos. Esto si consideramos, por ejemplo, que la cifra total de civiles muertos por este conflicto entre los años 2016 y 2022 no llegó ni siquiera a los 300 fallecidos, no alcanzando durante los tres años anteriores a la reciente invasión (2019-2021) más de 27 muertos anuales. Número que habría aumentado en el último año de guerra (tan sólo en las regiones de Donetsk y Luhansk)... ¡a una cifra que rondaría entre los 5000 y 25000 muertos, esto sin siquiera contar los heridos! Es decir, hoy han muerto infinitamente más “rusoparlantes” en el Donbás gracias a la invasión de Putin que durante todo el conflicto ucraniano-separatista anterior (conflicto que, a todo esto, fue permanentemente instigado y alimentado por Rusia desde el 2014)13 .
13 Notemos aquí que toda la discusión en torno a la situación de los “rusoparlantes” en Ucrania tiene en realidad mucho de chimuchina. De hecho, la mayor parte de la población ucraniana habla tanto ruso como ucraniano, siendo por lo tanto desde este punto de vista “rusoparlante”. Asimismo, la inmensa mayoría de los ucranianos cuyo idioma principal es el ruso poseen una clara identificación nacional ucraniana (no rusa). Un ejemplo de esto es el mismo Zelensky o los principales referentes del Regimiento Azov u otros de los batallones nacionalistas ucranianos originados en el Donbás, reconocidos como “rusoparlantes”. Es más, pretender que exista una relación directa entre la utilización del ruso como lengua primaria y una supuesta adscripción nacional “rusa”, es en realidad tan inconsistente como sugerir que la mayor parte de la población latinoamericana se considera “española” por el hecho de ser “hispanoparlante”. Debe recordarse, igualmente, que los antecedentes más importantes en Ucrania de la existencia de leyes culturales y educacionales de naturaleza represiva y discriminatoria orientadas a la supresión de un lenguaje y cultura nacional se han dado por la razón contraria; esto es, por los intentos del Estado ruso en una serie de periodos históricos por ilegalizar o degradar el uso del lenguaje ucraniano. Un ejemplo de esto puede verse hoy en Ucrania en la serie de disposiciones impuestas por la administración estatal rusa en los territorios ocupados que tienen por objetivo suprimir (mediante la imposición de métodos coercitivos de todo tipo) el sentido de identidad nacional del pueblo ucraniano.
Muertes de civiles en el conflicto ucraniano-separatista en el Donbás (2014-2021)14

Pero claro, todo lo anterior no es un impedimento para que aquel grupo de verdaderos farsantes entre los que destacan Pablo Iglesias, Pedro Baños, Aníbal Garzón o Liu Sivaya hayan sacado a colación el tema de los “bombardeos ucranianos” en el Donbás en incontables ocasiones con el objetivo o bien de culpar a Ucrania del comienzo de la guerra, o bien de intentar jugar al “discurso equidistante”. Esto último presentando las acciones impulsadas por Ucrania durante los años 2014-2021 para reclamar sus legítimos territorios en dicha zona (arrebatados por aquellas formaciones paramilitares de mercenarios separatistas corruptos serviles al Kremlin que adoptaron el nombre de “repúblicas populares”) como si tuviesen la misma naturaleza que los actuales bombardeos rusos que han literalmente pulverizado decenas de ciudades, pueblos y aldeas en toda Ucrania. ¿O acaso puede indicarse en el mapa una sola ciudad, pueblo o aldea en los territorios que hoy controlan los separatistas que hayan sido obliterados por las fuerzas ucranianas de la forma en que fueron obliteradas las ciudades de Mariupol, Marinka o Bakhmut?
“Bombardeos ucranianos” que respondieron más bien, en general, a un intercambio de fuego normal entre las fuerzas de un Estado soberano que buscaba expulsar de sus territorios a quienes, de forma totalmente ilegítima, declararon primero no sólo su “independencia” de Ucrania, sino que luego, además, una pretendida “anexión” a Rusia, esto en el marco de la realización de unos referéndums de mierda que ni siquiera los aliados de Rusia (China, India o Turquía) reconocen como válidos. Referéndums tan falsos como la “preocupación” de la influencer Liu Sivaya por las poblaciones del Donbás, quien antes del comienzo de la actual invasión ni siquiera se pronunció, en alrededor de ocho años, por estas últimas. ¿Los “bombardeos ucranianos a las poblaciones rusoparlantes del Donbás” como causa de la actual guerra? ¡Mierda! ¡Pura propaganda putinista de mierda!
Y todo esto sin siquiera mencionar que fue Rusia la que invadió a Ucrania en el 2014 y llevó a cabo la anexión (ilegítima) de Crimea, habiendo sido asimismo dicho país el cual propició el conflicto ucraniano-separatista al armar a las tropas separatistas pro-rusas y al enviar de forma encubierta miles de soldados al Donbás para apoyar a estas últimas (tropas denominadas en su
14 Fuente: The Office of the High Commissioner for Human Rights (OHCHR).
momento por los medios como “los pequeños hombres de verde”). Invasión rusa del 2014 que no se produjo como respuesta a ningún “golpe de estado” (definición con la cual la propaganda rusa llama al levantamiento popular del Maidán de ese año), sino que, por el contrario, como producto de la decisión de un dictador neo-zarista (Putin) que, para responder al desafío que significó dicha rebelión para su poder regional y la perspectiva de perder un gobierno más o menos alineado con sus intereses (Yanukovych), decidió dar un “golpe de mano” audaz que le permitiera empezar a materializar sus afanes imperiales.
Esto último dando inicio a una ofensiva imperialista de conquista territorial (por esos momentos parcial) en contra de un Estado independiente que buscaba sentar las bases o bien de una futura sujeción y/o desmembramiento del mismo, o bien de una “reabsorción” más directa de aquel en el marco de lo que Rusia considera como su propio “patio trasero” (¿o quizás como “espacio vital”?): Ucrania. Algo muy parecido, sin duda, a las tácticas discursivas de Estados Unidos u otros imperialismos occidentales que buscaron en el pasado encubrir sus propios afanes expansionistas en Afganistán o Irak con las narrativas de la “lucha por la democracia” o la “guerra contra el terrorismo”, aunque esta vez bajo un manto ideológico particularmente “putinista”.
Esas mismas narrativas con que Estados Unidos, preocupado por la creciente influencia de la URSS en América Latina luego del triunfo de la revolución cubana, intentó justificar durante las décadas de 1960 y 1970 sus planes de desestabilización de una serie de gobiernos latinoamericanos de izquierda y su posterior apoyo a dictaduras sangrientas (en esos tiempos bajo la excusa de la “lucha en contra del comunismo”), llevadas ahora al terreno (bajo otros ropajes discursivos) de las esferas de influencia geopolítica rusa. ¡La misma manipulación! ¡El mismo juego imperialista! ¡Aplicado ya sea en el Chile de 1973 o la Ucrania del 2014! ¡Esta vez reproducido por Rusia y sus afanes colonialistas de sometimiento! Todo debido a que un país determinado osaba con alejarse (tal como en el caso ucraniano) del influjo del Kremlin, esto tal como es posible ver nuevamente hoy, repitiéndose más o menos la misma historia de “celos imperiales”, en otros países de la región tales como Moldavia, Armenia o Georgia.
Finalmente, después de todos estos argumentos pro-invasión rusa para auténticos idiotas, otra de las ideas ciertamente “brillantes” en el arsenal discursivo de ideas “brillantes” de los repetidores ideológicos (o cacatúas) del Kremlin es que, pese a todas las evidencias de lo contrario, Rusia estaría “ganando la guerra”. En algunas ocasiones, de hecho, la seguridad con que esta afirmación es realizada por algunos de estos papagayos de Putin es tal (los casos de los ya mencionados Artés, Kirk o Hadwa son ciertamente asombrosos), que parecería que están diciendo algo coherente y no, en realidad, una estupidez. Pero no hay más que simplemente recurrir a una de las voces más autorizadas del ultranacionalismo ruso y uno de los más acérrimos defensores de la invasión de Ucrania para darnos cuenta de que la situación es, más bien, la contraria. O sea, que Rusia podría no sólo haber perdido la guerra tan sólo algunos meses luego de iniciada, sino que aquella estaría por enfrentar, adicionalmente, una serie de graves amenazas para su propia supervivencia como Estado independiente.
Efectivamente, ha sido nada menos que el propagandista ruso Igor Girkin, condenado en Europa y Ucrania por la muerte de 298 personas con motivo del derribo de un vuelo comercial de Malaysia Airlines en el 2014, quien ha afirmado en diversos espacios cuestiones tales como que “la guerra en Ucrania continuará hasta la completa derrota de Rusia” o que “nosotros ya hemos perdido, el resto es sólo una cuestión de tiempo”. En otra de sus declaraciones sobre este tema ha sostenido también que una de las consecuencias de una derrota rusa podría ser el estallido de una revolución en dicho país y que el mismo Putin correría el riesgo de ser
asesinado como producto de esta última. En otras palabras, termine o no siendo correcta la perspectiva de una revolución en Rusia y de una muerte de Putin en “modalidad Gadafi” (o bien en “estilo Mussolini”), lo cierto es que la posibilidad de una derrota militar de Rusia en Ucrania y de un verdadero “desastre estratégico” para este país con motivo de aquella, aunque aún no materializada, es real.
Lo anterior, tal como pudo verse tanto en las tempranas victorias ucranianas en Kyiv, Chernihiv, Kharkiv o Izyum, así como también en la heroica liberación de Kherson y en el hecho de que Rusia ya habría perdido más del 50% de todas sus conquistas en Ucrania desde el inicio de la invasión. O bien, tal como atestiguan las posiblemente más de cien mil muertes rusas desde el comienzo de la guerra, una cifra mayor a todas las que sufrió este país en su invasión de Afganistán en más de una década. Derrota potencial y desastre estratégico de Rusia que simbolizan muy bien, además, tanto el hundimiento del buque insignia ruso Moskvá durante los primeros meses de la guerra, así como también el considerable deterioro que ha tenido en el último año el poder geopolítico de Rusia en su área de influencia directa. Esto tal como muestra el importante menoscabo de su posición dirigente en el seno de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC). Debilitamiento de Rusia que se estaría expresando a nivel internacional, asimismo, en la creciente dependencia (y posible mayor tutelaje) de Rusia respecto a sus socios más cercanos tales como China o India. Todo esto, igualmente, en el contexto del fracaso de su reciente campaña militar de bombardeos masivos en contra de la infraestructura crítica ucraniana durante los meses de invierno y del aparente estancamiento de su actual ofensiva militar, la cual luego de más de un mes todavía no produce ningún avance sustantivo.

Muertes y pérdidas bélicas rusas (febrero 2022- enero 2023)
Fracasos militares y geopolíticos que no hacen más que reflejar fielmente las sendas derrotas de Rusia vistas en el plano diplomático. Esto no sólo con la ya inminente adhesión de dos nuevos países históricamente neutrales a la OTAN (Suecia y Finlandia), sino que, además, en el verdadero bochorno que sufrió la campaña de chantaje del Kremlin sobre la Unión Europea que buscó utilizar como arma de presión el corte de los suministros de gas ruso a esta última. Lo anterior intentando agitar durante los meses pasados algunas banderas propagandísticas
tales como, entre otras, la de “los europeos se van a congelar en invierno” o el “pronto no habrá comida en los supermercados en Alemania”. Campaña de chantaje diplomático que, como es sabido, terminó no sólo prácticamente en nada, sino que, a pesar de los fuertes aumentos de los precios en el suministro eléctrico vistos recientemente en Europa, con las reservas de gas de una serie de países europeos en máximos históricos. Fracasos militares y diplomáticos en todo nivel que se han expresado además durante el último año, para vergüenza del Kremlin, tanto en una serie de sucesivas resoluciones de repudio internacional a la invasión rusa votadas en la Asamblea General de las Naciones Unidas, así como también en la virtual transformación de Rusia en un “Estado paria”.
Derrotas militares y diplomáticas en todos los ámbitos que el “genio estratégico” de Putin habría consentido en pagar como precio por la conquista de un endeble 15% del territorio de un país que al momento de la presente invasión era uno de los menos influyentes de Europa: Ucrania. Un país en donde, hasta antes del 24 de febrero del 2022, un importante porcentaje de su población seguía sintiendo todavía una relativa simpatía por Rusia. Esto tal como muestran una serie de estudios de opinión durante los años anteriores. Simpatía por Rusia que (¡a pesar de la anexión de Crimea!) seguía poseyendo un sector significativo de la población ucraniana que, en el momento exacto en que las tropas invasoras se abalanzaron sobre Kyiv y otras ciudades de Ucrania aquella madrugada del 24 de febrero, se ha transformado hoy, tal como muestran también otra serie de estudios de opinión, en el odio más absoluto. Odio nacional en contra de Rusia (hoy completamente hegemónico en la sociedad ucraniana) que, gracias al literal genocidio que este país está llevando a cabo, tardará posiblemente muchas generaciones (tal como lo ocurrido antes con la Alemania nazi) en disminuir, esto si es que no dura por siempre.
Odio generalizado en contra de Rusia que ha sido acompañado de un cambio radical de la propia identidad nacional ucraniana, la cual ha transitado desde un sentido crónico de “inferioridad europea” por el cual los ucranianos se percibían como miembros de un país todavía “no demasiado bueno” para ser parte del “concierto europeo” a una autopercepción colectiva caracterizada ahora, por el contrario, no sólo por un incremento explosivo de los indicadores de orgullo nacional, sino que, además, por el fortalecimiento de un relato internacional en el cual Ucrania se habría convertido en una especie de baluarte mundial de la lucha del “mundo civilizado” ante la “barbarie”. Es decir, por un verdadero revival del “rol mítico” que jugaron en el pasado ciertas naciones europeas en contra de la expansión de una serie de Estados conquistadores percibidos como una amenaza para la Europa de aquel entonces tales como los califatos musulmanes o el Imperio otomano, habiendo adquirido Ucrania en este caso el carácter simbólico de un “antemuro” protector de las democracias occidentales en contra de las “tiranías del este”.
Ucrania como “antemuro” de las democracias occidentales
Un aumento fulminante del orgullo nacional ucraniano y de la influencia internacional de este país, alimentado nada menos que por Putin, que ha tenido incluso la fuerza de desplazar los equilibrios de poder en Europa occidental y la misma OTAN, esto tal como es posible ver en el significativo avance de la influencia de Polonia (hasta antes de la guerra considerada también como un país europeo de “segunda categoría”) y de otros de los aliados más cercanos de Ucrania. Lo anterior, a costa de un importante desmedro de la posición dirigente de los otrora “dueños” incontestados de la Unión Europea tales como Alemania o Francia, hoy vistos como “demasiado blandos” ante Rusia. ¡Todo gracias a Putin! ¡Todo a causa de la invasión rusa! ¡Putin, el verdadero arquitecto de la Ucrania contemporánea! ¡Putin, el gran reformador del ejército ucraniano moderno! ¡Putin, el artífice supremo del sentido de identidad nacional ucraniana, ahora soldada y fortalecida por la agresión rusa… para siempre!
Putin y su cita ante la historia (Interregnum)
¡Muy bien hecho Putin! ¡Has literalmente tirado por la borda dos décadas de “recomposición imperial” rusa! Y es que, aceptémoslo, quisiste hallar en tus acciones la grandeza de Pedro el Grande, pero en realidad, con lo único que te encontraste fue contigo mismo: un simplón ex agente de la KGB que, para llegar al poder, no tuvo más mérito que lograr ser designado para su cargo por un borracho (Yeltsin). ¡Tú, reyezuelo neo-zarista cuyas únicas “grandes victorias” las has logrado o bien con países infinitamente más débiles que el tuyo (por ejemplo, Chechenia), o bien en contra de tu propio pueblo!
¡Muy bien hecho, Putin! Quisiste replicar las “grandes maniobras militares” de los “grandes estrategas del mundo”, pero finalmente las únicas “grandes operaciones” que lograste concretar son aquellas en las cuales te formaste: las de la represión sistemática de los sectores populares rusos, la manipulación de poodles mediáticos de quinta categoría tales como Margarita Simonyan o Vladimir Solovyov y la de aquellos asesinatos por encargo (sacados de películas gore) de oligarcas lanzados por las ventanas de edificios. Lo anterior sin olvidar tu gusto postsoviético (muy kremliniano) por grotescas masacres de familias enteras de millonarios “opositores”. Todo esto rodeado siempre, claro, de tu “corte geopolítica” de aduladores compuesta por ex cocineros wagneritas mafiosos salidos de las cárceles moscovitas (Yevgeniy Prigozhin), maestros de artes marciales en su época de decadencia (Steven Seagal) y líderes

tribales chechenos cuyo pasatiempo preferido es, además de servir como “señores de la guerra”, apacentar cabras (Ramzan Kadyrov).
¡Putin! ¡El peor estratega del último siglo! ¡El “genio militar” de las retiradas! ¡El nuevo “organizador de derrotas” de la historia contemporánea! Tú que llegaste al poder por la condescendencia de un borracho y aquel que fuera literalmente el peor y más patético de todos los gobernantes del Kremlin: ¡Yeltsin! ¡Ese mismo que sirvió durante los años 90s como “secretario de asuntos rusos” de Clinton! ¡Dicha escoria te regaló el poder! ¡Russki! ¡Tú que estás siendo derrotado por un comediante, hoy devenido en héroe! ¡Huylo! ¡Quisiste dialogar con Pedro el Grande, pero te encontraste con el gran dictador de Chaplin! Y así, otra vez, se cumple entonces el dicho de Marx: que lo que en la historia se da alguna vez como “tragedia”, termina luego repitiéndose… ¡como una farsa!

Pero claro, todo esto no tiene porque importar demasiado a los propagandistas del Kremlin, porque ellos y ellas, que no son en última instancia más que unas meras “criaturas-engendros” de Vladimir Vladimirovich Putin (algo así como su colección personal de critters ochenteros desperdigados por el mundo) seguirán diciendo que “Rusia está ganando la guerra” y que el fracaso de la primera ofensiva rusa sobre Kyiv habría sido, en realidad, una “maniobra militar de engaño”. Algo parecido al colapso del frente ruso en Kharkiv, el cual habría sido, asimismo, una “retirada táctica” (incluso de “buena voluntad”). Tal como el humillante abandono de las fuerzas rusas de Kherson, el que debería ser interpretado, sin duda, como una “operación de preparación” (hacia atrás) de una ofensiva mucho mayor y mucho más decisiva. Todo esto porque quien estaría hoy en guerra con Rusia ya no sería Ucrania (derrotada como es sabido durante el tercer día de la “operación especial”), sino que, obviamente, los ejércitos de la “OTAN”.
O sea, el mismo tipo de estupideces por las cuales se presenta hoy la posible toma de Bakhmut, una pequeña ciudad sin mayor importancia estratégica o logística, como una especie de “anticipo” de una “ofensiva final” (y definitiva) sobre Kyiv. Esto último sin considerar no sólo la enorme cantidad de soldados e insumos militares que Rusia ha perdido en casi ocho meses de sangrientos combates intentando capturar dicha ciudad, sino que, además, el hecho de que
estas pérdidas podrían significar pronto, en caso de concretarse la caída de la misma, un tipo de “victoria pírrica” que ponga en entredicho las capacidades de las fuerzas invasoras para avanzar en cualquier otro sector del frente.
Entrada al Sanctum Sanctorum
Pero existen además otras ideas de mierda en el repertorio de ideas de mierda del putinismo, aunque en este caso de un nivel mucho más mierda. Es decir, de un contenido incluso más diarréico que en el de los ejemplos anteriores. ¡Bienvenidos! ¡Hemos llegado a lo más hondo de este gran pozo séptico de ideologías descompuestas y discursos tullidos (teóricamente deformes y carentes de la más mínima lógica argumentativa) llamado propaganda rusa! Y estaríamos de hecho sumergiéndonos ahora en un mar de fango (o literal mierda) de tal espesor que en estas dimensiones abisales, en las cuales las Liu Sivaya campean y nadan a sus anchas como verdaderas sirenas semi-humanas y semi-animales de ojos siniestros dispuestos a cada instante a contaminarte con su macabra inmundicia, se hace ya incluso muy difícil no perder la noción del tiempo y el espacio histórico. Esto sin llegar a confundirlos del todo con la más reciente “fake news” o “teoría terraplanista”. En definitiva, una fosa de pensamiento tan profundamente degradado y podrido, esa fosa en la cual habitan como señores todopoderosos los Garzón, los Gutiérrez y los Artés al modo de grotescos engendros (o gollums) del reino de lo peor y más degradado del intelecto humano, en donde ya ni siquiera es capaz de entrar el más mínimo haz de luz teórica.
Ese espacio, en el punto más bajo y decadente de este chiquero de cerdos, en donde toda la mierda, todos los residuos corporales de mil especies porcinas, se van filtrando indetenibles para acumularse como un inmenso océano de diarrea y pus putinista. ¡Ese espacio en donde se escurre (gota a gota) lo peor y lo más bajo de los productos intelectuales del Homo sapiens, gestados en el corazón de aquellas catedrales de neón de la propaganda del Kremlin llamados Russia Today, Sputnik, Telesur o de cualquier otra de sus filiales de periodismo basura! Allí, en ese mar infecto y vomitivo, repulsivamente asqueroso, en donde los influencers de Putin, desde el ámbito del Trumpismo hasta las filas de PODEMOS, llevan a cabo la más repugnante de las orgías ideológicas de tiempos modernos. Una orgía de la deformación del intelecto al lado de la cual incluso los groseros postulados teóricos del nazismo hitleriano (y toda su ridícula diatriba esotérica) destacarían como una gran obra de joyería filosófica.
¡Allí! ¡En ese espacio infecto en donde todas estas escorias se solazan dándose los unos a los otros por el culo, chorreando de sus falos erectos ante la contemplación del genocidio ucraniano el semen de una depravación insondable! Todos ellos, lamiéndose sus vulvas venenosas de perras arpías de Putin, defecando y orinándose en sus caras iluminadas por una sonrisa supinamente idiota, unos a otros (¡unos a otros!), como en una gran bacanal “caliguliana” de lo más pérfido de la ideología del hombre.
¡Hemos llegado! ¡Estamos ya en el Sanctum Sanctorum de la ideología putinista! Mantened los ojos abiertos, infelices viajeros de la contemplación de esta deshonra suprema del intelecto humano… ¡si os atrevéis!

Otras basuras del discurso pro-ruso… y el triunfo de la mierda
Veamos entonces algunas de las ideas más mierdas de la colección de “ideas-mierdas” de la propaganda rusa. Partamos por una particularmente de mierda: que Ucrania sería, en realidad, un Estado “artificial”. ¿Las razones de esta afirmación? Pues, entre otras basuras, ya sea porque el actual territorio ucraniano se ha ido conformado a partir de una serie de sucesivas anexiones o pérdidas territoriales, ya sea porque el lenguaje ucraniano sería un lenguaje que, tal como todos los lenguajes del mundo, ha ido adquiriendo sus características particulares luego de un largo periodo histórico. O bien, porque el Estado ucraniano contemporáneo sería uno de configuración “inconvenientemente” reciente, no contando de hecho (¡oh, gran pecado!) con más de tres décadas de existencia.
Todo lo cual mostraría, justamente porque el Estado ucraniano no sería más que, como señalamos, un Estado “artificial” (o directamente un “no-Estado”), que sería así completamente racional aceptar que Rusia (un Estado pretendidamente “no artificial” e “históricamente consolidado”) pueda simplemente apropiarse de lo que le venga en gana en Ucrania. Esto último para “reintegrar”, en el seno de este Estado “pleno” denominado pomposamente como “Madre Rusia”, sea lo que sea que esta “madre” pretenda reintegrar desde dicho Estado “a medias” llamado Ucrania (lavadoras, inodoros, bienes culturales, territorios o simplemente personas), esto incluso a costa, de ser necesario, de la aniquilación del propio pueblo ucraniano.
Lógica desde la cual, al decir del charlatán Nicola Hadwa, sería entonces totalmente evidente aceptar que una serie de regiones y ciudades ucranianas tales como las ubicadas en los llamados “territorios rusófonos” (por ejemplo, el Donbás o las ciudades “históricamente rusas” de Odesa, Mariupol o Sebastopol), puedan ser llevadas de regreso (por la fuerza) al seno de la gran “familia rusa”. Esto para formar otra vez (ahora sin duda para siempre) una parte indisoluble de esta última, aquello con o sin la aprobación de las poblaciones involucradas. ¿No son así las
pretensiones de Rusia sobre estas regiones completamente justas? ¿Puede quedar alguna duda de la legitimidad de sus reclamos sobre los territorios que hoy ocupa en Ucrania como resultado de su guerra de agresión imperialista? ¿Acaso dichas regiones y ciudades no figuran hoy al interior de las fronteras del Estado ucraniano tan sólo por un lamentable “error histórico”?
Con todo, como decimos, estas no son más que ideas de mierda basadas en presupuestos de mierda. Es decir, ¡unas putas estupideces sólo aptas para loros repetidores del Kremlin! Esto porque resulta que si Ucrania, por todas las razones antes mencionadas, no existe como un Estado “real” (siendo por el contrario uno de tipo “artificial”, “incompleto” o “fallido”), pues entonces debemos aceptar el hecho de que casi la totalidad de los Estados modernos, algunos un poco más viejos que otros (pero ninguno con más de tres o cuatro siglos de antigüedad), serían también, por esas mismas razones, Estados “artificiales”, “incompletos” o “fallidos”. O sea, una idea demasiado imbécil como para ser aceptada por cualquiera con un mínimo de conocimientos sobre los procesos históricos de consolidación y desarrollo de los Estados nacionales modernos. ¡Veamos algunos ejemplos de lo anterior! ¡Empecemos por Chile!
¡Chile! Un Estado nacional ciertamente “artificial” en términos territoriales si consideramos que una gran parte de su territorio actual es, técnicamente, “robado”: el llamado Norte Grande arrebatado de los países vecinos Perú y Bolivia en la Guerra del Pacífico (1879-1884) y la zona centro-sur del país arrancada al antiguo “país mapuche” (o Wallmapu) durante la llamada “Pacificación de la Araucanía” (1861-1883). En el caso del idioma español, algo parecido: un verdadero “injerto cultural” no sólo completamente ajeno a las tradiciones culturales de las poblaciones “chilenas” originarias, sino que, además, una de las herramientas de colonización predilectas de los conquistadores hispanos para sojuzgar a estas últimas. Idioma español que no tendría en las Américas una profundidad histórica mayor a los cinco siglos y cuya forma contemporánea diferiría muchísimo de su versión “original” (entendiendo por “original” aquella del siglo XVI). Idioma español que, al menos en Chile, ni siquiera puede tomarse en algunas ocasiones seriamente como “español”, esto si nos atenemos al paupérrimo uso que hace hoy la población chilena del mismo15
Algo similar, por lo demás, al caso de la propia “Madre Rusia”, cuyo territorio “original” no iba más allá de los alrededores del Moscú medieval, siendo en realidad gran parte de sus territorios actuales tierras conquistadas (robadas) de poblaciones tártaras, mongolas y de otras etnias asiáticas: por ejemplo, las de los Kanatos de Kazán y Astracán sometidos por Iván el Terrible en los albores de la expansión zarista. Tierras robadas en las cuales, como sabemos, ni siquiera existían poblaciones eslavas “originales” (una situación que se mantiene hasta hoy). ¿Ucrania como un Estado “artificial” o bien como un “error histórico”? ¡Ningún problema! Pero si aceptamos esto, entonces de igual modo debemos aceptar que también el Estado ruso contemporáneo sería, por lo tanto, un “error histórico”. Aquello porque todo lo que constituye la “esencia” de la cultura rusa no sería de hecho “rusa” sino que, ¡oh paradoja!, “ucraniana”. Esto último si recordamos que dicho “sustrato inicial” se originó precisamente en Kyiv (la “ciudad madre de todas las ciudades rusas”) durante aquel periodo de la historia ucraniana del cual la propia “Rusia” toma su nombre: el periodo de la “Rus” de Kiev16. Momento durante el
15 Lo anterior, para peor, exacerbado por la tendencia particular que existe en Chile o bien de acortar palabras (rompiendo todas las leyes de la lengua española), o bien de dotar a las oraciones de una rapidez ininteligible. Uso paupérrimo del idioma español (hoy degradado aún más por la aparición de las modas del llamado “lenguaje inclusivo”) que habrá ciertamente hecho pensar a más de algún español, incluso con mayores justificaciones que en el caso de la invasión rusa a Ucrania, en la necesidad urgente de una pronta “reintegración” de este país (vía “reconquista”) en el regazo de la monarquía hispana.
16 “Rus” de Kiev > “Rusos”, “Rusia”, Federación “Rusa”.
cual Moscú, técnicamente, o bien no existía, o bien no era más que una granja en donde lo más “avanzado” debieron haber sido los criaderos de ovejas.
Territorios anexados por Rusia durante el periodo 1533-1894 (expansión imperial)
Es cierto que en el caso de Ucrania se trataría de un proceso de formación estatal muchísimo más reciente, cuyas bases comienzan a consolidarse sólo hacia comienzos del siglo XX, llegando luego a alcanzar una madurez mayor (posteriormente al interregno soviético) recién durante las últimas décadas (la fundación del Estado ucraniano contemporáneo data de 1991).
¿Y qué? ¿Acaso el Estados Unidos de la guerra de independencia en 1775 o la Francia revolucionaria de 1789 no se encontraban en una situación de “constitución estatal” incluso más endeble que la propia Ucrania de la década de 1990? ¿Acaso dichos países no lograron afirmar su carácter de Estados nacionales modernos sólo luego de muchas décadas que incluyeron o bien múltiples revoluciones y restauraciones monárquicas (Francia), o bien diversos periodos de conflictos internos tales como la guerra de Secesión (Estados Unidos)? Es decir, probablemente en un contexto similar al de Ucrania hoy con la actual guerra, la cual ha terminado sin duda de soldar para siempre (con una fuerza indescriptible) la identidad, el lenguaje y la cultura nacional ucraniana.
En fin, la idea de “Ucrania no es un Estado real” no constituye así más que otra de las ideas de mierda (o “noción basura”) sacadas del repertorio ideológico de ideas de mierda de las narrativas pro-invasión del Kremlin, basada como vemos en una serie de criterios “argumentativos” sólo aptos para lerdos… ¡los lerdos de la propaganda de Putin! Pero para asombro de todos, se hace todavía posible hallar en la discusión pública muchas otras de estas ideas de mierda. ¡Lo repetimos! ¡Muchas más de estas ideas de mierda! ¡Tal como zombis que aparecen alrededor tuyo desde todas direcciones buscando atraparte (algunos incluso arrastrándose hacia ti sin piernas ni brazos)! ¡Tal como los enjambres de horrorosos zergs del videojuego StarCraft que buscan abrumarte por su número (y no precisamente por sus avanzadas tecnologías o cualidades intrínsecas)! ¡Tal como una colmena de langostas devoradoras, sin duda alteradas genéticamente en alguno de los “bio-labs” encontrados en Ucrania para aumentar su voracidad destructiva, así también siguen apareciendo, desde todas direcciones, las ideas-mierdas de Putin!

Entre otras, por ejemplo, aquella ya mencionada en torno al supuesto “golpe de estado” que habría tenido lugar durante el levantamiento del Maidán en el 2014 (el cual como dijimos constituyó en realidad una rebelión popular). O bien, esa otra idea-mierda que presenta la actual invasión rusa nada menos que como una “cruzada” en contra del demonio y el “satanismo ucraniano”, el cual contaría incluso entre sus filas (como era de suponer) con toda una legión de “brujas” y peligrosas mujeres ucranianas con “inclinaciones paganas”. Todo esto sin dejar de mencionar, más o menos en línea con lo anterior, esa verdadera “joya” del relato putinista según la cual lo que estaría en juego realmente en la presente invasión de Ucrania no sería el enfrentamiento entre un poder imperial y un pueblo oprimido, sino que, por el contrario, una lucha por la defensa de la “sociedad rusa tradicional” ante las maléficas “dictaduras LGTB” de los países occidentales. Defensa de los valores tradicionales de Rusia que incluiría hoy en Ucrania, como sabemos, dar carta blanca a los “defensores rusos” (una gran parte de los mismos compuestos por criminales sacados directamente de las cárceles) para la realización de un sinnúmero de “ejemplificadoras” violaciones masivas de mujeres y niños en incontables ciudades y pueblos ucranianos.
Brujas ucranianas

Con todo, la mayoría de estas “ideas” (“cruzada anti-satánica”, “brujas ucranianas”, “paganismo”, “dictaduras gay”, etc.) no aplican en realidad para el conjunto de discursos proinvasión que hemos estado tratando (O sea, aquellos que han tenido una particular fuerza entre ciertos sectores de las izquierdas hispanoparlantes) y, por lo tanto, no las abordaremos17. Otra de las razones para obviar estas últimas “ideas” (o relatos de mierda) es que se trataría más bien de productos de “consumo interno” del Kremlin orientados a satisfacer las necesidades “ideológico-culinarias” de los sectores más conservadores de la sociedad rusa. No es casualidad, de hecho, que estas “líneas editoriales” de la narrativa pro-rusa no hayan sido siquiera mencionadas por algunos de los propagandistas de Moscú en el ámbito internacional más proclives a usar-digerir cualquier cosa (por ejemplo, en los casos de Liu Sivaya o Aníbal Garzón) con tal de seguir tirando del carro de las campañas de desinformación rusas.
17 Respecto a si la rebelión popular del Maidán fue o no un “golpe de estado”, dejaremos al lector la tarea de informarse por sí mismo y sacar sus propias conclusiones al respecto. No olvidamos tampoco ese otro “espantapájaros” ideológico de Moscú en torno a los “quemados de Odesa”, aunque será aquí también tarea del lector lidiar con este último.
Y también existen, finalmente, todas esas líneas editoriales de “soporte” (o de “corta duración”) que han sido utilizadas por el Kremlin ante distintas coyunturas durante el último año, generalmente interconectadas con los relatos anteriores. Líneas editoriales complementarias que fueron particularmente populares entre el izquierdaje pro-putinista latinoamericano tales como, entre otras, las de “Europa se va a congelar”, “Ucrania bombardeó Mariupol”, “Bucha fue un bulo organizado por actores” y el infaltable “lucharán hasta el último ucraniano”18 Líneas editoriales de “apoyo” entre las cuales han destacado, desde el comienzo de la guerra, aquellas dirigidas especialmente (tal como alguna vez en el caso de la propaganda nazi respecto a Churchill) en contra de la figura del presidente ucraniano Volodymyr Zelensky. O sea, todos esos “ganchos propagandísticos” de la narrativa rusa orientados a desacreditar la imagen de Zelensky tales como (por orden de aparición) “Zelensky huyó de Ucrania”, “Zelensky está en un bunker en Alemania”, “Zelensky sólo se atreve a grabar videos en Ucrania en forma de holograma”, “Zelensky es un judío nazi”, “Zelensky (y su esposa) pierden el tiempo posando en revistas de moda” o bien el hoy también popular leitmotiv de los papagayos de Moscú (y nuevo hit mediático entre el zurdaje pro-ruso) de “Zelensky es un drogadicto”.
¡Que el lector se las arregle con estas mierdas! Nosotros ya no somos capaces de hacerlo y no podemos más que retirarnos asqueados. ¡Hemos sido derrotados! ¡Hemos finalmente sucumbido ante el poder de la mierda putinista! Y entonces, agachando la cabeza humillados ante la mierda triunfante, dejamos así nuestras espadas y estandartes argumentativos abandonados en el suelo… ¡y escapamos aterrorizados! Por lo demás, discutir con todas estas ideas-mierdas (que se reproducen más rápidamente que gusanos) es tan imposible como intentar aplastar una a una las moscas que se arremolinan en masa alrededor de los excrementos. ¡Que la calumnia triunfe! ¡Que la mierda se alze victoriosa!
Fœtor putredinis eorum plus est quam nos ferre. Victi sumus. Non valemus nos resistere foetori putri eius Victi sumus
Fin de nuestra visita a la porqueriza de Putin
En conclusión, estaríamos aquí ante una máquina de propaganda que no tendría nada que envidiarle ni a aquella puesta en pie por Goebbels durante el Tercer Reich ni a las utilizadas por cualquiera de las grandes dictaduras de la historia. Máquina de propaganda rusa “puesta a punto” (motorizada) por un ejército de servidores ideológicos entre los que se cuentan en el caso iberoamericano, además de los propagandistas pro-rusos a los cuales ya nos hemos referido, una serie de académicos venidos a menos (por ejemplo, Atilio Borón), periodistas seniles en decadencia (por ejemplo, Seymour Hersh), sociólogos charlatanes al servicio de los “progresismos-neoliberales” latinoamericanos (por ejemplo, Marco Teruggi), así como también una caterva realmente abundante de políticos “escaladores”, militares retirados con ansías de figuración mediática y cientistas sociales ávidos de un espacio al alero de los medios de comunicación de algún gobierno promotor del “multipolarismo” que no valen la pena
18 Un exponente asiduo de este tipo de basura propagandística al servicio de la invasión rusa ha sido durante el último año el ya referido exdiputado comunista chileno y hoy servidor del gobierno neoliberal del Frente Amplio Hugo Gutiérrez, quien como es sabido no ha dudado en un sinnúmero de ocasiones en dar crédito y difundir una serie de evidentes fake news tales como la del supuesto “rapto” (y “ejecución”) en Ucrania del influencer chileno Gonzalo Lira o la del pretendido “montaje” de las masacres de Bucha. Otra de las técnicas preferidas por Gutiérrez para difundir contenidos pro-rusos ha sido la de compartir en redes sociales fotografías evidentemente trucadas de “nazis ucranianos” (en algunas ocasiones basadas nada más que en groseras manipulaciones realizadas con PowerPoint). Téngase presente que en el caso de este farsante (al cual literalmente le importa un carajo el genocidio al que está siendo sometido el pueblo ucraniano) se trataría, además, de un supuesto “referente” (risas) de la lucha por la “defensa de los derechos humanos” en Chile.
siquiera mencionar. Todos ellos contando siempre con el apoyo de un ejército de influencers, youtubers y/o simples farsantes cuyos contenidos son amplificados en redes sociales por una vasta red de bots y cuentas manejadas o bien desde Rusia o alguna de sus “filiales” en China, Venezuela o Cuba, o bien por simples idiotas, fracasados de todo tipo o por cualquiera de esas entidades sub-humanas (a veces denominadas como trolls) que pululan en los rincones más sórdidos de la “internet oscura”.
Pero salgamos ahora de este chiquero asqueroso y dejemos entonces a los Gutiérrez, Artés, Kirk, Sivaya, Baños y a toda esa estela de propagandistas de mala muerte del Kremlin (más o menos ponzoñosos, más o menos miserables) para subir un escalón más en la “pirámide evolutiva” del discurso pro-ruso. Esta vez para abordar, en un ambiente un poco más higienizado, la discusión con una especie de puerquitos de Putin muy particulares. Una variedad de cerdos (y cerdas) que en el transcurso de este ensayo apenas mencionamos: las puercas del “pacifismo feminista” (defensoras de una “paz a la medida de Putin”) y los puercos del “neutralismo trotskista” (exponentes de una política obrera “independiente” al servicio del Kremlin). Cerdas y cerdos pro-invasión que, como veremos, serían cómplices (a la manera de verdaderos “tontos útiles”) de una de las más recientes maniobras políticas de Moscú en el plano internacional: la de los boicots a los envíos de armas al pueblo ucraniano.
Nos despedimos, eso sí, con un último esfuerzo mágico-simbólico de connotaciones diabólicas, inspirado por las mismísimas “brujas ucranianas” y sus pérfidas мотанки: nuestro propio ritual de magia negra anti-putinista, alimentado con elementos oscuros provenientes de sociedades amazónicas y andinas en las cuales todavía imperan como divinidades tutelares el jaguar, el puma y el guanaco. Un aparato chamánico de poder oscuro sellado y potenciado con gotas de nuestra propia sangre, derramada ante la imagen de los masacrados de Bucha, para solicitar por la pronta muerte (violenta y brutal) del tirano.
Роусь19 Marzo 22 / 2023
19 Material producido durante los meses de febrero y marzo del 2023.
Voces de los masacrados de la dictadura con las cuales yo he dialogado en sus espacios de muerte, silenciadas por medio siglo de bálsamo neoliberal ilusorio
Alaridos de desesperación de los asesinados en las cámaras de gas que yo he escuchado y cuya energía maldita todavía convoca al presente, ¿preguntando por qué?
El sonido de los mil pasos de la marcha macabra, caminados desde la intersección del martirio en las losas de Shuliavska hasta los albores siniestros del bosque negro de Dorohozhychi… que yo he vuelto a recorrer escuchando a los penitentes
Para contemplar el eco del millón de balas disparadas en aquellas grandes fosas geológicas de la barbarie humana, Babi Yar
Voces, alaridos, sonidos, ecos, sentidos otra vez en Bucha, Izyum, Dnipro, Mariupol y Bakhmut, encarnados otra vez en todo lo viviente

Yo os invoco
Para implorar por el fin sangriento y brutal del nuevo tirano de pueblos Y de cada uno de sus instrumentos de barbarie
¡Templos arbóreos de Baby Yar!
¡Voces del Holodomor y sus catedrales de cuerpos apilados como monumentos famélicos!
¡Por la intolerancia de las mariposas! Resistiendo el embate de las legiones fúnebres
¡Por el odio de los colibríes incinerados de Marinka!
¡Por la venganza de las luciérnagas silenciadas de Borodyanka!
Escuchadas en el Kyiv indómito como el sonido de mil trompetas destructivas, en lo albores de ese día de la anunciación de un genocidio próximo, el 24 de febrero del año perdido
Ese día cuando el bien y el mal se enfrentaron otra vez en el firmamento, surcando el viento al sonido de propulsores supersónicos
¡Mátalo!
¡Mátalo!
Yo os ofrezco en el altar de la muerte este escrito de violencia y odio, inspirado por la furia de relatos asesinos
Y por mi propia alma bendecida y contaminada para siempre por los gritos de los ausentes