Psicología social. Kassin, Saul

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El autoconcepto

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(Cherry, 1953; Wood y Cowan, 1995). Incluso los niños que aún son muy pequeños para hablar o caminar muestran esta tendencia (Newman, 2005). Para el psicólogo cognitivo, este fenómeno muestra que los seres humanos son selectivos en su atención. Para el psicólogo social, también evidencia que el yo es un importante objeto de atención. El término autoconcepto se refiere a la suma total de las creencias que tienen las personas respecto de sí mismas. Pero, ¿qué es lo que conforma de manera específica el autoconcepto? De acuerdo con Hazel Markus (1977), el autoconcepto está compuesto de moléculas cognitivas denominadas autoesquemas: creencias acerca de uno mismo que guían el procesamiento de información individual y relevante para la persona. Los autoesquemas son para el autoconcepto total de un individuo lo que las hipótesis son para la teoría, o lo que los libros para una biblioteca. Se puede considerar a sí mismo como ser masculino o femenino, independiente o dependiente, liberal o conservador, introvertido o extrovertido. Lo cierto es que cualquier atributo específico podría tener importancia para el autoconcepto de algunas personas, pero no de todas. El autoesquema del peso corporal es un buen ejemplo. Los hombres y mujeres que se consideran a sí mismos como extremadamente excedidos de peso o delgados en exceso, o para quienes la imagen corporal constituye un aspecto prominente del autoconcepto, se consideran esquemáticos respecto al peso. Para estos esquemáticos del peso corporal, una amplia gama de otros factores rutinarios, como una visita al supermercado, comprar ropa nueva, cenar en un restaurante, pasar el día en la playa o los hábitos alimenticios de un amigo, podrían disparar pensamientos relacionados con el yo. En contraste, aquellos que no consideran su propio peso como una parte importante de sus vidas son no esquemáticos respecto a dicho atributo (Markus et al., 1987).

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Rudimentos del autoconcepto

Es evidente que el yo es un objeto central de atención. Cada vez que enfoca su mente en un recuerdo, una conversación, un olor desagradable, el estribillo de una canción, el gruñido de su estómago o en la lectura de un enunciado, la conciencia funciona como una lámpara potente cuya luz alumbra sólo un objeto a la vez, aunque puede moverse con rapidez de un objeto a otro y procesar la información relacionada. El yo es un elemento fundamental en la producción de la luz de esta lámpara. Ahora bien, ¿el yo es tan especial que tiene una representación independiente en el circuito neuronal del cerebro? Y, por otro lado, ¿es un concepto exclusivo del ser humano o también otros animales pueden diferenciar el yo de todo lo demás?

¿El yo tiene una representación especial en el cerebro? Como quedó ilustrado en la historia de William Thompson con la que abrió el capítulo, nuestro sentido de identidad tiene raíces biológicas. En el libro The Synaptic Self: How our Brains Become Who We Are (El yo sináptico: cómo nuestro cerebro se convierte en quienes somos), el neurobiólogo estadounidense Joseph LeDoux (2002) afirma que las conexiones sinápticas que ocurren dentro del cerebro constituyen la base biológica de la memoria, la cual permite el sentido de continuidad necesario para tener una identidad normal. En The Lost Self: Pathologies of the Brain and Identity (El yo perdido: patologías del cerebro y la identidad), Todd Feinberg y Julian Keenan (2005) describen de qué manera el yo puede ser transformado, e incluso destruido, por lesiones severas en la cabeza, tumores cerebrales, enfermedades y la exposición a sustancias tóxicas que dañan el cerebro y el sistema nervioso. Los neurobiólogos sociales están comenzando a explorar estas posibilidades. Mediante la utilización de escáneres PET (siglas en inglés de tomografía por emisión de positrones), fMRI (siglas en inglés de imágenes por resonancia magnética funcional) y otras técnicas para generar imágenes que pueden capturar al cerebro en acción, estos investigadores han descubierto, en pruebas de laboratorio, que ciertas áreas aumentan más su actividad cuando las personas ven una fotografía de sí mismas que cuando se les presentan imágenes de otros (Platek et al., 2008), más cuando ven palabras de importancia para sí mismos, como su nombre o la dirección en una calle, que otras palabras relevantes (Morán et al., 2009), y cuando toman la perspectiva de primera persona al jugar un videojuego y no el punto de vista de una tercera persona (David et al., 2006). Como verá a lo largo de este capítulo, el yo es un marco de referencia que ejerce una influencia poderosa y compleja sobre nuestros pensamientos, sentimientos y comportamientos. No todos los aspectos del yo residen en una sola estructura del cerebro. Sin embargo, el grueso de la investigación parece sugerir que varios procesos basados en el yo pueden rastrearse en las actividades que ocurren en ciertas áreas del mismo (Northoff y Panskepp, 2008; Heatherton, 2011).

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autoconcepto Suma total de las creencias de un individuo en relación con sus propios atributos personales. autoesquema Creencia que las personas mantienen respecto a sí mismas y que determina el procesamiento de la nueva información relevante para el yo.

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