FÉLIX SERVIO DUCOUDRAY
Francisquiño, aprestándose para lo de su oficio de peces, preparaba los aperos de investigador a-
a la vera de la flor o de una nube, y aún en este sosegado recodo del Lodoso donde el insecto alza
cuático y se metía en el pantalón de goma que em-
con la nariz el pellejo del río para que le entre aire
pieza por las botas y acaba a medio pecho colgado de los hombros por tirantes, para andar sin cuida-
y revela con la velocidad de su miedo que en esas aguas tranquilas pululan las ferocidades de urgen-
do —y sin mojarse— entre el agua del río.
cias nutritivas; y todo lo cual, en ese banquete sin
Cuando estaba en eso, el ojo de Marcano, fijo en la quieta orilla del Lodoso, había visto lo suyo: una
cuartel y de exterminio, compone el equilibrio que mantiene a raya la población de cada especie, don-
suerte de «escarabajo» de agua —dicho así por es-
de la muerte alimenticia de los unos asegura la vida
tos ojos de profano que lo vieron— que vivía en-
prodigiosa de los otros con aritmética inviolable.
terrado entre las hojas podridas y el lodo del fondo. Pero el avezado naturalista ya lo tenía a tiro de
Y allí también, en esa esquina inicial de la investigación de aquella tarde, otra forma viviente
identificación más precisa:
caminaba sobre la superficie del agua, como si fuera
—Es un coleóptero del género Dineufus sp., perteneciente a la familia Gyrinidae.
el Cristo de los insectos: un hemíptero de patas delgadas (por mi boca quien habla no soy yo, sino
Toda su vida era esto: subir hasta la superficie,
Marcano, que dijo eso de hemíptero).
a cada pocos minutos, para respirar, y regresar al
Añadió estas puntualizaciones: orden, hemíp-
cieno de refugio: pero nadando con tal velocidad —parecía rayo instantáneo— que daba brega se-
tero; familia, Gerridae; género, Gerri. Habita en las aguas frías de las montañas; el ma-
guirle con la vista el rastro zigzagueante.
cho chico, la hembra grande, y era la primera vez
Salía para vivir —iba por aire, que es como decir: por lana y para no quedar trasquilado en la boca
que se le veía en el Lodoso. —Siempre andan juntos, comentó Marcano.
de algún acecho hambriento, «que es el morir»
Hablaba del coleóptero y del hemíptero.
—éste si parecía estar al tanto de Manrique—, completaba la temeraria incursión en el menor tiem-
—Ven a ver, le gritó a Francisquiño. Para mostrarle un pececito, también enterrado
po posible, para meterse enseguida al escondite,
en el cieno del fondo, que de cuando en cuando
a cubierto de riesgos —y de hojas—.
sacaba la cabecita.
Escena impresionante de la dura lucha por el vivir que en el gran drama de la naturaleza (que es
Después Francisquiño andaba por distintos tramos de ese paso del Lodoso, echando las redes con
drama de supervivencia en que resultan automá-
que se atrapan los peces, ayudado en eso por el hi-
ticamente salvados los más aptos —y no menos automáticamente devorados los ineptos), se desa-
jo de Marcano que nos acompañaba. No parecen ser muy abundantes, porque sólo
rrolla a cada segundo, simultáneamente y en millo-
atrapó nueve, todos de la misma especie; aunque
nes y millones de variadas formas sobre cada terrón o en cada roca, por ríos y mares, más abajo de las
ya en el Bajamillo, más ancho, al que llegamos después, consiguió 68, e igualmente en el tramo que
minas o en el aire, encima del vuelo de los pájaros,
precede a una cascada, lo que constituye barrera
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