6 minute read
Ecos de “La trama celeste
Bernardo Ruiz
Hay otros mundos, pero están en éste. Hay otras vidas, pero están en ti. Paul Eluard
Advertisement
Mucho asombra cómo la posibilidad de los multiversos enunciados por los científicos se abre paso entre las menciones en revistas de difusión científica para llegar a las páginas de los diarios. Vienen a la mente de inmediato las notables maquinarias inventadas por Julio Verne para llegar a lugares entonces inalcanzables como el fondo del mar o la superficie de la Luna. Aunque a veces el escritor francés no necesitaba más que armar de valor a sus protagonistas y llevarlos a las entrañas de la Tierra con un poco de destreza y una erudición e imaginación memorables. Semejante v alor se reconoce en la prosa más imaginativa de Adolfo Bioy Casares, quien en 1948 decide relatar la proeza del capitán Irineo Morris, piloto temerario del ejército argentino que consigue atravesar nuestra dimensión y vivir una aventura sin precedentes. Hecho del que se tiene presuntamente noticia gracias a las notas puntuales encomendadas al autor del texto por el doctor Carlos Alberto Servian, homeópata de sólida cultura, que pudo descifrar cuál había sido la entreverada travesía del joven —hijo de su profesor y amigo—, acusado de traición por un tribunal militar. El motivo se detalla entonces con precisión ejemplar a lo largo de las páginas que integran “La trama celeste”. 1 En esencia, Morris —piloto experimental del ejército argentino— desaparece sin dejar rastro un 23 de junio cuando está al mando de un avión experimental. A su regreso —semanas después, el 31 de agosto— es acusado de vender los secretos de la aeronave que se
1 La primera edición es de 1948, la tercera edición se publicó en Editorial Sur en 1970, en una compilación de historias fantásticas que integran el volumen con el título del cuento.
le confió. Ha vuelto en un aparato antiguo, descontinuado. Lo esperan la corte marcial y el fusilamiento. Morris, en su hospital prisión llama a Servian para solicitarle ayuda médica y agradecerle el envío de unos libros. Pero no ha sido el médico quien los ha enviado. Una alusión al autor de uno de ellos, Blanqui, le da una pista al homéopata para comenzar a desenredar el misterio ocurrido al hijo de su amigo y maestro.
El centro del relato es mediante la minuciosa investigación de Servian en torno a la historia que cuenta el capitán Morris, motivo que sirve para desmenuzar la distinta realidad que vivió en los días de su ‘desaparición’ inexplicable.
El homeópata se sumerge en el recuerdo minucioso de sus conversaciones con Morris, a las que disecta con habilidad monumental llevando al lector a un largo recorrido por Buenos Aires, para descubrir que el espacio/tiempo que habita no es el mismo que habitó Morris. En tanto, leemos detalles de su vida (desde la inspiración que le da su ex libris, hasta sus discusiones con su sobrina) y algunas remebranzas.
Servian infiere, asimismo, por una serie de vacíos y frases citadas por el piloto que las personas que estuvieron con él no eran las de su acostumbrada y previa cotidianidad, que nuevamente le rodean; y que otras a las que no tuvo acceso estaban ausentes de ese espacio/tiempo, por razón de ligeros cambios y accidentes en el flujo de la Historia; lo que había provocado variantes ínfimas, pero de trascendentales consecuencias, en relación a la historia, demografía y geografía que recuperó a su vuelta. Servian busca en la obra de Bianqui alguna pista que él —supuestamente— había hecho llegar a Morris. Ahí en L’Éternité par les Astres está la respuesta:
Habrá infinitos mundos idénticos, infinitos mundos ligeramente variados, infinitos mundos diferentes. Lo que ahora escribo en este calabozo del fuerte del Toro, lo he escrito y lo escribiré durante la eternidad, en una mesa, en un papel, en un calabozo, enteramente parecidos. En infinitos mundos mi situación será la misma, pero tal vez la causa de mi encierro gradualmente pierda su nobleza, hasta ser sórdida, y quizá mis líneas tengan, en otros mundos, la innegable superioridad de un adjetivo feliz.
Efectivamente, concluye Servian: Irineo Morris logró una hazaña: hizo un descubrimiento más allá de algunas anécdotas que comentan conjuros, pases mágicos y desapariciones. Atravesó esta dimensión y estuvo en una casi análoga, donde vivió un primer encierro (declaraba que perdió la consciencia al probar la resistencia de su aparato con una serie de acrobacias); donde se le acusó —en un Buenos Aires paralelo en el espacio y en el tiempo— de su calidad de espía uruguayo.
En el hospital una enfermera amable, Idibal, de ascendencia galesa, lo cuidó con afecto. E Ireneo, al paso de los días, la fue enamorando. Con el apoyo de ella, consigue escapar, y vuelve a su Buenos Aires original al repetir su acrobacia. Como prueba de su aventura (como se explica en “La flor de Coleridge”) 2 trae el anillo de Idibal, que había sido su pasaporte para contactar a los cómplices que ella había organizado; además de un recado que mandaba el Servian —de la otra realidad— con los libros para el capitán Morris.
Por su parte, Carlos Alberto Servian, perdido en la investigación y en el análisis de hipótesis y hechos en torno a lo acontecido a Morris, se entera que su sobrina lo ha abandonado. Esto le produce una crisis sentimental y un vacío insalvable. Toma una decisión: convence a Morris de huir ante el inminente juicio y probable fusilamiento. Irineo acepta: quiere volver a Idibal. Servian deja todo. Arman entonces un escape análogo al que salvó a Morris en su regreso. Cómplices amigos de Servian ayudan a que el plan se ponga en marcha. El epílogo de la historia es previsible: se desconoce el improbable éxito de la huida, aunque la logran. Cabe considerar que la probabilidad de que alcanzaran a llegar al destino deseado es mínima. Ante el número propiamente infinito de mundos semejantes, como afirma el texto citado por Bianqui, su destino es impredecible.
Concluye la narración el autor comentantando no obstante el avistamiento de otros Morris en el Brasil y en Uruguay: todos ellos habían partido aquel 23 de junio. Llegaron a diferentes lugares, y no todos tenían el mismo conocido carácter, ni comportamiento de Ireneo Morris. Más allá de Bianqui el autor mira hacia Cicerón y cita sus Primeras Académicas, (II, XVI): “según Demócrito, hay una infinidad de mundos, entre los cuales algunos son, no tan sólo parecidos, sino perfectamente iguales”.
Hace más de 72 años que Adolfo Bioy Casares (1914- 1999) logró esta historia, que al momento de publicarla en su tercera edición (1970), en un recuento estricto de su trabajo afirmó: “Por astucia nos mofamos de los groseros errores de la vanidad, pero con secreta simpatía reconocemos en ellos el anhelo, común a todos los hombres, de probar que somos reales […]. Descubro así que requiero bastantes azulejos para enumerar mis cuentos: más de cien. En la considerable serie este librito 3 ocupa un lugar de relativa importancia. A los cuentos que lo precedieron no les cabe otra justificación que la puramente autobiográfica de haber constituido una suerte de curso de aprendizaje del autor, a costa, Dios me perdone, de los lectores; de la Trama en adelante no eludiré la responsabilidad”.
El volumen de Bioy Casares tras más de 70 años de publicado ha tenido nuevas ediciones a la par de otras de sus obras que bien vale incluir en el acervo de los libros atesorables. A fin de cuentas, La invención de Morel, Plan de evasión, Diario de la guerra del cerdo, y Dormir al sol, a la fecha, siguen siendo historias que se quedan tanto en la memoria como en el corazón.
2 Cf. Borges, Jorge Luis. Otras inquisiciones, en Obras completas 1932- 1972, Emecé editores, Bs. As., 1974. Pp. 634-ss.
3
Se refiere a La trama celeste, Editorial Sur, 3ª edición, 1970.