-No gracias. Bajé la vista. Sus muslos estaban descubiertos. Mi corazón latió con prisa. -¿Te gustó, Toño? -Este… sí, mucho… -Ven, vamos a baila. Me tomó de la mano y me arrastró a la pista. Me abrazó. Yo no acertaba con el ritmo. Temblaba… Ella sopló en mi oreja y un fuego extraño, inundó mi cuerpo. Sentía deseos de huir. Al regresar a la mesa, don Celestino dijo: -Ya es hora. No se tarden, yo espero. -Perdone -dije con titubeo-. ¿Dónde está el baño? -Allá, junto a la entrada, a la derecha. Caminé tambaleante. Al pasar por la puerta de entrada el deseo de huir se hizo imperioso. Salí corriendo… Después, ya alejado de la casa azul, acorté mis pasos. La felicidad de las ranas contrastaba con mi tristeza. Me sentía fracasado, inútil. Llegué a pensar que no era hombre.
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