La senilidad estratégica del Trotskymo y la tradición marxista-industrialista. El caso de Emilio Albamonte (1) Miguel Fuentes
Entre las vastas extensiones de tierras y las maravillas de la tecnología, que además de la tierra conquistó los cielos para el hombre, la burguesía logró convertir nuestro planeta en una sucia prisión León Trotsky, Manifiesto de la IV Internacional, 1940
1. Introducción ¿Es cierto que la humanidad ha conquistado el planeta? ¿Es cierto que, tal como planteaba Trotsky en el manifiesto fundacional de la IV Internacional, el hombre ha sido capaz de conquistar los mares, la tierra y el cielo? ¿Ha llegado tan lejos el dominio de nuestra especie sobre la naturaleza? Para Trotsky, claramente, sí. En tanto uno de los exponentes más entusiastas de los niveles de desarrollo tecno-científico alcanzados por el sistema industrial, Trotsky asume que, efectivamente, el progreso de la técnica y la ciencia habría sido tan fabuloso durante los siglos pasados (esto incluso sin considerarse los grandes avances tecnológicos de las décadas posteriores a su muerte) que, claro, la humanidad habría “conquistado” el planeta. Y no sólo eso, para Trotsky la implantación de una sociedad comunista mundial (y en esto aquel es muy claro en su obra Literatura y Revolución) no podrá más que llevar estos niveles de dominio técnico sobre la naturaleza a dimensiones aún hoy sólo concebibles en el ámbito de la ciencia ficción. Adquiriendo las facultades de las antiguas divinidades creadoras, el hombre comunista podría llegar incluso en el futuro a ser capaz, en sus propias palabras, tal como el artista ante una obra inconclusa, de esculpir montañas, desiertos y otros espacios geográficos a su antojo. En algo más de dos siglos desde el inicio de la llamada Revolución Industrial, la humanidad habría sometido así ante el imperio de la técnica y las capacidades científicas
(¿todopoderosas?) del Homo sapiens al planeta entero. ¡Mirad las maravillas de la tecnología! ¿Qué acaso no las veis?, reclama Trotsky. ¡Mirad el desarrollo de las grandes ciudades, mirad los cielos poblados de artefactos voladores, los fondos oceánicos surcados por máquinas acuáticas y las vastas extensiones de los continentes sometidas ante el avance irresistible del progreso industrial y sus enjambres de arados mecanizados!, enfatizan también, acordando en esto plenamente con Trotsky, otros exponentes del Marxismo industrial tales como Lenin, Stalin, Mao, Castro, el Che y los mismos, aunque algo más mesurados ante la fiebre tecnoindustrialista de sus discípulos, Marx y Engels. ¡He ahí, románticos y poetas de la naturaleza, las capacidades creativas (e ingenieriles) del progreso industrial!, nos dicen los fundadores del Marxismo clásico. He ahí nuestra poesía y literatura nueva: la poesía del dominio técnico, la literatura de la producción en masa y el avance irrefrenable de aquella nueva encarnación de los poderes del génesis: el Homo obrerus creatorus, ¡ese nuevo alfa y omega de la historia del mundo! ¡He ahí la victoria última de nuestra raza dominante sobre el salvajismo de las especies naturales: la industria moderna y esas catedrales del progreso llamados fábricas, centros urbanos y sociedades de masas!
Homo obrerus creatorus Ocho décadas más tarde, Emilio Albamonte, uno de los principales dirigentes del movimiento trotskista en América Latina, no se mueve un ápice, ni siquiera un centímetro, en plena crisis pandémica y en momentos en que la crisis ecológica mundial comienza a mostrar su verdadera naturaleza catastrófica, de esta interpretación tradicional. Es cierto que Albamonte se apura en aclarar a reglón seguido que, tal como el conjunto de la tradición marxista reconoce y tal como Trotsky ya afirmara, es también evidente que, aún con todos los adelantos de la era industrial, aún así, la “burguesía se ha encargado de convertir a nuestro planeta en una sucia prisión”. No importa. El punto que defiende Albamonte es, en esencia, el mismo que defendiera antes Trotsky y, a su modo, el resto de los referentes de las tradiciones del Marxismo industrialista de los siglos pasados; esto es, que la humanidad habría alcanzado un grado tal de desarrollo científico-tecnológico que la naturaleza, sometida ante el avance de la técnica, habría dejado de ser, en realidad, un “problema”. A diferencia de todas las sociedades precedentes, habría sido así el capitalismo industrial, por lo tanto, el cual habría dado el paso decisivo en nuestro
camino hacia su “conquista definitiva”. Desde aquí, lo que le quedaría al socialismo por hacer sería, superando las trabas que el mercado capitalista y la sociedad de clases han impuesto al desarrollo científico y técnico, dar los “retoques finales” a nuestro dominio del planeta, esta vez para poner los productos de dicho dominio, de manera equitativa, al servicio de las necesidades del conjunto de la población humana. Claro que no importa demasiado de si estamos hablando de una población mundial de mil millones (el número aproximado de habitantes que tenía el planeta cuando Marx y Engels escribieron el Manifiesto Comunista) o de los casi 10 mil millones que alcanzará pronto esta última, aquello porque, como es evidente, sin duda gracias a los altísimos niveles de desarrollo tecno-científico que estarían inevitablemente asociados, supuestamente, al establecimiento de una sociedad comunista, los recursos a disposición de cada habitante del planeta no podrán entonces más que ser… infinitos. Junto con Trotsky, sin apartarse ni un ápice de sus palabras, Albamonte no vacila en repetir, aunque, digámoslo, sin mucha creatividad, el mismo optimismo tecno-industrial de su maestro.
Trotsky es uno de los principales representantes del Industrialismo Marxista
Todo muy atenido a los preceptos clásicos del marxismo. Y todo muy, muy correctamente obrerista, sindicalista e industrialista. Bien, la posición de Emilio ante este punto es clara. Procedamos entonces a destruirla mediante el correspondiente enfrentamiento ideológico. Para lo anterior, representaremos este enfrentamiento con una historia: la historia de un cerdo (que representará a la figura de Emilio Albamonte) y la de un lobo o perro de presa que debería representar, si soy exitoso en mi empresa, a quién escribe. Aclaremos aquí, de partida, que la representación de Albamonte como un puerco no debe interpretarse de manera peyorativa. Por el contrario, basta con estudiar un poco las características de los cerdos para entender, casi de inmediato, que estamos ante uno de los animales más admirables e inteligentes del reino natural. El cerdo, como sabemos, no tiene solamente la capacidad de comer todo lo que le pongan por delante (Albamonte y sus intentos de “relectura trotskysta” de Gramsci dan cuenta, ciertamente, de aquella capacidad dietética en el ámbito ideológico), sino que posee, además, una batería de recursos intelectuales que lo ubican por encima, al menos en el ámbito de las habilidades cognitivas que somos capaces de reconocer y “medir”, de un gran número de especies. Ahora bien, es cierto que la imagen de un cerdo rosadito y regordete casero no viene
bien con el perfil de Albamonte. Digamos entonces, para beneficiarlo, que lo representaremos al modo de un cerdo salvaje. En mi caso, opto por una representación de lobo (o perro de caza) porque la misión que me he propuesto en este ensayo es, olfateando las debilidades ideológicas de mi presa y replicando las tácticas de acoso exploratorio, engaño, persecución y ataques mortales típicas de los lobos, lanzarme finalmente a su cuello hasta matarlo.
El lobo y el puerco salvaje
Con todo, siendo realistas, es cierto que no es posible acabar (ideológicamente, hay que aclararlo) a un referente político tal como Emilio Albamonte, uno de los últimos dirigentes socialistas militantes que quedan en América Latina del pasado ciclo revolucionario mundial que todavía es digno de esa designación (el ascenso de los 60’s y 70’s) con un simple ensayo. Para acabar políticamente a una figura tal como la de Albamonte se requiere de mucho más, esto tanto a nivel intelectual como en el ámbito de las propias pruebas de la lucha de clases y el proceso histórico. Digamos, entonces, que el objetivo de este ensayo es mostrar, al modo de una sinopsis sangrienta, tanto los flancos débiles (blandos) de algunos de los posicionamientos estratégicos centrales de este dirigente trotskista (puntos débiles que caracterizarían, a la vez, al conjunto del trotskysmo), así como también la “senda ideológica” (o camino teóricoestratégico) que, de desarrollarse consecuentemente, debería traducirse, indefectiblemente, en la muerte (o dicho de manera más amable: superación) de su propia tradición política-teórica madre, esto es, la tradición industrialista fundacional (centenaria) del Marxismo clásico y sus diversas ramales estratégicas. Desde aquí, el combate ideológico con Emilio Albamonte adquiere el carácter de un ensayo para una batalla política mayor: esta vez, en contra de las figuras centrales (históricas) del marxismo moderno. ¡Comencemos entonces el primer acorralamiento de toda una tradición teórica y política! 2. La primera dentellada ¿Es cierto que, como dijimos, la humanidad ha “conquistado” el planeta? ¿Es cierto que, tal como planteaba Trotsky y repite, casi un siglo después, el dirigente trotskista-gramsciano Albamonte, el hombre ha sido capaz de “conquistar” la tierra, los mares y el cielo? En el caso del físico teórico Michio Kaku, uno de los pensadores más brillantes de la actualidad, aquel no está tan seguro ni de nuestras supuestamente tan excepcionales capacidades técnicas, ni menos de que, incluso, hayamos podido realmente “dominar” la Tierra o, en su defecto, a la naturaleza.
En realidad, Michio Kaku no está siquiera seguro, tal como en el caso de otro genio contemporáneo recientemente fallecido (Stephen Hawking), de que la humanidad pueda siquiera sobrevivir durante los próximos siglos. En el ámbito de nuestras capacidades técnicas, exaltadas poéticamente por Trotsky en su ya mencionada obra Literatura y Revolución y en otros pasajes de sus escritos, Michiu Kaku es, definitivamente, mucho menos tajante. De hecho, en una escala hipotética de los niveles de progreso técnico-científico asociados a las civilizaciones posiblemente existentes en el universo (civilizaciones de niveles 1, 2 y 3), Kaku cataloga a la nuestra como una de nivel cero. En realidad, Kaku duda incluso de que lleguemos a ser capaces, efectivamente, de lograr la transición entre una civilización de tipo cero como la que tenemos actualmente, un tipo de civilización todavía tan atrasada que sigue obteniendo su energía, esencialmente, de productos de plantas muertas (petróleo, carbón y gas), a una civilización de tipo 1… aquello antes de que nos aniquilemos a nosotros mismos1.
Michio Kaku
Existen otros importantes ejemplos en línea con el mayor escepticismo de Michio Kaku tanto con respecto a los actuales niveles (pretendidamente tan elevados) de desarrollo tecnológico y científico de la sociedad moderna, así como también con relación a las capacidades del sistema industrial para asegurar la abundancia de recursos necesaria para afrontar los próximos desafíos planetarios. Partamos por el más evidente; esto es, la llamada “conquista de los cielos”. ¿Conquista de los cielos? En sentido amplio, entendiendo por “cielo” el completo horizonte visible desde la superficie terrestre, el cual incluye, además, a las estrellas y el espacio exterior, bueno, entonces no hemos “conquistado” una mierda. De hecho, apenas hemos sido capaces, en contadas ocasiones, de pisar (la mayoría de las veces tan sólo por algunas horas) la luna, remitiéndose una gran parte de nuestra “conquista” (tripulada) del espacio exterior a las estadías (heroicas, hay que decirlo) de grupos reducidos de astronautas y cosmonautas en esa juguera espacial medio endeble llamada, ostentosamente, “Estación Espacial Internacional”. Y en el caso de los proyectos de colonias marcianas, como sabemos, aquellas siguen siendo un 1
Ver en YouTube la intervención de Michio Kaku ¿Se autodestruirá la raza humana? (Serie Big Think: https://www.youtube.com/watch?v=XON0yZlC3Gg).
proyecto plagado de enormes dificultades que, aunque probablemente subsanables, sólo permitirían el establecimiento en el mediano plazo de asentamientos muy reducidos de población humana, tal vez durante las próximas décadas. ¿Conquista del espacio, entonces? ¡Basura! Técnicamente, de hecho, cuando Trotsky se refirió en 1940 a la “conquista tecnológica” de los cielos, aquel ni siquiera estaba pensando en el espacio exterior: en esos momentos todavía faltaban algunas décadas para que el primer hombre llegara al espacio.
La “conquista” de Marte sigue siendo un reto inalcanzable para la humanidad
Conquista del cielo terrestre, ¿tal vez? Quizás, si entendemos por “conquista” de los cielos la capacidad técnica de nuestra especie para crear cientos de miles de artefactos voladores altamente contaminantes y basados, en palabras de Kaku, en una bastante atrasada tecnología consistente en el uso de la energía de los restos de plantas muertas y con la capacidad de transportar masivamente personas, productos y mercancías alrededor del planeta, dicha conquista de los cielos sería, de hecho, innegable. Ahora bien, si entendemos el término de conquista en el sentido que Trotsky le daba a este concepto; es decir, como la comprensión y manipulación de las leyes naturales que gobiernan una determina esfera de la realidad para beneficio humano, entonces resulta que nuestra “conquista” de los cielos aparece ahora, a lo menos, como muy precaria. No olvidemos aquí que es precisamente por nuestra completa ignorancia, hasta hace no mucho tiempo, de la “mecánica de los cielos” (dicho más técnicamente, de la atmósfera terrestre) que hemos venido hasta ahora lanzando (vomitando mejor dicho) billones de toneladas de CO2 y otros gases contaminantes en concentraciones tan altas y de manera tan veloz que aquellas ya aseguran durante las próximas décadas, entre otras cosas, no sólo niveles de calentamiento global que transformarán (pronto) áreas continentales enteras actualmente pobladas en inhabitables, sino que, además, un incremento de los fenómenos atmosféricos de clima extremo (por ejemplo, tormentas, huracanes, sequías, incendios, inundaciones, etc.) que pondrán en cuestión (tal como están comenzando a poner en cuestión hoy) todas nuestras “habilidades técnicas” para lidiar con dichos fenómenos. Sí, claro, recordémosles entonces a los millones de habitantes del sur de Francia, Italia o España cuando estén enfrentando armadas de ciclones tropicales en el Mediterráneo, que la humanidad, en realidad, ha “conquistado” los cielos y veamos cuales podrán ser en ese momento sus respuestas. O bien, digámosles lo mismo a los habitantes de Sídney o Ciudad del Cabo cuando,
como producto de las mega sequías que golpearán con toda seguridad a dichas ciudades en el futuro cercano, comiencen a caer abatidos por sucesivas oleadas de calor y veamos, entonces, lo que puedan decirnos aquellos que todavía no hayan perecido de sed. ¿Conquista de los cielos? ¡Bazofia! ¡No hemos “conquistado” un carajo… y habría sido quizás mejor que nunca hubiésemos pretendido “conquistar” algo! ¡Sí! ¡Hubiera sido tal vez mucho mejor que esperáramos en la edad de piedra por algunos milenios más antes de inventar la rueda o el arado para reflexionar mejor, tan sólo un poco mejor, en torno a nuestros próximos pasos evolutivos!
La Riviera francesa será destruida durante este siglo por tormentas tropicales e inundaciones
¿Conquista de los océanos? ¿Es broma? ¡Conocemos menos los océanos de lo que conocemos el espacio exterior! ¿Se olvida aquí acaso el pequeño detalle de que, durante las próximas décadas, los océanos comenzarán a inundar una gran parte de las regiones habitables del globo, obligando a más de un tercio de la población mundial a convertirse en refugiados climáticos? ¿Conquista de los océanos? ¡Claro! Si por “conquista” entendemos tomar un océano bendecido por millares de especies y formas de vida complejas, cada una el producto de un largo ciclo evolutivo, esto para destruirlo en poco más de dos siglos y estar a punto de transformarlo en un charco gigantesco de plástico, ácido y con los niveles de oxígeno tan bajos que sólo algunas especies estarían capacitadas para sobrevivir en aquel, entonces sí… ¡hemos conquistado los océanos! ¿Conquista de los continentes, tal vez? ¿Qué? ¿Es que podríamos haber llegado a “conquistar” algo sin haberlo antes conocido? ¡Vamos! Hasta hace tan sólo algún tiempo seguíamos destruyendo (“drenando”) los pantanos por considerarlos “tierras improductivas”, esto sin siquiera intuir la tremenda importancia que dichos terrenos poseen para los equilibrios ecosistémicos. ¡Okey! ¡Pero los bosques, los bosques sí los conquistamos! Bueno, que los hemos venido destruyendo a la velocidad del sonido para llenar esas “vastas extensiones” de las que hablaba Trotsky con mucha feca de vaca y millones de hectáreas de monocultivos, no hay duda. Pero “conquista” en el sentido de haber siquiera sabido lo que estábamos haciendo con los bosques, ¡nada! En realidad, hasta hace tan sólo algunos años desconocíamos incluso las habilidades altamente complejas de comunicación que tienen los árboles, capaces de hecho de formar familias y comunidades y de entablar lazos de solidaridad y competencia entre sí…
¿pero se supone que los “conquistamos”? Que los destruimos, sí, ¡claro! Pero que los “conquistamos”, esto utilizando el término de conquista en el sentido utilizado por Trotsky, como dijimos, en tanto nuestra aptitud para comprender las leyes de la naturaleza para manipularlas en nuestro favor, ¡no!
El lenguaje secreto de los árboles
Pero demos ahora la palabra a Trotsky y, teniendo en mente lo ya dicho, dejemos que aquel nos explique su perspectiva en torno al supuesto dominio técnico y conquista de la humanidad sobre la naturaleza: “El muro que separa el arte de la industria, y también el que separa el arte de la Naturaleza, se derruirán. Pero no en el sentido de Jean Jacques Rousseau, según el cual el arte se acercará cada vez más a la Naturaleza, sino en el sentido de que la Naturaleza será llevada cada vez más cerca del arte. El emplazamiento actual de las montañas, ríos, campos y prados, estepas, bosques y orillas no puede ser considerado definitivo. El hombre ha realizado ya ciertos cambios no carentes de importancia sobre el mapa de la Naturaleza; simples ejercicios de estudiante en comparación con lo que ocurrirá. La fe sólo podía prometer desplazar montañas; la técnica, que no admite nada “por fe”, las abatirá y las desplazará en la realidad. Hasta ahora no lo ha hecho más que por objetivos comerciales o industriales (minas y túneles); en el futuro lo hará en una escala incomparablemente mayor, conforme a planes productivos y artísticos amplios. El hombre hará un nuevo inventario de montañas y ríos. Enmendará rigurosamente y en más de una ocasión a la Naturaleza. Remodelará en ocasiones la tierra a su gusto. No tenemos ningún motivo para temer que su gusto sea malo. […] El hombre nuevo, que acaba de nacer, no opondrá como Kliuiev y Razumnik las herramientas de hueso o de espinas de pescado a la grúa o el martillo pilón. El hombre socialista dominará la Naturaleza entera, incluidos esos faisanes y esos esturiones, por medio de la máquina. Designará los lugares en que las montañas deben ser abatidas, cambiará el curso de los ríos y abarcará los océanos. Los necios idealistas pueden decir que todo esto acabará por no tener gracia ninguna, pero precisamente por ello son necios. ¿Piensan que todo el globo terrestre será parcelado, que los bosques serán transformados en parques y jardines? Seguirá habiendo espesuras y bosques, faisanes y tigres allí donde el hombre decida que los haya. Y el hombre actuará de tal forma que el tigre no se dará cuenta incluso de la presencia de la máquina, y continuará viviendo como ha vivido. La máquina no se opondrá a la tierra. Es un instrumento del hombre moderno en todos los dominios de la vida. Si la ciudad es hoy “temporal” no se disolverá en la antigua aldea. Al contrario, la aldea se alzará hasta el nivel de la ciudad. Y ésa
será nuestra tarea principal. La ciudad es “temporal”, pero indica el futuro y muestra la ruta. La aldea actual surge enteramente del pasado; su estética es arcaica, como si se la hubiese sacado de un museo de arte popular. […] El esfuerzo por vencer la pobreza, el hambre, la necesidad en todas sus formas, es decir, por domesticar la Naturaleza, será nuestra preocupación dominante durante decenas y decenas de años. […] Igual de difícil es predecir cuáles serán los límites del dominio de sí susceptible de ser alcanzado, como de prever hasta dónde podrá desarrollarse la maestría técnica del hombre sobre la naturaleza. El hombre se hará incomparablemente más fuerte, más sabio y más sutil. Su cuerpo será más armonioso, sus movimientos más rítmicos, su voz más melodiosa. Las formas de su existencia adquirirán una cualidad dinámicamente dramática. El hombre medio alcanzará la talla de un Aristóteles, de un Goethe, de un Marx. Y por encima de estas alturas, nuevas cimas se elevarán.” (León Trotsky, Literatura y Revolución, Capitulo VIII, Arte Revolucionario y Arte Socialista).
Contrastemos ahora algunos de los delirios tecno-optimistas de Trotsky, ocho décadas más tarde, con la realidad. ¿Que no debemos temer que el “gusto” del hombre para manipular la naturaleza sea “malo”? Lejos de una discusión estética, el problema del dominio técnico de la naturaleza resultó ser, finalmente, un poco más peligroso que una mera disquisición filosófica general, dando origen, de hecho, a uno de los desafíos existenciales más candentes de la humanidad desde el origen de nuestra especie. Resulta así, por lo tanto, que en esta “discusión”: el problema de la relación hombre-naturaleza, sí teníamos todo el derecho no sólo para preocuparnos de los “gustos estéticos” (muchas veces bastantes deplorables) del hombre moderno y su intentos por “enmendar” a la bruta naturaleza, sino que, además, de las propias capacidades de este último para evitar que su “dominio” del planeta no terminará mandándonos a todos nosotros y al resto de la vida en el planeta al demonio (en términos evolutivos la palabra correcta es extinción). ¿Qué no es adecuado “oponer” las herramientas de hueso o de espinas de pescado a la grúa o al pilón mecanizado, Trotsky? Bueno, claro, ¿quién puede negar las mayores capacidades técnico-productivas de las grúas mecánicas ante las “sencillas”, “toscas” y humildemente “primitivas” herramientas de hueso o de espinas de pescado? Sin embargo, al parecer Trotsky, aplicado en sus estudios de literatura, estuvo algo flojo en sus lecturas sobre antropología o arqueología. Efectivamente, aunque esto queda ciertamente mucho más claro a la luz del presente, Trotsky debería haberle dado un poco más de crédito a las llamadas sociedades “atrasadas” (por ejemplo, las sociedades campesinas o indígenas) que han sido capaces, entre otras cosas, de preservar sus sistemas sociales y culturales por milenios, esto en momentos en que nuestra “avanzada” y “tecnificada” sociedad industrial ya ha asegurado muy probablemente, en menos de tres siglos, como producto de una utilización excesiva (enloquecida) de los recursos planetarios, su propio derrumbe. Resulta así, por paradójico que parezca, que tanto dichas tecnologías “primitivas” (por ejemplo, las basadas en la utilización del hueso, las espinas de pescado o la de muchos otros soportes materiales pre-industriales), así como también los sistemas socio-productivos en los que aquellas fueron desarrolladas, se presentarían ante nosotros, en consecuencia, como mucho más “avanzadas” en comparación a las que caracterizan a la sociedad moderna en, al menos, un punto crítico; esto es, su asociación con estrategias de explotación sustentable de los recursos en el marco de patrones productivos basados, en muchos casos, en una preservación de los equilibrios ecosociales necesarios para la sobrevivencia de nuestra especie y la de nuestro entorno. ¿Qué es más “avanzado”, entonces, Trotsky? ¿Un sistema de agricultura industrial altamente mecanizado con la capacidad de alimentar dos veces la población mundial pero que terminará por convertir, durante las próximas décadas, una gran parte de los suelos agrícolas del planeta en desiertos improductivos, volviéndose por lo tanto imposible seguir alimentando al conjunto de la humanidad? ¿O bien, por el contrario, tan sólo por mencionar algunos de los sistemas de agricultura tradicional todavía existentes alrededor del mundo, las milenarias técnicas de agricultura andina que aseguraron no sólo la sobrevivencia de numerosas comunidades
indígenas por milenios, sino que constituyeron, además, la base del florecimiento de algunas de las civilizaciones más esplendidas y creativas (por ejemplo, en el caso de Chavín, Tiwanaku o el Imperio Inca) de la historia de la humanidad?
¿La superioridad técnica de las agriculturas tradicionales?
Quedan todavía por decir algunas cuestiones con respecto al pasaje de Trotsky: por ejemplo, en torno a su apología desenfrenada del dominio de la naturaleza por medio de la máquina, a su valoración del papel de la aldea campesina, a su apreciación de la estética “arcaica” y el “arte popular”, etc. Dejemos por el momento estas cuestiones y digamos, por ahora, que los sueños (o fantasías) de Trotsky con respecto a la inminente evolución del “hombre medio” a las alturas de un Aristóteles, Goethe o Marx, esto gracias a las posibilidades que supuestamente nos otorgaría el sometimiento técnico-científico de la naturaleza y de nuestra propia condición humana, se han transformado en el presente, literalmente, en lo opuesto. Efectivamente, el llamado “hombre medio” (corriente) de la sociedad moderna no sólo no ha progresado en el sentido previsto por Trotsky, sino que, por el contrario, ha venido experimentando una verdadera “regresión evolutiva”. Un ejemplo de esto puede encontrarse en la actualidad, entre otros, en el caso de cualquier obrero industrial típico, transformado hoy, en el contexto de la sociedad de masas contemporánea, en aquel engendro tipo “Homero Simpson” que puebla continentes enteros. Y tengamos aquí presente que esto podría, de hecho, ponerse mucho peor hacia finales de este siglo, aquello cuando los niveles de oxígeno planetario comiencen a derrumbarse como efecto del avance de la acidificación marina y la consecuente disminución en los océanos de las comunidades de plancton (el principal productor de oxígeno en el planeta), pudiendo esto traducirse durante las próximas generaciones en el avance de un fenómeno de atrofia cerebral progresiva que, inducida por las menores concentraciones de oxígeno atmosférico, podría llegar a afectar a vastos segmentos de la población humana. Ahora bien, siendo justos, las previsiones contenidas en el pasaje citado de Trotsky daban por sentada, ese es el contexto de su discusión, una pronta superación revolucionaria del capitalismo y no su sobrevivencia. Con todo, también es cierto que ninguna de las sociedades socialistas existentes en el pasado hizo algo distinto por evitar la replicación del altamente nocivo sistema tecnológico y productivo industrial que, como sabemos, ha sido consustancial al capitalismo. De hecho, los sistemas industriales en los cuales se basaron todos los
experimentos socialistas del siglo XX fueron, en esencia, los mismos (o más contaminantes) que los existentes en los países capitalistas avanzados. La destrucción del Mar de Aral o el desastre de Chernobyl son sólo algunos de los ejemplos más visibles de lo anterior. ¡Ops! Pero aquellos estados socialistas, nos dice cualquier trotskysta, no eran realmente “verdaderos” países socialistas, sino que, en realidad, especies de “distorsiones”, “errores”, “equivocaciones” de la historia. Importa poco que todas las revoluciones obreras socialistas de la era moderna hayan terminado siendo “errores”. El asunto es que, precisamente, porque aquellos estados socialistas no eran “socialistas”, sino que “errores”, entonces no sería posible comprender los desastres ecológicos y la replicación de los métodos industriales ecocidas que dichos estados socialistas “equivocados” adoptaron (por ejemplo, otra vez, la URSS) en tanto manifestaciones “reales” del tipo de relación hombre-naturaleza que los “verdaderos” socialismos (nunca existentes) habrían supuestamente asumido. Sin embargo, (otra vez… ¡ops!) resulta que los mismos Trotsky y Lenin (de acuerdo con el Trotskismo los “reales” representantes de un “verdadero” intento temprano de socialismo y democracia soviética) tampoco fueron los artífices o promotores de ningún tipo de tecnología “alternativa” a la existente en los países capitalistas industrializados, así como tampoco de ningún plan de industrialización “amigable” con el medio ambiente. Hasta donde sabemos, ni Lenin ni Trotsky defendieron nunca ningún programa “temprano” de energías renovables o de “industrialismo verde”. Es más, en el caso de Trotsky, en su labor a cargo de las tareas iniciales de industrialización de la URSS, aquel cimentó, en los hechos, las mismas políticas de desarrollo industrial que seguiría más tarde (aunque a ritmos mucho más frenéticos) Stalin. Un ejemplo de lo anterior fue el papel de Trotsky, a pesar de los reclamos de diversos científicos y personalidades de la época, en los proyectos de construcción de la ultra destructiva represa del río Dniéper. Para colmo, en el caso de Trotsky, a diferencia del tosco y bruto Stalin, el primero se preocupó incluso de acompañar sus planes industriales con una serie de loas poéticas para exaltar debidamente, tan sólo para citar alguna de sus más conocidas apologías del industrialismo sovietista, la “belleza” de las emanaciones tóxicas de dióxido de carbono siendo expulsadas desde las chimeneas de los centros fabriles obreros.
Las políticas de desarrollo económico de Lenin y Trotsky prepararon el terreno a las estalinistas
Pero dejemos ya a Trotsky y vayamos por Albamonte, quien en el fondo lo único que hace es repetir, cuando se digna a decir algo con respecto al problema ecológico o al de la relación de la humanidad con la naturaleza, las mismas concepciones (brutal-industrialistas) del primero. Un ejemplo de lo anterior es la reciente intervención de Emilio Albamonte en el acto realizado por la “Fracción Trotskysta-Cuarta Internacional” en conmemoración del cumplimiento de los 80 años desde el asesinato de Trotsky. Como veremos, casi un siglo después, las ideas de Albamonte sobre estos problemas no han avanzado un solo centímetro. ¡Basta de rodeos! ¡Es el momento de lanzarse al cuello de Albamonte y hundir los colmillos en la yugular de sus concepciones estratégico-programáticas! Poco a poco, entre jadeos, este último jabalí salvaje de la era de las ideologías proletarias comprenderá que el ataque es mortal y que el precio de su derrota será perder, a manos de una nueva ideología revolucionaria, más temible y sanguinaria que todas las anteriores, el patrimonio que él y su escuela política reclaman tener sobre la herencia del Octubre Rojo. Es el momento, aúllan los lobos del colapso, de que el espíritu de 1917 y la Comuna cambié de manos y de que aquellas vacas sagradas de la historia revolucionaria alimenten con sus tetas benefactoras a las nuevas bestias que, engendradas en los bosques del salvajismo neoliberal, tendrán como misión luchar por el comunismo en la era infernal que ya se abre: ¡la era del colapso! ¡Para que lo nuevo nazca, lo viejo debe ser masacrado! ¡Para que lo nuevo se imponga, todo lo caduco debe ser barrido! ¡Ese es el contenido último de la lucha entre el Marxismo Colapsista en contra del Marxismo Clásico! ¡PoR el CoMuNisMo! ¡Por el fUtuRo! ¡GueRrA al MaRxiSmO InDuStriaLisTa! ¡GuerrA a lo ClásIcO! ¡GuErrA a lo MOdeRno! ¡Guerra hasta la Exterminación! ¡Guerra hasta la Muerte! Agosto 28, 2020 Прежде чем повторять старое, лучше быть мёртвым
Lecturas Complementarias Especial Crisis Mundial por el Coronavirus 1. ¡El Comienzo del Derrumbe! La Pandemia, el Colapso y el fracaso del Marxismo Industrialista (I) Enlace: https://issuu.com/collapseandmarxism/docs/el_comienzo_del_derrumbe__i_ 2. Coronavirus: ¡Última Advertencia! Enlace: https://www.scribd.com/document/454545647/Coronavirus-Emergencia-colapsistaCaracterizacion 3. Coronavirus de Wuhan, Cambio Climático y Crisis Civilizatoria Notas para un Marxismo Colapsista (Palabras iniciales) Enlace: https://www.scribd.com/document/451654082/Coronavirus-de-Wuhan-Cambio-Climatico-yCrisis-Civilizatoria 4. El calentamiento global como horizonte cataclísmico de la historia Grado 1: La antesala del infierno (con sección introductoria en torno a la crisis del coronavirus) Enlace: https://www.scribd.com/document/453635428/El-Calentamiento-Global-como-HorizonteCataclismico-de-la-Historia-I … Especial Aniversario 80 años de la muerte de León Trotsky -El segundo asesinato de Trotsky Parte I: Los héroes malditos Enlace: https://issuu.com/collapseandmarxism/docs/el_segundo_asesinato_de_trotsky …
Algunos materiales anteriores destacados 1. El Horizonte de un colapso civilizatorio inminente. Entrevista de Paul Walder a Miguel Fuentes (I) Enlace: http://www.politika.cl/2019/12/14/parte-i-el-horizonte-de-un-colapso-civilizatorio-inminenteconversacion-entre-paul-walder-y-miguel-fuentes/ 2. La Inevitabilidad de la catástrofe. Entrevista de Paul Walder a Miguel Fuentes (II) Enlace: http://www.politika.cl/2019/12/22/conversacion-con-miguel-fuentes-parte-ii-lainevitabilidad-de-la-catastrofe-eco-social-planetaria/ … Material especial (Inédito) -Polémica entre Miguel Fuentes, Michael Lowy, Antonio Turiel y Jorge Altamira Ecosocialismo versus Marxismo Colapsista (Secciones I, II, III y IV) Parte I Enlace https://www.elciudadano.com/politica/ecosocialismo-versus-marxismo-colapsista-i/06/14/ Parte II Enlace https://www.elciudadano.com/medio-ambiente/ecosocialismo-versus-marxismo-colapsista-iiuna-conversacion-con-michael-lowy-miguel-fuentes-y-antonio-turiel/06/26/ Parte III Enlace http://www.politika.cl/2020/01/14/ecosocialismo-versus-marxismo-colapsista-iii-unaconversacion-con-michael-lowy-miguel-fuentes-y-antonio-turiel/ Parte IV Enlace https://www.scribd.com/document/449782563/Michael-Lowy-versus-Miguel-Fuentes-PartesI-a-IV