Alghuraba9

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durante dos años en la que Downs consideraba la fase del ‘pre-problema’. Sin embargo, la falta de voluntad política ha sobrevivido a las fases 2 y 3 de su ciclo de atención. Cabe preguntarse, ante semejante cifra, qué razones conducen a una falta de cooperación entre las autoridades nacionales y las locales. Ante la dificultad pragmática de cuestionar a representantes de 7.987 municipios de este país, se puede plantear el marco de Downs como una explicación a por qué no existe (o no se observa) voluntad política para atajar el problema de la radicalización violenta en nuestra sociedad. Si a este punto le añadimos la extensa red de actores yihadistas en suelo español (Real Instituto Elcano, 2017) (concentrados en Madrid, Barcelona, Alicante, Girona, Ceuta y Melilla), así como los vínculos entre ellos, encontramos una situación que si no es acometida con decisión desde las estructuras políticas no será coyuntural sino estructural. La falta de voluntad política agrava un problema que no desaparecerá mientras no existan expectativas realistas de vida para individuos en riesgo de exclusión social o atrapados en un bucle de dinámicas religiosas o sociales que los atraiga al agujero de la radicalización. La falta de voluntad política hace que problemas que deberían ser acometidos a nivel institucional tengan que ser llevados a cabo sobre el terreno

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también por asociaciones civiles locales que, conscientes de las dinámicas de sus áreas metropolitanas, luchan de una manera efectiva (dentro de sus capacidades) por la prevención de la radicalización violenta. (en referencia al Mapa) Fuente: Real Instituto Elcano El mapa elaborado por el Real Instituto Elcano habla por sí solo: no se puede permitir que el terrorismo, y específicamente la situación de grandes comunidades en las que el riesgo de exclusión social y adoctrinamiento es un hecho, estén sometidos a los vaivenes de la agenda política. Mención aparte merece la cuestión de nuestra propia radicalización a través de los temas que ganan peso en la agenda política y en aquellos temas que inundan los medios de comunicación con frecuencia. ¿Hasta qué punto han colaborado estos en aumentar la polarización social en España a través de la cobertura del conflicto entre la Generalitat de Cataluña y el Gobierno central? ¿Hasta qué punto han colaborado los medios de comunicación en facilitar una psicosis colectiva y una estigmatización hacia colectivos de jóvenes de ascendencia árabe o musulmana a raíz de atentados como el de Barcelona? Podríamos hacernos esta pregunta en bucle con multitud de temáticas, pero nuestra conclusión sería en muchos casos la misma: su rol ha sido fundamental.


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