Antropología de la acción directiva

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acuerdo antes. En cualquier institución humana la pregunta fundamental es ¿qué queremos hacer? No qué quiero hacer yo, sino qué queremos. Si la pregunta se formula en primera persona del singular, es claro que no hay objetivos comunes, porque lo que cada uno puede querer por separado es variopinto, oscilante y divergente, por lo que contribuye a que la institución se desintegre. La eficacia de una institución se mide por el hecho de que la pregunta sobre lo que queremos hacer se formule expresamente y en ella intervenga la mayor parte de sus miembros. A su vez, la respuesta debe estar presente en las decisiones que se tomen; también el valor de las alternativas ha de ser objeto de una discusión en la que participen las personas involucradas. De este modo la ejecución será más adecuada, menos divergente. Aunque corregir las actuaciones sea difícil, es exigido por la coordinación de esfuerzos. Por eso, la pregunta sobre lo que queremos hacer no es meramente teórica. Además, es absurdo querer lo imposible, lo que no está en nuestro alcance. No es bastante que las deliberaciones sean formalmente correctas: han de mirar a la realización práctica concreta. Cuando se habla de algo por hacer, el directivo tiene que ser muy consciente del estado de la calidad de sus colaboradores. Si el proceso cognoscitivo que desemboca en la decisión no tiene en cuenta las condiciones de ejecución es una pérdida de tiempo. Con todo, la apreciación de lo imposible ha de matizarse, porque, por más que lo práctico sea concreto considerado en su realización, antes de ello es posible (una prueba son las alternativas). Llamaremos potencial a la relación de lo posible con su realización. Se suele decir que la política y la dirección de empresas es una actividad similar, es el arte de lo posible. Esto significa varias cosas: por lo pronto, que las decisiones no deben versar sobre lo imposible, pues es más estúpido tomar decisiones acerca de quimeras que aceptar decisiones mediocres. Hay que guardarse de la utopía y huir de discutir por discutir. Lo posible es una especie de marco del hacer. Lo que las condiciones de la situación no permiten realizar no es objeto de consideración práctica. Los clásicos decían que la elección versa sobre los medios y no sobre los fines: proponerse fines supone contar con medios para alcanzarlos. Por tanto, al emprender un proyecto es imprescindible examinar si se cuenta con los medios adecuados para llevarlo adelante. Qué queremos hacer es una pregunta muy importante, pero está subordinada a otra: ¿estamos preparados para hacerlo? La política es el arte de lo posible. En este terreno no debemos quedarnos cortos (que es una falta de agudeza) ni pasarnos (pasarse es utópico). Es evidente que ciertos recursos imponen limitaciones severas: el entorno, las condiciones crediticias, etc. Pero todo ello está presidido por el potencial humano. Para el directivo es de capital importancia conocer bien a sus colaboradores; ha de prestar atención a las aptitudes de los distintos sujetos que entran en el juego, a la conjunción de sus capacidades, a la organización de sus interacciones. También desde este punto de vista ha de ser -insistimos- realista. Un directivo tiene que atender a factores empíricos, los cuales nos interesan menos a los teóricos porque estamos convencidos de que la clave de la realidad es más que empírica: admitimos varios tipos de experiencia. Ahora bien, dicha ampliación de la perspectiva es inexcusable cuando se trata de los seres humanos.

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