el collar del tigre

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ente al mundo: —¡Hice un acto de psicomagia, ese arte de moda! ¡Estoy in! —dirán quienes nada entendieron. Para los frívolos, los inseguros o los egocéntricos, habrá que convenir en que la psicomagia no pretende probar científicamente sus principios, sino que busca ser una ayuda para la liberación personal de quienes se acerquen a sus métodos. En el terreno del cerebro, esperar una temporada después de un acto o una operación psicochamánica o un psicorritual antes de chequear sus efectos tiene un propósito fisiológico preciso. Al abrirnos paso a regiones neuronales inexploradas, es necesario esperar para que las nuevas ramificaciones, conexiones sinápticas y mapas cerebrales puedan asentarse, sumando nuevas raíces a la red eléctrica de información y comunicación que es nuestro cerebro. Cada una de los cien mil millones de neuronas del sistema nervioso que somos puede tener de una a diez mil conexiones sinápticas. Hay que esperar a que se abandonen las antiguas autopistas mentales, los antiguos circuitos cerrados, permitiendo que circule la nueva información, la energía fresca, y alumbre la totalidad del sistema cerebral. De este modo, la psicomagia, el psicorritual, se convierten en una manera de desintegrar las inhibiciones mentales que terminan haciendo de uno un viejo decrépito. V. S. Ramachandran, profesor y director del Centro de Investigaciones del Cerebro y la Cognición de la Universidad de California, se dio cuenta de que, en ciertos casos, los mapas cerebrales eran fácilmente reprogramables con una rapidez sorprendente. «Las implicaciones dan vértigo —escribe—. Este descubrimiento contradice francamente uno de los dogmas más ampliamente aceptados en neurología: el de la naturaleza fija de las conexiones en el cerebro humano adulto.» El cerebro es plástico, puede ampliarse, regenerarse, fluir. Pero, para que todo esto suceda, es fundamental realizar la labor espiritual que todo ser humano tiene pendiente, ampliando la concepción de sí mismo y del mundo en que cree vivir. Si uno se concibe como un ser fragmentado, con una nacionalidad, un color, una raza, un planeta dividido por fronteras artificiales, clases sociales, partidos políticos, clanes tribales o guerras del hombre contra la mujer, siempre estará a un paso de estar listo para ir a matar al vecino por sus ideas. El cerebro reproduce tales esquemas, creando racismos neurológicos, rechazando y asesinando partes de sí mismo, como si otras neuronas fueran enemigos de guerra, clanes, partidos opuestos, animales de otra especie, condenándose, por tanto, a no lograr jamás la unión de la gran red cerebral y espiritual que somos. Tras un acto psicomágico, psicochamánico, un ritual u otras labores que hoy p.318


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