Jodorowsky alejandro la danza de la realidad

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Libros el Tintero prometí no frustrar sus esperanzas, continuar mis estudios universitarios hasta obtener un diploma. Pero una noche, soñando, vi un alto muro en el que se formó una frase: «¡Suelta la presa, león, y emprende el vuelo!>> Empaqueté unos cuantos libros, mis escritos, la poca ropa que tenía y regresé donde las Cereceda. Me absorbí en la fabricación de mis muñecos. Como un ermitaño, pasaba el día encerrado en el cuarto dialogando con ellos y, sólo a altas horas de la noche, cuando mis anfitriones y sus amigos dormían, iba a la cocina a comer un pedazo de chocolate. Cierta mañana llamaron a mi puerta, los golpes eran cortos, discretos, delicados. Me decidí a abrir. Vi una muchacha de baja estatura, con cabellos color ámbar y una expresión de ingenuidad que me conmovió profundamente. Sin embargo le pregunte con falsa brusquedad cómo se llamaba. -Luz. -¿Qué quieres? -Dicen que haces unos muñecos muy lindos, ¿me dejas verlos? se los mostré con gran placer. Eran cincuenta. Ella se los calzó en las manos, los hizo hablar, rió-. Tengo un amigo pintor al que le encantará ver lo que haces. Por favor, ven conmigo a mostrarle tus personajes. Lo que sentí por Luz no tenía nada que ver con el amor o el deseo. Supe que para mí ella era un ángel, el polo opuesto de la luciferina Stella; en lugar de partir el venenoso mundo en mil pedazos, veía un caos de trozos sagrados a los cuales tenía el deber de juntar para reconstruir una pirámide. Luz venía a sacarme de mi encierro oscuro, conducirme al mundo luminoso y, una vez allí, desaparecer Así fue. Luz y Stella eran dos visiones opuestas del mundo. Aunque ambas se sentían extranjeras, fuera de él, una lo veía con lazos celestes, la otra le daba raíces en el infierno. Una deseaba mostrar las bondades haciéndose espejo de ellas, la otra, con igual actitud, quería reflejar las fallas. Las dos eran de una sola pieza, consecuentes con ellas mismas, cobras encantadoras de hombres, una deseando inocular el veneno del infinito, la otra el elixir de la eternidad. El amigo de Luz, con toda evidencia enamorado perdidamente de ella, era un pintor maduro, con aspecto de profeta, melena larga y barba hasta medio pecho, llamado André Racz. Vivía en un viejo taller, mucho más largo que ancho, de por lo menos trescientos metros cuadrados. Se llegaba a él por un largo y oscuro pasadizo con piso de cemento en donde se oxidaban unos rieles, lo que daba al sitio la apariencia de una mina abandonada. Las pinturas y los grabados de laca estaban basados en los Evangelios. El Cristo, con la misma fisonomía que el artista predicaba, hacía milagros y era crucificado en la época contemporánea, en medio de automóviles y tranvías. Los soldados que lo torturaban vestían uniformes estilo alemán. Uno de ellos le daba con su pistola un tiro en el costado. La virgen María era siempre un retrato de Luz. http://www.libroseltintero.com

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