Assassins Creed Renaissance

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—Pero somos muchos —refunfuñó Leonardo—. Destacar es complicado. Por eso me siento tan en deuda con tu madre. ¡A decir verdad, tiene un criterio muy exigente! —¿Te concentras en la pintura? —preguntó Ezio, pensando en la diversidad que había visto en el estudio. Leonardo se quedó pensativo. —Una pregunta difícil de responder. Si quieres que te diga la verdad, me resulta complicado centrarme en una única cosa, ahora que me he instalado por mi cuenta. Adoro pintar, y sé que puedo hacerlo, pero... veo el final antes de llegar a él, y a veces me resulta difícil terminar las cosas. ¡Tienen que empujarme! Pero eso no es todo. A veces tengo la sensación de que a mi obra le falta..., no sé..., un propósito. ¿Entiendes lo que quiero decir? —Tendrías que tener más fe en ti, Leonardo —dijo María. —Gracias, pero hay momentos en los que pienso que tendría que hacer un trabajo más práctico, un trabajo que tenga una relación real con la vida. Quiero comprender la vida: cómo funciona, cómo funciona todo. —En este caso, tendrías que ser cien hombres en uno —dijo Ezio. —¡Ojalá pudiera ser así! Sé qué quiero explorar: arquitectura, anatomía, ingeniería incluso. No quiero sólo captar el mundo con mi pincel. ¡Quiero cambiarlo! Su pasión impresionó a Ezio más que fastidiarlo. Era evidente que aquel hombre no era un fanfarrón; en cualquier caso, parecía casi atormentado por las ideas que bullían en su interior. «¡Ahora nos dirá que también se dedica a la música y a la poesía!», pensó Ezio. —¿Quieres dejar esto y descansar un momento, Ezio?—preguntó Leonardo—. Tal vez pese demasiado para ti. Ezio apretó los dientes. —No, grazie. De todas maneras, ya casi hemos llegado. Cuando llegaron al palazzo Auditore, metió la caja en el vestíbulo y la depositó en el suelo con toda la lentitud y la delicadeza que sus doloridos músculos le permitieron, y se sintió más aliviado de lo que le habría gustado reconocer, incluso ante sí mismo. —Gracias, Ezio —dijo su madre—. Creo que a partir de ahora ya podemos arreglárnoslas sin ti, aunque, naturalmente, si deseas venir y ayudarnos a colgar los cuadros... —Gracias, madre... Pienso que es mejor que os deje este trabajo a vosotros dos. Leonardo le tendió la mano. —Ha sido un placer conocerte, Ezio. Espero que nuestros caminos vuelvan a cruzarse pronto. —Anch'io.

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