Revista Circuladô 5

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matraca secular. “—Con reyes es haciendo realezas; / Con presidentes, sensación; / Con Vanderbiltes, / ‘Dinamites’; / Con los Indios, ¡sombrita y fragor!” La potencia múltiple y plural continúa propagándose en reguero de heterogéneos como el Guesa. Un errante de antes de la historia. ¿Indio moderno de qué Occidente? ¿Un asunto de lenguaje? Pero volviendo a la “técnica de escritura”, cinemática avant la lettre, Sousândrade inscribe los trazos necesarios para disparar tragicómicamente las imágenes internas de su virtual lector. Imaginar por un instante desprendido del surco con qué niveles de incomprensión podrían leer brasileros coevos esta impregnación de rítmica urbanita que Sousândrade le planta a la lengua escrita en tanto efecto sensorial. Ahora el poema es transparentísimo: ¿siempre lo fue? La dilación que llevó apreciar sus alcances habrá sido la propia lentitud de apertura lectora, todo ello hermanado al hecho de que Brasil, vía la Ley Áurea, aboliera la esclavitud, por decreto de la notable princesa imperial Isabel I de Bragança, durante una de las veces que asumiese la regencia, recién en 1888. Pero así como en un primer momento no se previeran las condiciones de inserción de los ex-esclavos, la esclavitud continuaría siendo —por supuesto— un trazo de trasfondo irresuelto en el diagrama nacional. Y así desde el follaje adánico, el mal salvaje, arrojado a la civilización, con la que se mimetiza hasta el exacto borde desde donde no deja de observarla. La cursora antropofagia de este manierismo, estiramiento háptico de la mirada y del oído, contracanta y se tensa, percute la lente —infernal por timpánica— de Sousândrade. El guesa pasa de cantar (¿se canta en el infierno?) a canalizar vociferaciones luciferantes. Y esto, demostrado, es 78

esa otra cosa que el discurso arrebató: el pandemonio y su aparato, la convivencia mecánica alrededor de los intereses y sus respectivas servidumbres. E interesa especialmente que el auctor nos confunda adrede y hasta extraerle la texturada fricción a su hiperrealismo, con la transcripción en “tiempo periodístico” de su experiencia biográfica y la consistencia pneumática, casi impersonal de receptiva, antenada, de su personaje: no primera sino cóncava voz. El sujeto, así, dessujetado. A la vista del lector y más allá de las fronteras perceptuales de su lectura. SOUSÂNDRADE O UN OBRAR que en El infierno de Wall Street se demuestra y expone. Un obrar que articula picos de intensidad con táctica semántica asombrosa. No apenas “para su época”, que habrá que seguir descifrando. La posibilidad de una escritura en red, en el sentido de integrar rítmica o colmenarmente módulos de expansión connotativa y contracción denotativa, un tensado de plenos pulsantes y no menos activos agujeros del sentido. El enhebrado conduce eléctricamente pero ampliando los márgenes del reverbero imaginario. Maestro de la entrelínea, capta el inmenso margen de desaparición violenta como un zumbido de frecuencia alterna que la realidad normatizada ignora, expulsa de su campo de pragma: un ruido, un indio. ¿Alma no fantasma? En todo caso, el poeta encuentra y propone, en acto-de-lengua, contrapactos de lectura. Aun más que porque la escena capital “transcurra” en la Capital del capitalismo, es en la devolución visionaria del ensordecedor murmullo de los autómatas (Westphalen), griterío en sordina de los autómatas del poder en toda la gama del espectro —sin excluir el desangelamiento, o sea el secuestro corpóreo de las almas—


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