Charles stanley como escuchar la voz de dios

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Cómo escuchar la voz de Dios

s~gnifica que Dios hablaba en épocas pasadas (es decir, ayer),

sIgue hablando hoy y seguirá hablando en toda la eternidad. Tercero, deberíamos reaccionar ante lo que oímos. Si no reaccionamos en absoluto ante lo que nos dice Dios, jamás aprenderemos a e~char. Si no sabemos con seguridad que hemos oído hablar a Dios, entonces debemos actuar positivamente en el sentido en que creemos que nos ha hablado. Aprendemos de esa manera porque .damos un paso de fe. Dado que Dios es un Padre amante: SI ve que ~os movemos en dirección equivocada, se ocupara de corregrr el curso a fin de que andemos en la verdad. Es posible que no oigamos acertadamente todas las v~es, pe:o esto también forma parte del proceso de aprendizaJe. ¿Cua.ntas veces se cae el niño antes de aprender a caminar? No le pedImOS que atraviese la habitación en su primer intento. AI~nos somos muy parecidos a Samuel: Dios tiene que hablar vanas veces antes de que por fin lo reconozcamos.

Cuarto, deb~ríamos estar alerta a los acontecimientos que confirman el mensaje. Vez tras vez Dios confirma su mensaje. Él habla, nosotros obedecemos y con bastante frecuencia la confirmación nos llega de inmediato. Quinto, deberíamos pedirle a Dios que nos hable. Antes de acostarse a dormir, ¿por qué no le dice al Señor que está escuchando y que está dispuesto a oír lo que tenga que decir a cualquier hora de la noche? Se sorprenderá de la cantidad de soluciones necesarias para resolver problemas acuciantes qu~ se le presentarán sin mayor esfuerzo de las profundas hendas que se curan suavemente cuando le decimos a Dios que estamos listos y dispuestos a oír su voz. Cuando interrogamos a Dios, cuando estamos a la expect~tiva de que nos hable, cuando respondemos ante lo que Olm~s, cuando estamos alerta a sus confirmaciones, y cuando sencI11am~ntele pedimos que hable claramente, preparamos el escenano pa:a la ~ventura más grande conocida por el h~mbre: ~a de Olr al Dios todopoderoso entregarnos su mensaJ,e. ¿Que mayor privilegio, qué mayor responsabilidad podnamos anhelar?

CAPÍTULO X

Escuchar y obedecer

Un joven que en cierta ocasión vino a verme era quizá el más dotado para el ministerio de todos los que había conocido. Era una persona sumamente preparada y fonnada para el servicio. Acudió a venne con decisión y, cuando comenzó a contarme lo que pensaba hacer, el Espíritu de Dios me habló al corazón con gran alarma. Una luz roja se encendió en mi interior y dije: «No lo hagas. No estás en condiciones». Le expliqué por qué y le rogué que me hiciera caso. No quería. Decidió que estaba preparado, que el tiempo era oportuno e hizo oídos sordos a lo que Dios le estaba tratando de decir. Al cabo de dos años perdió su ministerio, su matrimonio y todo lo que poseía, incluso su dignidad. Varios años después recibí una carta suya. Comenzaba así: «Estimado Dr. Stanley: ¡Si sólo hubiera escuchado!»

Creo firmemente que Dios le dio a ese joven pastor una palabra de asesoramiento por medio del discernimiento que su Espíritu implantó en mi corazón. El joven oyó hablar a Dios pero se negó a escuchar la advertencia divina. Al recorrer las Escrituras resulta evidente que el compañero ideal es la obediencia. Dios exclama en repetidas ocasiones en todo el Antiguo Testamento: «Oye, Israel, y ponlo p~r obra». No era que Israel se negara a escuchar a Dios. El mandaba a sus siervos -Moisés, Josué, Jeremías, Isaías y muchos otros- con anuncios claros para el pueblo. Sabían sin lugar a dudas cúales eran sus deseos, pero simplemente 119


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