Certamen literario 12 de octubre, Día de la Hispanidad 2019

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todo hay que decirlo, la vida en esta ciudad no era un cuento, y muchísimo menos la historia que a continuación os voy a relatar.

Lo que estoy a punto de desgranar, queridos lectores, ocurrió un día cuya fecha no me viene a la memoria. Era el inicio de la época seca, el periodo en que las nubes no dejan rastro alguno de lluvia. A pesar de no ser capaz de marcar el evento en el calendario, recuerdo nítidamente todos los sucesos que llevaron al límite de lo humano a todos los habitantes de Malabo.

Me desperté esa mañana, como siempre, en mi cama de plumas. Con gesto desorientado y ojos legañosos abrí los brazos para reunir fuerzas y desperezarme. Eran las cinco de la mañana y mi despertador me avisaba que era hora de ir al gym. Mi sueño de esa noche había sido extraño e inquietante, una pesadilla en la que sentía mi cuerpo vagar por el espacio, como en levitación y justo cuando un agujero negro estaba a punto de engullirme por entero me desperté aturdida. Mi gatita Contessa cruzó por encima de mi cara de un salto. Ella era un indicador mucho más persuasivo de que debía salir de la cama. Me puse rápidamente un chándal y por único desayuno me tomé una infusión de contrití (citronela). Al salir por la puerta de mi mansión, que estaba junto al mar, me di cuenta de que el guardián, un burkinés, que a duras penas articulaba palabras en español y que parecía nunca entenderme, no estaba ahí. Lo llamé por su nombre: ¡Benua! ¡Benua! No respondió, ni apareció y no estaba en su garito habitual. Lo maldije mentalmente haciendo cábalas sobre dónde podía haberse metido a esa hora de la mañana, ya que, como aún no había salido el Sol, lo normal es que estuviera allí. No tenía quien me abriese la verja, así que bajé del Range todoterreno para abrir el pesado portón. Acompañada de mis perros que exigían sin concesiones su saludo mañanero, proferí un insulto de viva voz. Salí de casa conduciendo el todoterreno, abrí la ventana para disfrutar de la brisa que a esa hora de la mañana era muy fresca. La ciudad aún estaba a oscuras, y la mayor parte de las almas dormían o se estaban levantando para dedicarse a sus quehaceres. Llegué al club deportivo y para mi sorpresa lo encontré cerrado. Por lo visto el chico nigeriano encargado de abrir el local no había venido a trabajar esta mañana. Me encontré con varios clientes, acomodados y pijos de la ciudad, a la puerta del gym, quejándose de que ese día parecía que sus serenos no estaban en sus puestos de trabajo. ¿Estarían los extranjeros en huelga?, pensé. Ninguno se había presentado a trabajar esa mañana.


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