La mujer de pie de Chantal Maillard (Galaxia Gutenberg, 2015). Fue un 11 de agosto de 1936 cuando el puente de mando del buque Almirante recibía un mensaje de desesperación desde el Cuartel del Simancas: “El enemigo está dentro. Disparad sobre nosotros”. Hay muchos tipos de desesperación, pero todos están en esta frase que he recordado al leer La mujer de pie, último libro de Chantal Maillard (Bruselas, 1951), publicado recientemente por la editorial Galaxia Gutenberg. No miento si digo que una no se acerca a las publicaciones de Maillard con una expectativa de diversión ligera: son pasajes de gran belleza y lucidez lo que encontramos en sus páginas, pertenezcan ya a su obra poética, de ensayo o de prosa de difícil clasificación. Es este último el caso de La mujer de pie, un intenso compendio de aforismos, citas y textos breves cuyo conjunto me atrevo a calificar de teoría del conocimiento y ontología en el más estricto significado de estos términos. No en vano, Maillard habita la sagrada no man’s land ubicada entre la filosofía y la literatura, extrayendo de ambas materias la más precisa artillería: “La lucidez de Wittgenstein: pensar el mundo como juego del lenguaje. El mundo no es pensable (o no es real) fuera del logos”. La mujer de pie nace de aquello a lo que pretende anular por medio de la donación de sentido: la enfermedad, la muerte, “la densa vacuidad” que permanece tras la pérdida de los familiares –su madre, su abuela–. Y lucha contra todo lo que reconoce como propio y constituyente: el yo, el lenguaje, la conciencia, las percepciones, la voluntad; todas ellas herramientas que utiliza contra sí misma en un sofisticado círculo de creación-destrucción. La escritura de Maillard
resulta ser entonces un pulso al dolor, una terapia de choque que se sirve de sí para negarse, y en ella encontramos la presencia de las ya conocidas constantes de su obra, tales como los hilos, los husos, los pliegues, el abajo, la filosofía y las religiones indias. A medida que La mujer de pie avanza en su fragmentada composición, el ritmo se acelera y Maillard indaga en una pregunta esencialista que se convierte casi en mantra: “¿Qué es real?, me preguntas. Nada lo es si lo real es permanencia. Lo real es el paso y, en él, el sufrimiento. Todo lo que pasa sufre al pasar. ¿Por la pérdida? Por la transformación”. Así que de pie, sin poder sentarse, ese cuerpo que piensa solo encontrará el estado zen cuando abandone toda ambición lingüística, analizadora y racional. Pero ¿es esto posible? ¿Cómo combinar la tradición filosófica occidental (“Me ejercité en la egolatría. Lo llamaba interés por el saber”) con el acceso al estado de nirvana (no-soplo, cese de la agitación del pensamiento)? Maillard lo intenta mediante el mí, el ser vacío y pacífico que encontramos al despertarnos y que corremos, trémulos, a ocupar de nuevo. Lo intenta en la contraposición de los detalles de los objetos y los seres con el pensamiento más abstracto. Lo intenta con la ayuda de Aristóteles, de Kant, de Hume, de Locke, de Beckett y tantos viejos amigos de papel que recupera como balas. Y también lo intenta tratando de salir de su argumento, de la trama en la que está atrapada. Pero no hay esperanza porque estamos hechos de lo que repudiamos, algo de lo que no conseguimos zafarnos. No la hay, ella lo dice: “la mujer de pie no tiene salida”. Chantal Maillard ha escrito un libro sincero, sustancial y sabio, ornamentado como la mejor y más arriesgada literatura. Y quizá nos solicite que disparemos contra ella, pero nuestra munición es –afortunadamente– selectiva.
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