Silogistica de la imagen

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27 “Pero mi metafísica, si es que eso existe…” ¿No hay en esa frase como el gesto de quien nos toma por el brazo para sentarnos sobre un territorio que, como vimos, no es sólo el de la razón? Un “hechizamiento”, una “metáfora que prosigue en la imagen” y un “ritmo de esclarecimiento” parecen ser los atributos del suelo que pisamos. El ritmo quizás sea el hesicástico, el del tiempo para la poesía y el del final de Paradiso. El esclarecimiento —la agnórisis de la que nos hablaba Cintio Vitier— es acaso aquella “dilatación de la imagen hasta la línea del horizonte”. Mas lo que ahora me interesa subrayar es esa progresión de la metáfora hacia la imagen. En ese proseguir, en ese tránsito que luego es un retorno esclarecedor, en la posibilidad de que lo relacionable se vuelva reconocimiento (agnórisis) es donde Lezama y Licario sitúan el silogismo poético. En Paradiso leemos que la agnórisis, “la extensión lentamente atraída”, es también “una irrealidad gravitada como conclusión”, un cuerpo, una sustancia que viene de lo inexistente e ilumina las relaciones entre las cosas. Se trata de un eros, de un reconocimiento de lo relacionable que recuerda al escolar Licario, en el capítulo XIV de Paradiso, interpelado por la voz inquisitiva de sus evaluadores, mentando el nombre del perro Brown. También nos recuerda a José Cemí, luego de sus travesías universitarias, en “la búsqueda verbal de finalidad desconocida”, “desarrollando una extraña percepción por las palabras que adquieren un relieve animista en los agrupamientos espaciales”, entrelazados esos agrupamientos en una nueva dimensión que así rinde su sentido, su logos (2000:532). El espacio de ese logos, como nos dice Lezama, es el del poema, “un espacio resistente entre la progresión de la metáfora y el cubrefuego de la imagen” (Casa de las Américas, 1971:136): Es uno de los misterios de la poesía la relación que hay entre el análogo, o fuerza conectiva de la metáfora, que avanza creando lo que pudiéramos llamar el territorio substantivo de la poesía, con el final de este avance, a través de infinitas analogías, hasta donde se encuentra la imagen, que tiene una poderosa fuerza regresiva, capaz de cubrir esa sustantividad. (…) La imagen es la realidad del mundo invisible. Yo creo que la maravilla del poema es que llega a crear un cuerpo, una sustancia resistente enclavada entre una metáfora, que avanza creando distintas conexiones, y una imagen final que asegura la pervivencia de esa sustancia, de esa poiesis. (Álvarez Bravo, s.f.: 20).


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