ceja, bromeando sin tasa, flippant a más no poder— hasta devolver a los revoltosos a sus escaparates. Ante un semáforo de la Rambla Cataluña, yo oí a una señora lamentarse a su marido porque ella estaba más gordita que el tronco femenino de material transparente que lucía un tanga en el escaparate de la lencería «Intimissimi». «Con ese tipito, todo le sienta bien», se quejaba la mujer, envidiosa y tontorrona. Ganas me entraron de abrirle los ojos: «Señora, ¿no ve que ‘ella’ no tiene piernas ni cabeza, y usted sí? ¡Y encima, ‘ella’ es de fibra de vidrio!». Se
entiende
que
la
presencia
silenciosa,
fantasmagórica, de los maniquíes tenga misterio y atractivo, un atractivo evidente en los ejemplares de formas perfiladas, maquillados, con peluca, que venden empresas modernas y sofisticadas, como Atrezzo o B3.
166