Revista Arte & Cultura Vol. III / N° 2 (2016)

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Siempre fue posible ir más allá de los límites del control social. Y la corrección política fue convirtiéndose se la mano de estos cineastas en un mea culpa de cierta intelectualidad. Había que abandonar las viejas prácticas de la ciencia moderna y convertirse en militante posmoderno. Y así como muchos realizadores guatemaltecos se convirtieron en formadores y su impronta se reconoce en las producciones guatemaltecas de hoy, los realizadores extranjeros solidarios también trajeron influencias cuyas huellas son fáciles de seguir. Como se ve, el cine guatemalteco también cayó en la vorágine de los cambios de las últimas décadas. Este cine, aunque de circulación limitada, era una bocanada de aire fresco entre las miasmas de la propaganda contrainsurgente. De 1978 tenemos que ir a 1994 para volver a encontrar cine guatemalteco de ficción con duración de largometrajes. El cine documental, más clandestino que público, asumirá el relevo y generará corrientes de cambio que marcarán el renacimiento del cine de ficción. Cuando se revisa el cine guatemalteco de ficción de los años noventas y la década inicial del siglo XXI, uno se percata que el predominio del melodrama como inspiración de las historias ha mermado y esta pérdida de encanto es significativa. Por ejemplo, en las representaciones de la nación y de los pueblos indígenas. Estas se han trasformado en forma radical, al menos en algunos círculos más cercanos a la academia o a los movimientos sociales. No se trata de “todo” el nuevo cine guatemalteco, pues lugares comunes como la invisibilidad de la diversidad sociocultural todavía es frecuente y esto ocurre en la mayoría de los filmes. Pero hay un nuevo discurso que rehúye ahora de la discriminación y el racismo. Hay simpatía, respeto a la diversidad, reclamo de los derechos socioculturales en muchas de las películas de ese cine.

Cuida a Neto y a su hermano, plancha, lava, en fin, realiza labores “de adentro”. Rodrigo corteja a la muchacha y sostienen una relación que resulta en el embarazo de la “muchacha”. Hasta Aquí “no hay novedad en el frente”. Pero sucede la contrarrevolución y altera la vida de todos. Al final de la película y resuelto el drama principal, Nidia regresa a su pueblo a tener al hijo que espera de Rodrigo, quien fue víctima de la represión del nuevo régimen. Indira Chinchilla, siendo ladina, representa a una joven Q’eqchi’ pero lo hace sin caer en la tendencia a las actuaciones que ridiculizan al indígena, le pintan como ingenuo, tonto, o bien son tipos despreciables, como los que señalamos antes. No, la Nidia de El silencio de Neto es una indígena con voz, cuyos sentimientos son respetados, y si bien su rol es secundario, tiene una participación importante en el filme. Es la primera vez que esto ocurre en un filme guatemalteco de ficción. El silencio de Neto vino a demostrar que era posible hacer cine guatemalteco de ficción capaz de participar en festivales internacionales y ser distribuido también nacional e internacionalmente. Eso abrió la puerta para que Elías Jiménez y Rafael Rosal (productora Casa Comal), Julio Hernández, Alejandro Castillo, Ana Carlos, Mendel Samayoa, Mario Rosales, Alejo Crisóstomo y otros se lanzaran también al riesgo de producir cine rentable y de suficiente calidad para ser exhibido en el extranjero, en donde no gozarían de un público complaciente con “su” cine. La tendencia de este nuevo cine y de estos nuevos realizadores es dar cabida a los pueblos indígenas, es a continuar la senda reivindicadora.

De que algo cambió, no hay duda y ahora veremos algunos casos que lo demuestran. Nidia es un ejemplo de lo mencionado, en El silencio de Neto (Luis Argueta, 1994). Ella (interpretada por la actriz guatemalteca Indira Chinchilla) es una empleada doméstica en la casa familiar de Neto.

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Irmalicia Velásquez Nimatuj, Las Cruces, poblado próximo, en “El Periódico”, 4 de septiembre 2006.

Artes Visuales y Escénicas


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