Cartearse número 0

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MONSTRUOS EN LA ALCOBA Paulina Marengo Las 5:10 de la mañana, hora en que suena el despertador. Lo apago enseguida, me molesta que suene más de una vez. Es agobiante que me recuerde que otro día comenzará, un día que será como el anterior y como el siguiente. ¡Bienvenida seas, realidad! Una vez más nos vemos las caras, símbolo perfecto de que los milagros no se hicieron para mí; si lo fueran, hace tiempo que habrías desaparecido y por fin tendría la oportunidad de tomar las riendas de mi vida, de ver el mundo, ¡de triunfar! Pero sigues aquí y te haces acompañar de la maldita monotonía, sofocándome y paralizándome, no puedo hacer más que sucumbir a tu existencia. Me levanto antes de que mi cama decida que no quiere dejarme ir, porque iniciada esa pelea, sé que voy a perder. Una vez que me he levantado, sigo la rutina diaria: tiendo la cama, me pongo mi ropa, voy al baño, lavo mis dientes y tomo el cepillo para peinarme. Cuando levanto la mirada en busca del espejo me doy cuenta de que éste ya no está, en su lugar hay una sombra negra que indica que alguien se lo ha llevado. ¡Por favor, tengo el tiempo medido! Todo está perfectamente organizado y no hay tiempo para bromas; por la tarde buscaré al culpable. Regreso a mi habitación en busca del espejo junto a mi cama, pero también lo han quitado, dejando otra sombra negra en su lugar. Definitivamente el culpable pagará muy caro el hacerme perder tanto tiempo.

Entro a la recamara de mis padres, pero encuentro la misma sombra negra usurpando el lugar del espejo. ¿Por qué nadie me pone al tanto de...? Un segundo, la sombra se está moviendo. ¿Cómo es posible? Antes de decidir si he enloquecido, salgo sigilosamente de la habitación, pero creo que demoré bastante: la sombra me ha tomado por el cuello sin darme la oportunidad de defenderme, ¿defenderme? ¡Imposible una defensa, ni siquiera puedo tocarla! Mis manos traspasan su figura y yo no... ¡Necesito respirar! Comienzo a dar patadas en el aire, ninguna de ellas lastima a la sombra que me sujeta, pero entiende que me está matando; sin aviso alguno, suelta mi cuello, haciéndome caer estrepitosamente en el suelo. Al instante, tomo una gran bocanada de aire, mi única acción antes del nuevo ataque. ¡Ahora se ha metido en mi cabeza! Mi mente se ve sumida en abrasante oscuridad y yo ya no tengo poder sobre ella. ¡No soporto el dolor de cabeza! Y no puedo gritar, abro la boca pero no escucho mis gritos, sólo siento una terrible presión generada en mi garganta y percibo las sacudidas desesperadas que mi cuerpo da para liberarse del dolor. La sombra sale de mi mente, justo cuando creo que ya no soportaré más, y flota sobre mi cuerpo agotado. Seguramente planea otro ataque, ¡tengo que esconderme a como dé lugar! Me pongo de pie, mirando fijamente a la sombra, creo que percibe que ya no puedo luchar más. ¡No puedo

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