Portones 42

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¿Y cómo definirías que fue tu infancia? Fue divina, pero solitaria. Me crié entre cinco hermanos varones, era la única mujer. Y siempre me gustó mucho leer. Entonces tuve una infancia de mucha introspección y de soledad, pero fui muy feliz. Siempre sentí esa soledad, ya desde chica, yo no entendía mucho lo que era esa sensación, pero la sentía. Vivíamos en una casa enorme en el Prado, de la que se fueron yendo mis abuelos, mis tíos, y quedamos mis hermanos más chicos, mis padres y yo, en una casa gigantesca. Y yo estaba todo el día ahí, en un jardín lleno de gatitos, con un nogal, y una fuente enorme llena de pececitos de colores. Y esas imágenes de mi infancia son claves. ¿Hasta qué edad viviste en el Prado? Hasta los 7 años. Y después viví en Carrasco, hasta que me casé, que nos fuimos a vivir a un apartamento de la Ciudad Vieja frente a la Plaza Zabala, donde estuvimos seis años. Ahí vivimos unos de los años más felices de mi vida. Ahí me recibí, ahí nació mi primera hija, empecé a trabajar como docente, y conocí la vida de barrio, de conocer al panadero, al almacenero. Aparte no teníamos un mango y el almacenero nos fiaba, pero realmente fueron años muy felices.

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¿Cómo convive tu ser filósofa y poeta con la vida de madre? Perfectamente. Ambas se nutren y enriquecen mutuamente. La filosofía me ha nutrido muchísimo y me ha ayudado en mi rol de madre, y el rol de madre me ha aportado tantas cosas para mi profesión… Yo creo que lo más divino que le puede pasar a una mujer es el milagro de ser madre. Y bueno, obviamente quizá muchas veces por ser madre sacrificas muchas cosas, pero es como ser docente, es tanto lo que te devuelve, que yo lo reivindico a muerte. Mis tres hijos han sido mis grandes fuentes de inspiración y mis maestros, sin duda. ¿La edad que dice tu cédula corresponde con lo que sentís? Sí y no. No creo en la edad cronológica, el alma no tiene edad. Es obvio que viví 41 años y eso no lo puedo negar, pero a veces me siento una niña de 7, otras veces una viejita de 90, o una joven de 20 años. Hay que darse cuenta que el tiempo es otro de los mecanismos que hemos encontrado los seres humanos para ordenar el mundo, para controlarlo y entenderlo, pero es muy relativo. Creo que la gente que se encasilla en su edad cronológica tiene su vida completamente limitada.

El libro arranca con una cita de Tolstoi que dice que la mujer es un ser que por más que lo estudies te resulta siempre nuevo, ¿por qué elegiste esta cita para comenzar? Porque siempre creí que la mujer tenía algo que quizás el hombre no lo tiene tan acentuado, que es la capacidad para transformarse y sorprenderse a sí misma. Es una paradoja, porque la mujer a lo largo de la historia ha sido muy reprimida, pero esa represión le ha dado una gran libertad también. Creo que al hombre el estereotipo de macho lo ha limitado muchísimo, porque supuestamente es más libre, y sin embargo esa imagen de macho que debe demostrar le quita tanta libertad… En cambio la mujer, dentro de todas sus limitaciones, ha encontrado una gran libertad. La de ser, la de sorprender, de cambiar y ser una y otra al mismo tiempo, esa multiplicidad que nos define. Obviamente hay una cuestión biológica, las mujeres hormonalmente somos más complejas. Y la complejidad femenina es alucinante.

Tu libro está lleno de alusiones al amor, lo desborda, ¿qué es el amor para ti hoy? El amor es un acto de comunión. Antes mi libro de cabecera era “El arte de amar” de Erich Fromm, cuando tenía 18 años. Y ahora vuelvo a ese libro y pienso cuánto más podemos saber acerca del amor leyendo a Idea Vilariño que a Erich Fromm. Él, como buen científico lo cataloga, lo clasifica. Y claro que los amores de los que habla existen, pero El Amor, es inclasificable, es indefinible, es una comunión y un encuentro, entre almas y cuerpos. Yo creo mucho en la química de las pieles, en los olores, creo que el amor no se consuma solamente a nivel de las almas. Yo cuando quiero mucho a alguien quiero abrazarlo, y es por lo mismo. El amor es de las experiencias más sublimes que puede tener el ser humano. Y para bien o para mal, siempre he querido a las personas en forma completamente descarnada, lo que me ha dado las mayores alegrías y también las mayores tristezas y decepciones. Igual no me arrepiento, no podría amar de otra manera, y no quiero amar de otra manera.

¿Cómo convive una persona tan apasionada y con el alma a flor de piel, en un mundo como el de hoy? Adaptándose un poco, sin rendirse a la adaptación completa. Hay una línea de Bernard Shaw que dice que “el hombre racional se adapta al mundo, mientras que el irracional insiste en tratar de adaptar el mundo a él. Por tanto, el progreso depende de los hombres irracionales”. Y creo que tiene razón. Creo que no hay que renunciar a la irracionalidad. Creo que en este mundo “Tinelliesco” por suerte todavía hay personas que se revelan. En ese sentido siento como Camus, que la vida es acto de rebelión. No es rebelarse por rebelarse, pero si algo no está bien hay que decirlo, y también hay que tener la inteligencia para saber cuándo y cómo rebelarse. No es salir a hacerle la guerra a las cosas, y eso se aprende con los años y los golpes. Pero no hay que dejar convertirse en un ser que simplemente se adapta, aunque eso es más fácil.

¿Cómo se mantiene al amor en 19 años de matrimonio? Uf, no es fácil. Hay algo que para mí es muy importante en el amor y es la libertad. La libertad que uno se da para elegir a la otra persona todos los días. Es decir: “Hoy te elijo, mañana no sé, pero hoy te elijo”. Y dejar volar al otro, y que el otro te deje volar. Una de las cosas que yo le agradecí a mi marido cuando lancé el libro fue justamente ese dejarme en libertad para volar. Él ha tenido esa inteligencia de saber que cuanto más dejamos volar al otro, más cerca lo tenemos. Hay un prejuicio de que para tener al otro hay que tenerlo agarrado, y no es así. Uno nunca posee al otro, nunca te hacés dueño del otro, es imposible. No somos dueños de nada, apenas de nosotros mismos. Así que a lo máximo que puedo aspirar es a que él me elija como su compañera de ruta, y yo elegirlo a él. Y por supuesto que en estos más de 20 años que nos conocemos pasamos por etapas, no te voy a decir que siempre fue perfecto, pero es 45


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