Runner 00

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estado pensando y luego se volvió hacia Alec. —Aterriza —balbuceó exhausto. Sintió que, en vez de aire, tenía los pulmones llenos de fuego—. Apúrate —agregó mientras doblaba la nota y la colocaba en su bolsillo trasero. Todos los movimientos de Alec eran duros; tenía los músculos tensos, las venas tirantes bajo la piel. Su rostro estaba encendido y sudoroso. Temblaba. Pero unos minutos después, el Berg aterrizaba con un golpe sorprendentemente suave justo frente a la entrada del edificio de la CPC. —Abre la escotilla —exclamó Mark, que ya se había puesto en movimiento en medio de la bruma que lo rodeaba. Tomó a Deedee de la falda de Trina, con más rudeza de la que pretendía, ignorando los grititos de protesta de la niña. Sujetándola en sus brazos, se dirigió a la salida, con Trina pegada detrás. Ella no había dicho una palabra ni levantado un dedo para detenerlo. En la puerta de la cabina, Mark hizo una pausa. —Cuando yo haya terminado... ya sabes... lo que tienes que hacer—le dijo a Alec, eligiendo las palabras con dificultad—. Aunque eso no esté allí, ya sabes lo que tienes que hacer —y sin esperar respuesta, salió al pasillo. Deedee se fue calmando mientras se encaminaban hacia el depósito y la salida. Tenía los brazos apretados alrededor del cuello de Mark y la cabeza escondida en su hombro, como si ella también hubiera comprendido que ese era el final. Frente a los ojos de Mark, danzaban manchas y luces resplandecientes. El corazón le palpitaba a toda velocidad y sentía como si circulase ácido por sus venas. En silencio, Trina caminaba junto a él. Ingresaron en el depósito, descendieron la rampa de la escotilla y salieron a la luz del día. Ni bien bajaron de la nave, los chirridos atronaron el aire y la lámina de metal comenzó a cerrarse. Alec levantó al Berg en el aire en medio del rugido y el azul de los propulsores. A pesar de tener la mente ocupada, a Mark lo invadió una tristeza repentina e insoportable: nunca más volvería a ver al viejo oso. El sol ardía en el cielo. Había un estruendo creciente de gritos y silbidos y un desfile de gente. Grupos de infectados se aproximaban desde todas partes. A lo lejos, a través del despliegue de luces que centellaban delante de sus ojos, creyó distinguir a Bruce con su bandera roja a la cabeza de su propia tropa. Si esas personas llegaban a la Trans-Plana antes de que alguien la apagara o la destruyera... —Vamos —le dijo a Trina con un gruñido. Al correr hacia las puertas abiertas del edificio, los envolvió el viento que levantaba el Berg en su ascenso. Deedee se aferraba a Mark y Trina se encontraba a su lado. Cruzaron la entrada e ingresaron en una habitación amplia sin muebles. No había más que un objeto extraño en el centro: dos barras de metal enmarcaban la pared gris brillante que se extendía entre ellas. Esta parecía moverse y lanzar chispas y, al mismo tiempo, se mantenía inmóvil y serena. Al observarla fijamente, Mark sintió que le ardían los ojos. Un hombre y una mujer se dirigían hacia la pantalla gris y, al ver llegar a Mark y a sus amigas, los observaron con ojos atemorizados. —¡Esperen! —gritó Mark.

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