Tropico de Cancer

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necesidad de matar el tiempo, de aniquilar los tres cuartos de hora que se tarda en caminar desde la oficina hasta Montparnasse. Podríamos tener las ideas más brillantes, más factibles para la mejora de esto o lo otro, pero nos falla el vehículo al que engancharnos. Y lo más extraño es que la ausencia de relación alguna entre las ideas y la vida no nos produce angustia ni desasosiego. Nos hemos adaptado tanto, que, si mañana nos ordenaran andar sobre las manos, lo haríamos sin protestar lo más mínimo. Con tal de que el periódico saliera como de costumbre, desde luego. Y de que recibiésemos nuestra paga con regularidad. Aparte de eso, nada importa. Nada. Nos hemos orientalizado. Nos han convertido en coolies, coolies oficinistas, acallados con un puñado de arroz diario. El otro día leí que un rasgo especial de los cráneos americanos es la presencia del hueso epactal, u os Incae, en el occipucio. La presencia de ese hueso, proseguía el científico, se debe a la persistencia de la sutura occipital que suele cerrarse en la vida fetal. Así, pues, es una señal de desarrollo interrumpido y una indicación de raza inferior. «La capacidad cúbica media del cráneo americano —seguía diciendo— queda por debajo de la de los blancos, y por encima de la de la raza negra. Considerando los dos sexos, los parisinos tienen una capacidad craneana de 1488 centímetros cúbicos; los negros, de 1344 centímetros; los indios americanos, de 1376.» De todo lo cual no deduzco nada, porque soy americano y no indio. Pero es atractivo explicar las cosas de ese modo, mediante un hueso, u os Incae, por ejemplo. No altera su teoría lo más mínimo el reconocimiento de que ejemplos particulares de cráneos indios han revelado la extraordinaria capacidad de 1920 centímetros cúbicos, capacidad craneana no superada por ninguna otra raza. Lo que noto con satisfacción es que los parisinos, de ambos sexos, parecen tener una capacidad craneana normal. Evidentemente, la sutura occipital transversa no es tan constante en ellos. Saben disfrutar un apéritif y no les preocupa que las casas no estén pintadas. Por lo que indican los índices craneanos, sus cráneos no tienen nada de extraordinario. Ha de haber alguna otra explicación para el arte de vivir que han llevado a tal grado de perfección. En el bistro de Monsieur Paul, al otro lado de la calle, hay una habitación interior reservada para los periodistas donde podemos comer a crédito. Es una habitacioncita agradable con serrín en el suelo y moscas en todas las estaciones. Cuando digo que está reservada para los periodistas, no quiero decir que comamos en privado; al contrario, significa que tenemos el privilegio de asociarnos con las putas y los chulos que constituyen el elemento sustancial de la clientela de Monsieur Paul. Eso viene de perilla a los tipos del piso de arriba, porque siempre están a la caza de gachís, e incluso los que tienen una chavalita francesa fija no tienen inconveniente en cambiar de pareja de vez en cuando. Lo principal es no coger purgaciones; a veces parece como si una epidemia hubiese pasado por la oficina, o quizá podría explicarse por el hecho de que todos se acuestan con la misma mujer. En cualquier caso, es agradable observar las caras de desconsuelo que ponen cuando se ven obligados a sentarse junto a un chulo que, a pesar de los pequeños gajes de su profesión, lleva una vida lujosa en comparación con la de ellos. Pienso en particular en un tipo alto y rubio, que reparte las noticias de la agencia Havas en bicicleta. Siempre llega un poco tarde a comer, siempre sudando profusamente y con la cara cubierta de mugre. Tiene una forma de entrar simpática, saludando a todo el mundo con dos dedos y dirigiéndose con andares desgarbados directamente a la pila que está justo entre el retrete y la cocina. Mientras se seca la cara, hace una rápida inspección de los comestibles; si ve un espléndido bistec sobre la tabla, lo coge y lo olfatea, o bien mete el cazo en la gran olla de sopa y prueba una cucharada. Es como un buen ejemplar de sabueso, siempre con el hocico por el suelo. Acabados los


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